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Hablando con Científicos

El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.

Una molécula contra el Parkinson. Hablamos con Analia Bortolozzi.

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Cuando una persona, generalmente mayor de 60 años, empieza a sentir un temblor descontrolado en las manos que, con el tiempo, empeora y se extiende progresivamente a brazos, piernas, cara…, los movimientos se hacen lentos y el equilibrio inestable, lo más probable es que sufra la enfermedad de Parkinson. El nombre se debe al primer médico que la describió, el doctor James Parkinson, quien dio a conocer los síntomas en una monografía publicada en 1817 titulada Un ensayo sobre la parálisis agitante (An essay on the shaking palsy).

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y, como comenta hoy Analia Bortolozzi, nuestra invitada en Hablando con Científicos, “A día de hoy, a pesar de haber transcurrido más de 200 años, sabemos muchas cosas, pero aún no podemos saber con exactitud cuáles son las causas”. Se sabe que algunas de las personas que sufren la enfermedad tienen su origen en causas genéticas pero éstos enfermos son tan sólo un 10% del total, el origen del resto se desconoce.

Entre las muchas cosas que se saben, está el hecho de que la enfermedad se produce por un trastorno del sistema nervioso que afecta a ciertas neuronas de una región del cerebro conocida como ”sustancia negra”. Esas neuronas son las encargadas de generar dopamina, una molécula esencial para la transmisión de la información, un neurotransmisor, que hace posible que podamos realizar movimientos con normalidad. Si esas neuronas dopaminérgicas mueren o se deterioran, la transmisión es cada vez más difícil y, como consecuencia, aparecen los problemas de coordinación motora que se traducen en forma de temblores, rigidez y otros síntomas mencionados.

Analia Bortolozzi comenta que hay dos hechos muy importantes en la enfermedad de Parkinson, uno es la pérdida de las neuronas dopaminérgicas en la sustancia negra y otra es la presencia de agregados de una proteína conocida como “alfa-sinucleína”. La alfa-sinucleína tiene un cometido muy importante no solamente en el cerebro sino en todo el cuerpo humano. Su papel en el cerebro es fundamental porque la molécula está unida a vesículas sinápticas que, cuando se produce la comunicación entre las neuronas, liberan el contenido de dopamina. Así pues, la alfa-sinucleína, al ejercer de control en la transmisión entre las neuronas, es necesario que se encuentre en su justo equilibrio porque, tanto si existe en exceso, como si falta, se traduce en un deterioro de su función que puede jugar un papel esencial durante la enfermedad de Parkinson.

La alfa-sinucleína que se produce en mayor cantidad en las personas mayores y, como sucede en los enfermos de Parkinson, el exceso llega a producir agregados no solubles que impiden su función. Así pues, el control de la cantidad de alfa-sinucleína en las neuronas es uno de los objetivos que persiguen los investigadores para encontrar fármacos que ayuden a controlar el progreso de esa enfermedad. En ese sentido, el equipo de Bortolozzi, en colaboración con científicos de la empresa biotecnológica n-Life Therapeutics, ha sintetizado una nueva molécula destinada a controlar la cantidad de alfa-sinucleína que existe en las neuronas de la sustancia negra. La molécula lleva asociada otra que tiene una gran afinidad por las neuronas dopaminérgicas y sirve de guía para actuar en el lugar adecuado del cerebro si se proporciona a un paciente por vía oral o intranasal.

Como sucede con este tipo de investigaciones, el camino es largo y costoso hasta conseguir un fármaco eficaz y seguro que pueda ayudar a los enfermos de Parkinson en el futuro. En el momento actual de la investigación, Analia Bortolozzi y su equipo ha llevado a cabo una serie de experimentos con ratones modificados genéticamente de manera que expresan en sus neuronas alfa-sinucleína humanas. Este modelo ha sido desarrollado por los mismos investigadores, con el apoyo de la Fundación Michael J. Fox.

Los resultados con estos ratones modificados fueron muy positivos y animaron al equipo a dar un nuevo salto en la investigación y probar el fármaco en un modelo animal más cercano al ser humano. Los investigadores establecieron una colaboración con el doctor Jeffrey Kordower del Rush University Medical Center, de la Universidad de Chicago, para probar la molécula en monos rhesus ancianos que, a diferencia de los ratones, sí sufren una acumulación de alfa-sinucleína, como sucede a los humanos.

Los resultados han sido alentadores y ahora, declara Analia Bortolozzi, “Tener una molécula es un paso importante, pero ahora viene otro tipo de investigación que requerirá su tiempo, por ahora son ensayos preclínicos, con animales de laboratorio” Los próximos pasos consistirán en optimizar la molécula para para aumentar la potencia y duración del efecto después de la administración intranasal. Y, por supuesto, será necesaria la participación de la industria farmacéutica para el desarrollo de los pasos adecuados que permitan en un futuro dar el salto al ensayo clínico con pacientes. Es un camino largo el que habrá que recorrer y, si todo sale bien, tal vez en un futuro, dentro de unos años, podamos contar con un nuevo fármaco que permita ayudar a los pacientes de esta enfermedad que entre 1990 a 2015 duplicó el número de personas afectadas en todo el mundo a más de 6 millones y, debido al envejecimiento de la población, se prevé que pueda afectar a más de 12 millones en el 2040.

Os invito a escuchar a Analia Bortolozzi científica del CSIC e investigadora del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona (IIBB-CSIC) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, asociado al Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer


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