El neutrino es una partícula esquiva, en apariencia insignificante, pero necesaria para explicar el mundo. Ni la radiactividad, ni el big bang, ni el Modelo Estandar de la física de partículas serían posibles sin él. Con El neutrino, un blog nacido en febrero de 2009, el físico y escritor Germán Fernández pretende acercar al lector, y ahora al oyente, al mundo de la ciencia a partir de cualquier pretexto, desde un paseo por el campo o una escena de una película, hasta una noticia o el aniversario de un investigador hace tiempo olvidado.
Hace unos días he vuelto a ver Parque Jurásico. Sí, tengo debilidad por los dinosaurios. Aunque no les pongan plumas. Pero hay otra cosa en la película que me molesta, al margen de la imagen anticuada de los bichos: La simplista y engañosa explicación de la teoría del caos. Si hacemos caso al matemático de la película, parece que esa teoría predice que todo sistema complejo acabará provocando un desastre. No sé a qué esperan entonces las autoridades para cerrar los zoológicos. Que un tigre puede ser tan peligroso como un velocirraptor.
Pero no es eso lo que dice la teoría del caos. El diccionario de la RAE lo resume muy bien: “Comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos, aunque su formulación matemática sea en principio determinista.” El aleteo de una mariposa en Tokio puede provocar un huracán en Nueva York, sí, pero igual podríamos decir que el aleteo de una avispa en Madrid puede detener un tornado en Oklahoma. Se trata sólo de una metáfora sobre la impredecibilidad de los sistemas caóticos.
La teoría del caos no dice que los sistemas complejos sean caóticos en el sentido coloquial de la palabra, del mismo modo que la teoría de la relatividad no dice que todo sea relativo. La teoría del caos sólo dice que en los sistemas caóticos una minúscula alteración en las condiciones iniciales puede tener efectos muy grandes, buenos o malos. La historia está llena de ejemplos de comportamientos caóticos en sentido matemático cuyos resultados fueron beneficiosos para la humanidad. Como el caso de Ígor Sikorski y el mosquito.
Ígor Sikorski fue un pionero de la aviación. A él debemos, entre otras cosas, la actual configuración de los helicópteros, con un rotor principal en el plano horizontal y un rotor estabilizador vertical en la cola. En 1911, durante una prueba de uno de sus aviones, el motor se detuvo en pleno vuelo. El avión se estrelló pero, afortunadamente, Sikorski pudo salir por su propio pie, ileso. Al examinar los restos del motor, Sikorski encontró un mosquito que había obstruido el carburador. El accidente hizo pensar a Sikorski en la necesidad de equipar los aviones con varios motores:
“Los aviones nunca serán seguros mientras algo tan pequeño como un mosquito pueda destruir el motor. Es evidente que lo que hay que hacer es tener más de un motor para que cuando sea necesario se puedan repartir, uno para el mosquito y otro para el avión.”
A Sikorski le pareció evidente, pero su idea fue revolucionaria en la época. En 1913, Sikorski construyó el primer bimotor de la historia, que después de algunas pruebas se convirtió en cuatrimotor. Con una longitud de veinte metros, una envergadura de veintisiete y un peso de cuatro toneladas, era con mucho el avión más grande que se había construido hasta entonces. La opinión general era que un avión tan enorme no podría volar. Pero la opinión general se equivocaba. El avión, llamado Russky Vityaz (“caballero ruso”), podía transportar a siete pasajeros a más de cien kilómetros de distancia. Su sucesor, el Ilya Muromets, del que se construyeron más de ochenta unidades, fue el primer avión de línea de la historia.
¿Cómo sería la aviación de hoy si ese mosquito no se hubiera cruzado en el camino de Sikorski? No digo que ahora no tendríamos cuatrimotores y que volaríamos en zepelines, probablemente con el tiempo a alguien más se le habría ocurrido la idea, pero lo que es seguro es que la historia habría sido diferente.
El caso de Sikorski no es único. Unos años antes, un caluroso día de verano de 1906, una joven pareja hacía picnic en una isla del lago Okauchee, al oeste de Milwaukee (EE.UU.). Terminada la comida, a la chica se le antojó un helado, y él no supo negarse; tuvo que remar ocho kilómetros de ida y vuelta bajo un sol de justicia para complacer el capricho de su novia. Y encima el helado, como era de esperar, llegó derretido.
Este suceso banal, que probablemente se ha repetido infinidad de veces por todo el mundo con el simple resultado de una riña de enamorados y unos días de agujetas (para él), tuvo en este caso profundas y duraderas consecuencias que afectaron a la historia de Milwaukee y del mundo entero. El joven enamorado, un noruego emigrado de niño a los Estados Unidos, obsesionado con la mecánica y dueño de una fábrica de motores, llevaba un tiempo construyendo y probando automóviles experimentales, con poco éxito, para sorpresa y consternación de sus convecinos de Milwaukee. Lo ocurrido en el lago le dio la idea de aplicar el motor de explosión a la navegación. Así, un año más tarde, Ole Evinrude, pues ése era su nombre, inventaba el primer motor fuera borda práctico y fiable. ¿Qué habría sido del motor fuera borda si a la novia de Evinrude no se le hubiera antojado un helado?
El éxito comercial de los nuevos motores fue fulminante: En 1912, la empresa contaba ya con trescientos empleados. Uno de ellos era un fanático de las motocicletas llamado Arthur Davidson; pero ésa es otra historia.
OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ:
Infiltrado reticular
Infiltrado reticular es la primera novela de la trilogía La saga de los borelianos. ¿Quieres ver cómo empieza? Aquí puedes leer los dos primeros capítulos.
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