El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Hoy vamos a dejar un poco de lado la ciencia para adentrarnos en la tecnología, una tecnología que, gracias a la era digital, tiene más usuarios cada día. Hablamos de fotografía con un profesional de la materia, Daniel Torrelló, una persona que conoce a la perfección las técnicas fotográficas anteriores y actuales y, además, es un gran aficionado a la ciencia.
Durante los minutos que dura la entrevista, Daniel comparte con nosotros su experiencia, explica los rudimentos de la fotografía, aclara el funcionamiento de los componentes más importantes de la cámara fotográfica y propone unos ejercicios prácticos para que podamos entender mejor sus explicaciones.
La conversación nos lleva a conocer la función del diafragma como controlador de la cantidad de luz y otras funciones, la óptica de las cámaras, los objetivos, los sensores, y conceptos como "tiempo de exposición", "profundidad de campo" o "temperatura del color". A medida que se suceden las explicaciones, tal vez por deformación profesional, no he podido evitar la comparación con la cámara fotográfica más sofisticada que existe: el ojo.
En una publicación de ciencia (Live Science) leí que el ojo humano pertenece a un grupo general conocido como "ojos-tipo-cámara". Me parece particularmente desafortunado el término porque, si bien el funcionamiento básico de una cámara fotográfica tiene muchas cosas en común con el ojo humano, para ser correctos, deberíamos decir que tiene más cosas en común con los ojos de las ballenas.
La luz procedente de los objetos que nos rodean llega a cada uno de nuestros ojos cargada de información. Desde un punto de la imagen parten rayos en todas las direcciones pero sólo vemos aquellos que se mueven en dirección al ojo y penetran en su interior por el agujero negro de la pupila. En su camino a través del ojo, los rayos van atravesando varias capas de tejidos transparentes: la córnea, membrana exterior en contacto con el aire, un líquido llamado humor acuoso, una lente llamada cristalino y una sustancia gelatinosa transparente que rellena todo el interior del ojo, llamada humor vítreo. Al paso por los distintos tejidos y fluidos biológicos los rayos luminosos se curvan convenientemente para formar una imagen nítida en una pantalla llena de sensores biológicos, llamada retina.
En el ojo humano, si el objeto está lejos, un conjunto de músculos se relajan y el cristalino, la lente interna, se hace menos curvo; si el objeto está cerca, los músculos se tensan y el cristalino engorda aumentando la curvatura. Ese cambio de curvatura de las lentes no lo pueden hacer las cámaras fotográficas, ellas se imitan más bien a los ojos de las ballenas. Estos mamíferos marinos tienen un sistema hidráulico que mueve su lente biológica hacia delante y hacia atrás, modificando la distancia a la retina, de esa manera consiguen ver bien tanto por encima como por debajo del agua.
La retina es una pantalla llena de células fotosensibles que supera, con creces, al más sofisticado de los sensores fotográficos que el ser humano haya logrado crear. La retina humana está preparada para distinguir colores cuando la luz ambiente es abundante, para ello tiene unos 7 millones de células, llamadas conos, divididas en tres tipos especializados en la captura de tres colores básicos: el azul, el rojo y el verde; cuando las condiciones de luminosidad son pobres, entran en acción otros 115 millones de células, llamadas bastones, que proporcionan una información en escala de grises. Hagamos una simple comparación: si cada célula sensora es un pixel de información, un ojo humano se asemeja a una cámara de más de 120 megapixels.
Gracias a los conos y a los bastones somos capaces de ver en condiciones muy diversas, tanto a plena luz del sol como en situaciones de considerable oscuridad. Las conexiones de estos fotorreceptores biológicos van al cerebro, el verdadero artífice de la visión. El cerebro es un procesador extraordinariamente poderoso que combina, en tiempo real, un volumen tan inmenso de información que deja nuestros más sofisticadas cámaras a la altura del betún.
Escuchen ustedes las explicaciones de Daniel Torrelló y si, una vez escuchada la entrevista, desean practicar con su cámara fotográfica, aquí les proponemos un par de ejercicios muy interesantes:
He aquí un conjunto de imágenes que ilustran la "profundidad de campo".
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