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En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.

Por qué solo nosotros. Lenguaje y evolución.

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El haber estado tantos años dedicado a la política no sólo de Estados Unidos sino tambien a muchos de los conflictos en el mundo ha hecho que Noam Chomsky haya visto disminuido su enorme aporte como académico. Sin embargo para él, la academia ha sido un refugio de la agitada y caótica vida pública. Su principal, aunque no único, campo de la lingüística ha sido uno plagado siempre por la controversia, aún antes de su aparición en escena. Tan pronto llegó al MIT en 1956, Chomsky no vio inconveniente en avivar el avispero.

Cuando Chomsky entró al campo de la lingüística se asumía como un hecho que la mente humana era como una hoja en blanco, sobre la que más tarde la experiencia escribiría. El lenguaje se entendía como un comportamiento aprendido, impuesto desde fuera a los niños para su adquisición. Este era el punto de vista del conocido conductista Skinner; el joven Chomsky ganó una notoriedad inmediata cuando mandó a la basura el libro de Skinner, Conducta Verbal, con una revisión que contenía el inicio de su pensamiento sobre el lenguaje, algo que condensó en su propio libro en 1957, Estructuras Sintácticas.

En un agudo contraste con el punto de vista del conductismo, Chomsky colocó al lenguaje humano como algo único, más que una extensión de otras formas de comunicación animal. Y aunque los humanos son tan diversos en sus lenguajes, él insistió que todos los lenguajes eran variantes de un único sistema básico. Aún más, ya que los niños con un desarrollo normal aprenden de forma rápida y espontánea sin que se les enseñe de una forma específica, a pesar incluso de padres negligentes, él asumió la habilidad para adquirir el lenguaje como innata, parte de la herencia biológica específica de los humanos.

Excavando más hondo, vio también como innatos muchos de los aspectos de la sintaxis, dejando tan sólo para ser aprendidos por los niños en desarrollo detalles periféricos que varían entre los diversos lenguajes. Cualquiera sea el elemento biológico que está por detrás de esa capacidad lingüística, lo que les permite a los humanos, y nadie más en el mundo viviente, tener y desarrollar el lenguaje, constituye la espina dorsal de una Gramática Universal, cableada en el cerebro.

Las primeras ideas de Chomsky supusieron luego que el lenguaje consistía de “estructuras superficiales”, la palabra hablada y “estructuras profundas” que eran los conceptos formados en el cerebro. Estos dos elementos estaban unidos por una “gramática de transformación” que gobierna la conversión del impulso saliente del cerebro en los sonidos externos del habla.

En los últimos cincuenta años, mucho de lo que Chomsky postuló en sus inicios se ha aceptado libre de controversia en el campo de la lingüística. Bueno, salvo los pocos entusiastas de la existencia de un lenguaje en los chimpancés; se reconoce la idea de que entre todas las criaturas vivas, la habilidad espléndida de adquirir y expresar el lenguaje es tanto una cualidad innata como única de la especiación humana. Más aún, con el paso del tiempo y con la colaboración de muchos colegas, Chomsky ha modificado sus ideas tanto en lo que se refiere a características que son únicas del lenguaje, como las que se adentran en la búsqueda de una teoría de su origen y los mecanismos que lo sustentan. En este sentido se ha concentrado más en cómo el cerebro crea las reglas que gobiernan la producción del lenguaje.

Estas nuevas ideas se condensan en el libro de reciente publicación, escrito junto con su colega Robert Berwick, un experto en computación cognitiva del MIT, “Why Only Us: Language and Evolution”**. Una colección de cuatro ensayos que fascinará a cualquiera interesado en ese extraordinario fenómeno del lenguaje. “El motor básico que dirige la sintaxis del lenguaje… es de lejos mucho más simple de lo que cualquiera hubiera pensado tan sólo hace unas décadas”, es un buen indicativo de lo que trae el libro.

Berwick y Chomsky dividen el problema de cómo evolucionó el lenguaje en tres partes: primera, un sistema de computación interno, segunda, sistemas motores y sensoriales para la producción del habla y tercera, el desarrollo de la complejidad del pensamiento del que depende el lenguaje. Sugieren que la biología detrás de la evolución del lenguaje se dio como resultado de una “mutación menor” en un miembro de la temprana población humana moderna. De acuerdo al registro arqueológico, este evento pudo haber ocurrido en el Este Africano hace unos 80 mil años, y produjo una novedad neuronal que pudo llevar a un “rico lenguaje del pensamiento”. Más adelante, este “lenguaje interno del pensamiento” se conectó con el sistema moto sensorial que vuelve posible el hablar.

Sin embargo, las opiniones de hoy en día sobre los orígenes del lenguaje están divididas de manera profunda. Por un lado están quienes piensan que el lenguaje es tan complejo y que está tan profundamente engranado en la condición humana que debe haber evolucionado de forma lenta en períodos inmensos de tiempo. Incluso creen que sus raíces van tan lejos como para haber ocurrido ya en Homo habilis, un homínido con un cerebro pequeñito y que vivió en África hace 2 millones de años.

Por el otro lado, Berwick y Chomsky creen que los humanos adquirieron el lenguaje más bien en tiempos recientes y en un evento abrupto.

Una dicotomía que seguirá abierta entre paleoantropólogos, arqueólogos, científicos cognitivos, etc., porque entre otras cosas, sólo hasta la reciente llegada de la escritura, el lenguaje no ha dejado ningún rastro duradero.

Un indicador para algunos podría estar en la fabricación de herramientas, actividad que inauguró el registro arqueológico hace unos dos y medio millones de años: enseñarle a alguien cómo hacerlas es una tarea tan complicada que por fuerza necesita utilizar el lenguaje. Pero también se puede hacer con sólo mirar, algo que fue demostrado por investigadores japoneses en dos grupos de estudiantes.

Como resultado debemos buscar un mejor indicador. ¿Por qué no comenzar entonces con la asociación lenguaje-inteligencia que todos los humanos modernos tienen hoy? Lo que hacemos de forma exclusiva es deconstruir nuestros mundos internos y externos en vocabularios de símbolos abstractos que podemos entonces combinar y recombinar en nuestras mentes para darles sentido. Lo podemos hacer porque nuestros cerebros están equipados para ello, algo que no sucede con nuestros primos chimpancés. La receta asociada con el lenguaje humano, cualquiera que sea, parece no tener límites porque a través del uso de reglas simples, un número limitado de símbolos puede ser manipulado para formar un número infinito de afirmaciones.

A lo largo de la evolución humana, ninguno de nuestros ancestros dio la más pequeña o esporádica evidencia de pensamiento simbólico sino hasta la aparición del Homo sapiens, quien de repente hizo, en forma de objetos explícitamente simbólicos, una tremenda afirmación: placas de color ocre grabadas con diseños geométricos que con certeza tenían un significado para quienes los manufacturaban.
Algo revolucionario le había sucedido a nuestra especie, aunque los detalles tienen que afinarse. Por ejemplo es más plausible en términos evolutivos que el lenguaje hablado y el pensamiento simbólico se dieran de forma simultánea, para lo que se requería un cerebro preadaptado (y con el tracto vocal adecuado al hablar moderno), a que ocurriera una alteración en los genes para la aparición el lenguaje, inducida por el sistema moto sensorial.

Pero la ciencia siempre está en movimiento y lo que hoy se toma como certeza, mañana no lo será. Y más aún si hablamos de la evolución del lenguaje humano.

(Josefina Cano, 03/2017)

*Why Only Us: Language and Evolution by Robert C. Berwick and Noam Chomsky. MIT Press, 2016.

Más temas en el Blog de Josefina Cano: Cierta Ciencia


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