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Ulises y la Ciencia

Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.

Virus para Ulises, de la gripe al ébola.

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Los virus, unos seres tan pequeños que no se les puede ver con un microscopio normal, acompañan hoy a Ulises. Entre estornudos y sonoras expulsiones de mocos, nuestro amigo ha decidido dedicarles el programa de hoy.

Virus es una palabra latina que significa “veneno”. Haciendo honor a su nombre, cuando estos diminutos entes biológicos se apoderan de un ser humano no sólo lo torturan provocando dolores musculares, toses y mucosidades sino que, con cada estornudo, vuelan por millones a nuestro alrededor amenazando con infectar a todas las personas que nos rodean.

Los virus son entes tan extraños que ni siquiera se sabe bien cómo definirlos. Por un lado, un virus es un ser vivo, la prueba es que se reproduce con una prodigiosa facilidad, pero los seres vivos hacen algo más que reproducirse. Hasta la más simple de las bacterias, un ser vivo en toda regla, se alimenta, consume energía y crece, además de reproducirse. Los virus, salvo la reproducción, no hacen ninguna de las otras cosas que nos caracterizan como seres vivos. Un virus no es más que una molécula de material genético, rodeada por una carcasa de proteínas, en el mejor de los casos. Su existencia fuera de una célula no es muy distinta a cualquier molécula. Podríamos decir que son moléculas gordas. Incluso, si se purifican convenientemente, forman cristales. Y no hay cosa más ajena a la vida que la rigidez de un cristal.

Si las células son los seres vivos más pequeños que existen, los virus son los parásitos de las células. Cuando uno de estos objetos se pone en contacto con una célula, gracias a las proteínas de su carcasa, se pega a ella y abre un agujero en la membrana celular. Después, el material genético contenido en el virus pasa al interior y se produce una transformación como la del doctor Jekill y Mister Hide. Esa molécula genética despierta y comienza a utilizar el material celular en su propio provecho. Escoge unas moléculas del interior celular, las modifica y las reordena para crear copias de sí mismo. La célula se convierte, en pocos minutos, en un saco repleto de cientos de nuevos virus. Cuando el saco se rompe, salen al exterior, con su cara de buenos, como si de simples moléculas se trataran. Una transformación que dura hasta que encuentran una nueva célula para realizar su labor destructora.

Pero no se asusten, ni todos los virus son tan malos, ni nuestro organismo está tan indefenso contra ellos. Las proteínas que lleva en la superficie el virus de la gripe, por ejemplo, determinan su poder infeccioso. Se llaman antígenos. Cuando nuestro cuerpo las detecta responde como un ejército bien adiestrado: analiza las armas del enemigo y diseña armas químicas, anticuerpos, que les sirven de defensa. Las estrategias son diversas, unas veces el anticuerpo diseñado se combina con el antígeno del virus y lo neutraliza para que no pueda romper las membranas celulares. Otras veces, los anticuerpos sirven de señalización para que las células del sistema inmunitario se traguen a los invasores sin sufrir daño. Una vez que nuestro organismo ha aprendido a luchar y ha ganado la guerra, no suele olvidarlo y se inmuniza.

Pero la guerra es la guerra y algunos virus no son muy buenos a la hora de sacar copias de su material genético, cometen constantes errores en el código, mutaciones, unos errores que dan lugar a nuevas generaciones de virus resistentes a las armas del sistema inmune. Entonces, el ciclo comienza de nuevo y el organismo debe buscar nuevas armas con las que enfrentarse a ellos.

En todas las guerras hay múltiples batallas y unas se ganan y otras se pierden. Lo importante es vencer en la contienda. La historia está repleta de casos así. Durante siglos, la humanidad contó con las fuerzas exclusivas de sus defensas naturales para luchar y las plagas produjeron un número inmenso de bajas. Las cifras hablan por sí solas: La fiebre amarilla, una enfermedad provocada por un virus que es transmitido por un mosquito, mató al 95 por ciento de las personas infectadas en la epidemia de Río de Janeiro de 1898. La gripe acabó con la vida de 20 millones de personas durante el invierno de 1918 a 1919. El SIDA, producido también por un virus que se transmite por vía sexual y sanguínea, constituye, hoy mismo, una de las plagas más importantes de la historia.

No obstante, la evolución ha puesto nuevas armas sobre el campo de batalla: la inteligencia. Gracias a esta facultad que nos enorgullece como humanos, hemos podido desarrollar nuevas estrategias. En unos casos hemos desarrollado armas para luchar contra el agente transmisor, así se controló la fiebre amarilla matando al mosquito. En otros, hemos desarrollado vacunas que preparan y potencian el poder defensor del sistema inmunológico frente a futuras infecciones. Y encontrará, tarde o temprano, la forma de vencer a los enemigos que aún se resisten, como el SIDA. Pero la presencia de nuevos enemigos como el virus ébola son un índice de que la guerra contra estos agentes patógenos será larga. Tal vez no acabe nunca.

Hoy, como complemento a la historia de Ulises, les ofrecemos la entrevista con D. Enrique Tabares, catedrático de Microbiología en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid.


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