Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.
Mirar al cielo plagado de estrellas es un ejercicio de humildad que recomiendo a todo el mundo. Cada punto de luz del firmamento , salvo unos pocos, es un Sol, tal vez como el nuestro, rodeado quizás, como se está demostrando continuamente, de planetas. Ante tal inmensidad no podemos evitar preguntarnos: ¿Realmente estamos solos en el Universo? Sea cual sea la respuesta, la buscaremos porque, lo que sí tenemos, es una curiosidad insaciable.
Hoy Ulises nos habla de las posibilidades de vida extraterrestre y, como complemento, les invito a escuchar una conversación que mantuve con una persona extraordinaria que, desgraciadamente, ya falleció. Su nombre era Francisco José Yndurain, fue físico teórico y Catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid. Era profesor, en toda la dimensión de la palabra, y un investigador de talla internacional en Física de partículas, como lo demuestran sus más de 200 artículos científicos publicados en revistas de primera línea. Escribió varios libros entre los que se encuentra uno titulado “La teoría de las interacciones del quark y del gluón”, que es texto de referencia en muchas universidades. A su currículum impresionante como investigador hay que añadir la faceta de divulgador. Lo demostró muchas veces, una de ellas lo hizo con la publicación de un libro relacionado con el tema que hoy nos ocupa. Su título es ¿Quién anda ahí?. Fue este libro el que me llevó a entrevistarle poco antes de que nos dejara para siempre, a los 67 años de edad. Sus opiniones sobre el tema siguen siendo de rigurosa actualidad. Les invito a escuchar a Francisco José Ynduráin.
La ecuación de Drake
Crecemos enfrentándonos a lo desconocido. El primer choque viene en el momento de nacer y… no nos gusta nada. Cuando se nos pasa el berrinche comenzamos a investigar el mundo que nos rodea. En poco tiempo aprendemos a movernos, comenzamos a hablar y no tardamos en desarrollar estrategias para conseguir nuestros más preciados objetivos. Pero lo retos no acaban nunca. Cuando hemos aprendido a hablar descubrimos que no sabemos leer. Aprendemos a leer y pensamos que ya hemos roto todas las barreras que impedían nuestra comunicación. Sin embargo, la alegría dura poco. No tardamos en saber que existen otras lenguas extrañas que utilizan las mismas letras pero las ordenen de una manera incomprensible. Y para colmo de males descubrimos que no solo no las entendemos sino que ni siquiera sabemos leerlas.
Y cuando uno se acostumbra a esas “rarezas” aparecen otras lenguas cuyos alfabetos están formados por signos extraños, como el ruso o el griego antiguo. Incluso algunas se escriben al revés, de derecha a izquierda, como el árabe…. Total que después de tanto estudiar descubrimos que una persona sola, jamás logrará entenderse con todo el mundo. Sin embargo al mismo tiempo que descubrimos que es imposible saberlo todo, aprendemos que la humanidad en su conjunto, si puede hacerlo. Siempre hay alguien dispuesto a aprender cualquier cosa. Algunos se esfuerzan incluso por descifrar lenguas de civilizaciones desaparecidas hace mucho tiempo. Un ejemplo claro lo tenemos en los jeroglíficos egipcios.
La lengua del faraón
Durante cientos de años los visitantes de los monumentos levantados hace milenios por los faraones, quedaban maravillados por la profusión de símbolos que adornaban las paredes de los templos y palacios. Por todos lados había inscripciones con dibujos de leones, ojos, líneas onduladas y pájaros. Nadie conocía su significado. Un día del año 1801, un niño de 11 años llamado Jean François Champollion fue a visitar al gran físico y matemático francés Joseph Fourier. El chico era muy inteligente y, a pasar de su corta edad, ya había demostrado tener una notable habilidad para comprender las lenguas orientales. Cuando entró en el despacho de Fourier quedó fascinado por la colección de objetos que el sabio había traído de Egipto en una de sus expediciones con Napoleón. Tomó algunos de los objetos con sus manos y observó las inscripciones… ¿Qué significan? –preguntó. “Nadie lo sabe” -contestó el físico. Champollion quedó marcado para siempre por aquellos dibujos extraños. Tanto, que dedicó toda su vida a descifrarlos.
La clave para descifrar los jeroglíficos llegó hasta Champollión en una piedra de color negro encontrada en 1799 por un soldado de Napoleón en una ciudad egipcia que los franceses llamaban Rosetta. Era una piedra de basalto negro que contenía un mensaje, aparentemente idéntico, en tres idiomas diferentes. En la parte superior el mensaje estaba grabado en inscripciones jeroglíficas, en el centro en una especie de jeroglífico en cursiva llamado demótico medio y en la parte inferior estaba la clave de todo, el mensaje había sido grabado en griego antiguo. Cuando Champollion se puso a estudiar la piedra ya dominaba el griego así que pudo leer el contenido del mensaje con facilidad. Era una inscripción para conmemorar la coronación de Tolomeo V en el año 196 antes de Cristo. La comparación entre el texto griego y el jeroglífico le permitió dar con la clave. Resultó que aquellos signos cargados de figuras de ojos, pájaros, leones y líneas de muchos tipos eran letras. La “ele” era un león, la “a” un águila, la “P” un cuadrado…. y así, letra a letra, Champollion logró romper la barrera que impedía conocer la historia, la magia, la medicina o la filosofía de un pueblo extraordinario.
El éxito de Champollion llevó a pensar que podríamos comprender cualquier lengua por difícil que esta fuera. pero…. ¿Lograremos romper esa barrera con cualquier civilización aunque no pertenezca a nuestro planeta?. Los egipcios pensaban que la Tierra era el único lugar habitado del universo. Para ellos el firmamento era como una especie de toldo de tienda de campaña apoyado en las montañas que señalaban los cuatro rincones de la Tierra. Ahora sabemos que no es así. Sabemos que cada estrella es un sol lejano, que existen cientos de miles de millones de estrellas en cada uno de los miles de millones de galaxias que nuestros instrumentos han logrado distinguir.
¿Cuántas civilizaciones habrá repartidas por toda esa inmensidad?
Muchos piensan que estamos solos en el universo. Algunos lo hacen porque la existencia de una civilización extraterrestre haría tambalearse sus creencias religiosas o su poder político. Otros más que rechazar su existencia la temen porque si existen podrían ser una amenaza para la humanidad. Otros, en cambio no solo piensan que existen sino que aseguran haberlos visto, pero estos testimonios están tan mezclados con la superstición o la superchería que es imposible separar la paja del grano. Lo cierto es que no lo sabemos. Si existen, o no se han puesto en contacto con nosotros de una manera “oficial” o viven sus vida en estrellas lejanas sin saber nada de la Tierra. Pero el universo es inmensamente grande, la materia que en él existe y las leyes físicas que lo rigen son las mismas en todos sitios así que resulta difícil creer que en tamaña inmensidad estemos completamente solos. Pero, salvo que ellos decidan ponerse en contacto con nosotros lo único que podemos hacer es… buscarlos. Todos los datos que obran en nuestro poder indican que no hay civilizaciones, salvo la nuestra, en los planetas del sistema Solar así que tendremos que buscarlas en otras estrellas. ¿Cómo? Pues como ya se lleva haciendo decenas de años. Escuchando sus señales radioeléctricas con nuestros radiotelescopios.
La idea de buscar señales de civilizaciones extraterrestres surgió en 1959 a raíz de un artículo publicado por los estadounidenses Cocconi y Morrison, pero fue un joven radioastrónomo llamado Frank Drake quién lo intentó por primera vez en la primavera de 1960. Durante dos meses apuntó la antena parabólica de 25 metros de West Virginia hacia dos estrellas cercanas parecidas al Sol. La antena tan solo era capaz de sintonizar una frecuencia de radio y no es extraño que no encontrara nada. Sin embargo la valentía de Drake sentó un precedente y desde entonces se han estado buscando señales de radio procedentes de civilizaciones extraterrestres desde muchos lugares de la Tierra. Pero Drake no solo fue pionero en eso, estudió los factores que influyen en el nacimiento de una civilización técnicamente desarrollada como la nuestra y, apoyándose en ello, propuso una ecuación para calcular el número de civilizaciones del universo capaces de proporcionar señales que puedan ser captadas por un radiotelescopio.
Una ecuación para calcular el número de civilizaciones extraterrestres.
Lo que esa ecuación hace es utilizar una serie de factores que varían entre cero y uno. Si tomamos todas las estrellas de la Vía Láctea, tan solo una parte de esas estrellas tendrá un sistema planetario, así que ese es un factor. Entre las que tengan planetas, tan solo una parte tendrán algún planeta en un lugar adecuado para que se den las condiciones necesarias para la vida. Otro factor indica la proporción de estrellas en las que, además de tener planetas en buena situación, la vida realmente surge. La existencia de vida no implica que exista vida inteligente así que ese es otro factor. Además si existe vida inteligente debe haber alcanzado un nivel de desarrollo suficiente como para adquirir conocimientos técnicos. Y por último cabe la posibilidad de que esa civilización esté formada por seres tan brutos como para autodestruirse así que ese es el último factor la posibilidad de escapar a una destrucción producida por ellos mismos o por cualquier otra causa.
Si somos extremadamente pesimistas al asignar valores a los parámetros de la ecuación de Drake se obtienen del orden de 10 civilizaciones técnicamente desarrolladas en toda la Galaxia. El número es tan pequeño que de ser cierto lo más probable es que no las detectáramos nunca. No obstante, teniendo en cuenta el número de galaxias que hay en el Universo, en total, habría cientos de miles de millones de civilizaciones técnicamente desarrolladas. Si somos moderados al asignar valores a los parámetros de la ecuación de Drake, se obtienen del orden de 10 millones de civilizaciones ¡Solo en la Vía Láctea!. Desgraciadamente, aún en este caso, la cantidad es ridícula frente a los 100.000 millones de estrellas de la galaxia. Tan solo una de cada diez mil estrellas tendría una civilización capaz de mandar señales de radio al Cosmos. Si además no sabemos la frecuencia en la que emiten, dar con una de ellas es muy difícil. Tal vez algún día logremos detectar una señal inteligente de otro mundo, pero si eso ocurre aún necesitaremos un nuevo Champollión que descifre su lengua y nos abra las puertas de su conocimiento, su arte, su forma de vivir y su ciencia.
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