Buscando "Penicilina"
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Muchos de los grandes descubrimientos de la historia de la ciencia se produjeron por casualidad. Pero la casualidad por sí sola no basta, lo importante es estar ahí cuando sucede y tener los conocimientos necesarios para interpretarla. En 1928, en el curso de los experimentos con bacterias Alexander Fleming se dio cuenta de que, alrededor de una mancha de moho que había contaminado por casualidad uno de sus cultivos, las colonias de bacterias habían muerto. En lugar de desechar el cultivo sin más, como hicieron muchos otros antes que él, Fleming investigó sus causas y logró abrir el camino que proporcionó a la humanidad una de las armas más poderosas en la lucha contra la enfermedad: la penicilina.
Hoy volvemos a hablar de alergias en este nuevo capítulo dedicado al Sistema Inmunitario. En el capítulo anterior, Jorge Laborda explicó las alergias de tipo I, que son las que muchas personas experimentan cuando su cuerpo piensa que se está defendiendo de un parásito, aunque en realidad se trata de sustancias inocuas existentes en los granos de polen, en ciertos alimentos, como los cacahuetes, o en el veneno inoculado por algunos insectos, por poner unos ejemplos. Hoy completamos el ciclo hablando de las alergias de tipo 2, 3 y 4, causantes, entre otros problemas, de la eliminación de células propias marcadas, erróneamente, como infectadas o peligrosas; de las alergias contra fármacos como la penicilina o de las reacciones que ciertas personas sufren al entrar en contacto con sustancias como, por ejemplo, el níquel, presente en joyas y bisutería.
La reproducción de las bacterias es tan rápida que en solo un año se han podido producir miles de generaciones, cada una ligeramente diferente de la anterior. Solo un año para las bacterias puede suponer un tiempo evolutivo similar a 250.000 años para nuestra especie. Su rápida evolución permite la generación de variantes más resistentes a la acción de un antibiótico dado. Es importante averiguar dónde se encuentra el repositorio de genes de resistencia en la comunidad bacteriana.
Disculpen ustedes la exclamación pero, como habrán imaginado ya, estoy resfriado. Razón más que suficiente para preguntarnos por la utilidad de esos efluvios nasales que corren en abundancia entre toses y estornudos. La respuesta comienza con la historia de un descubrimiento que hizo Alexander Fleming cuando investigaba con sus propios mocos. Hablamos de la composición de las secreciones nasales, de la utilidad de algunos de sus componentes como protectores de bacterias y virus e, incluso, de la posible ventaja inmunológica que podrían tener los niños que se hurgan en la nariz. No todo es malo en los mocos.
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