Probablemente debido a la dura crisis económica internacional que sufrimos la cuestión de si el dinero hace o no la felicidad ha vuelto a ponerse de moda, si es que alguna vez dejó de estarlo. Claro está, resolver esta cuestión de una vez por todas tiene su importancia económica, ya que lo que la mayoría de los seres humanos mentalmente sanos persiguen en la vida es la felicidad, no el poder, o el dinero sin más. Si el dinero no tuviera nada que ver con la felicidad, sin duda la economía se resentiría. Si, por el contrario, el dinero fuera condición suficiente para ser feliz, no hay duda de que la actividad económica se animaría al conocerse la noticia.

Como ya he dicho muchas veces, hoy nada escapa del análisis racional de la ciencia; esta cuestión tampoco lo ha hecho. De hecho, el problema de si el dinero hace o no la felicidad se ha analizado, aunque de manera poco concluyente, en numerosos trabajos de economía y de psicología social. Sin embargo, un serio problema con el que se encuentra este tipo de análisis científico es definir de manera objetiva la naturaleza de la felicidad. Una vez definida ésta podremos, tal vez, llegar a medirla y comprobar si un sueldo más elevado o una mejor situación económica van asociados o no a una mayor felicidad. No es tarea fácil.

No obstante, en los últimos años se ha clarificado bastante lo que la gente siente cuando dice que es feliz. Hoy, los investigadores de la felicidad distinguen dos tipos diferentes de la misma, que cada uno de nosotros podemos o no experimentar.

Clases de Felicidad

En primer lugar, tenemos la felicidad derivada del llamado bienestar emocional, que se refiere a la calidad emocional que cada cual experimenta día a día. Es decir, cómo nos sentimos, en general, y si experimentamos sobre todo emociones positivas (alegría, satisfacción, amor, etc.) o emociones negativas (tristeza, irritación, enfado…) de manera cotidiana. Este tipo de bienestar emocional puede medirse mediante pruebas específicas desarrolladas para ese fin por psicólogos.

Por otra parte, se distingue hoy otro tipo de felicidad, que tiene que ver con la evaluación que cada cual hace de su vida. Es ésta un tipo de felicidad que depende de lo satisfechos o insatisfechos que estemos con nuestros logros y con las decisiones tomadas en el pasado y que nos han conducido hasta el presente. Evidentemente, este tipo de felicidad resulta difícil de cambiar de un día para otro.

Pues bien, en un trabajo muy reciente publicado en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences de los EE UU, el premio Nobel de economía, Daniel Khaneman, y un colaborador suyo, el Dr. Angus Deaton, que trabajan en el Centro de Investigación para la Salud y el Bienestar, de la universidad de Princeton, EEUU, publican sus investigaciones sobre los dos tipos de felicidad que experimentan sus conciudadanos estadounidenses. No sabemos, por tanto si los resultados de sus estudios serán de aplicación completa en España, pero debido a la proximidad de nuestros modos de vida, mucho más similares entre España y EEUU de lo que parece, pienso que algo podemos aprender de ellos sobre el estado de nuestra felicidad.

Bienestar, satisfacción y dinero

Los dos investigadores analizan con técnicas estadísticas avanzadas las más de 450.000 respuestas de la encuesta Gallup sobre el bienestar, realizada en los Estados Unidos, y encuentran que el bienestar emocional (medido mediante preguntas sobre la experiencias emocionales vividas el día anterior) y la satisfacción sobre la vida en general (determinada mediante otras preguntas específicas utilizadas en la encuesta) están relacionadas con el dinero de manera diferente.

Los investigadores revelan que el salario y el nivel educativo (que muchas veces van de la mano), están relacionados con el nivel de felicidad relativo a lo satisfechos que estamos con nuestra vida pasada y con los logros conseguidos. Sin embargo, el dinero está poco relacionado con el bienestar emocional experimentado en el día a día. En este caso, aspectos como la salud, el cuidado dado a los demás (hijos, familia, etc.), la soledad, o ser fumador, condicionan las emociones diarias que sentimos de manera mucho más importante que el dinero. Curiosamente, ser fumador está muy relacionado con la experiencia de emociones negativas, tal vez por lo cual los fumadores fuman, intentando compensar así con la nicotina la ausencia de placer cotidiano que experimentan en sus vidas.

No obstante, el bienestar emocional sí aumenta con el poder adquisitivo, pero sólo lo hace hasta un salario de unos 58.000 euros brutos anuales, a día de hoy. A partir de dicho nivel salarial, ganar más dinero no hace a nadie más feliz y son otros aspectos de la vida los que influyen entonces de manera determinante en la sensación de felicidad o infelicidad que podamos sentir.

Así pues, las conclusiones de este trabajo de investigación sugieren que el dinero sí puede comprar un tipo de felicidad, la satisfacción que sentimos con nuestra vida, pero no el otro, el nivel de bienestar emocional cotidiano que experimentemos. Sin embargo, lo más preocupante es que el estudio también demuestra que la falta de dinero y los bajos salarios están asociadas con una baja satisfacción sobre la vida y, además, exacerban la tensión emocional cotidiana causada por otros infortunios, como la enfermedad, o la soledad. Al parecer, si la riqueza no puede comprar la felicidad por completo, la pobreza puede regalarnos la infelicidad más pura. Una razón de peso, ahora avalada con datos científicos (aunque ciertamente no era necesario dicho aval), por la que es necesario luchar con fuerza y esperanza para erradicar la pobreza del mundo.