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Quilo de Ciencia

El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.

Teorías sobre las teorías de la conspiración.

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Un prominente signo de nuestro tempo es la difusión y defensa de ideas falsas y la negación de hechos probados. Puesto que la confirmación de muchos hechos se ha obtenido mediante la actividad científica, se han generado movimientos anticiencia que niegan hechos tan claros como que la Tierra es esférica, que el ser humano pisó la Luna, o que las vacunas son eficaces para protegernos de graves enfermedades.

Mientras creer en ciertas ideas falsas puede ser inofensivo, creer en otras puede llegar a ser mortal. Por ejemplo, creer que la Tierra es plana no acarrea graves consecuencias, si no es el escarnio y el ridículo de los demás, pero creer que las vacunas son perjudiciales para la salud puede conducir a nuestra muerte, o a la de seres queridos que dependen de nosotros para su supervivencia, como nuestros hijos pequeños.

Como fenómeno psicológico, este de las creencias falsas ha sido también objeto de investigación científica. Estudios realizados revelan que cuando los hechos probados contradicen o atacan a nuestras ideas más queridas, la respuesta psicológica de la mayoría no es negar o modificar sus ideas, sino negar o modificar los hechos. Surgen así “realidades alternativas” más acordes con lo que se cree, las cuales intentan invalidar los hechos probados. Entre estas “realidades alternativas” se encuentran las conspiraciones de todo tipo.

Estudios recientes han revelado otros factores que sustentan creencias en teorías de la conspiración y niegan hechos científicamente demostrados. Uno de ellos es la ansiedad, emoción muy fomentada en nuestros días debido a la rápida evolución de los acontecimientos y a la incertidumbre inherente a esa rápida evolución. La ansiedad aumenta la probabilidad de que creamos que algo o alguien la causa, ya que nos resulta muy difícil aceptar que el mundo pueda reducirse a un conjunto de eventos que nadie en realidad controla y del que todos somos víctimas. Deben, por consiguiente, existir conspiradores que lo manipulan todo y que son los verdaderos responsables de lo que sucede. Sin embargo, la primera idea es mucho más acorde con la realidad que la segunda.

El sentimiento de rechazo y alienación también aumenta la probabilidad de que creamos que fuerzas poderosas controlan el mundo. Si este sentimiento se une a la sospecha de que nuestra sociedad está en peligro, la inclinación a creer en teorías conspiratorias aumenta.

Otro factor que alimenta las teorías de la conspiración y anticientíficas es Internet. Los usuarios de las redes sociales suelen pertenecer a grupos de amigos que refuerzan sus ideas entre sí. Si somos atraídos por ideas anticientíficas, acabaremos perteneciendo a algún grupo en el que la mayoría pensará lo mismo que nosotros. Esto alimentará nuestras creencias e impedirá que las analicemos de forma objetiva. Por supuesto este fenómeno sucede sea cual sea la creencia que abracemos.

Sin embargo, aunque se van conociendo los factores que inducen el pensamiento anticientífico y la creencia en teorías de la conspiración, no se conoce aún por qué los humanos tenemos tendencia a pensar así y no somos más racionales. Me atrevo aquí a presentar la idea de que esta tendencia radica en nuestra historia evolutiva. Cuando vivíamos en clanes y pequeños poblados, el mundo era mucho más simple y lo que podía sucedernos dependía en gran medida de la acción seres humanos cercanos a quienes podíamos culpabilizar de nuestras desgracias. El mundo es mucho más grande y complejo hoy, pero nuestro cerebro no ha tenido tiempo de evolucionar para adaptarse completamente a él y sigue atribuyendo nuestros males a causas sencillas. Creer en una conspiración es mucho más fácil que considerar y analizar los complejos factores que han conducido a una situación concreta, además de que desplaza la culpabilidad fuera de nosotros mismos. Esto, no obstante, es solo mi idea particular.

¿Qué podemos hacer para contrarrestar esta tendencia tan humana, pero tan destructiva? Afortunadamente, la investigación indica que el aprendizaje del pensamiento crítico desde la infancia protege de la creencia en ideas sin fundamento. La educación es pues una fuerza fundamental y necesaria para que podamos un día conseguir convertirnos en seres tan racionales como lo somos emocionales.

Referencias: (1) Melinda Wenner Moyer. Why we believe in conspiracy theories. Scientific American. March, 2019, pp 58. (2) Stephan Lewandowsky et al. (2013) NASA Faked the Moon Landing—Therefore, (Climate) Science Is a Hoax: An Anatomy of the Motivated Rejection of Science.

Más información en el Blog de Jorge Laborda.

Obras de divulgación de Jorge Laborda

Quilo de Ciencia Volumen I. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen II. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen III. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen IV. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen V. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen VI. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen VII. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen VIII. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen IX. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen X. Jorge Laborda
Quilo de Ciencia Volumen XI. Jorge Laborda

Matrix de la homeopatía

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Una Luna, una civilización. Por qué la Luna nos dice que estamos solos en el Universo

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Adenio Fidelio

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