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Ulises y la Ciencia

Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.

Oyentes en el Cosmos.

Oyentes en el Cosmos. Ulises y la Ciencia podcast. CienciaEs.com

Nuestra galaxia tiene entre 200.000 y 400.000 millones de estrellas, de todas ellas, lo único que conocemos con certeza es que, alrededor de una ha florecido la vida. La nuestra, el Sol. Del resto no sabemos… NADA. Hace apenas 25 años ni siquiera habíamos podido descubrir planetas alrededor estrellas distintas a la nuestra. Pero el universo contiene cientos de miles de millones de galaxias, cada una de ellas plagada de estrellas, preñada de… incógnitas. Ése es el tamaño de nuestra ignorancia.
¿Cómo podemos buscar vida en el espacio extraterrestre entre esa infinidad de mundos distantes y desconocidos?

Detectar la presencia de bacterias o vida que, aunque sea inteligente, no haya logrado desarrollar una tecnología semejante a la nuestra, es una empresa difícil. Incluso en lugares cercanos, como Marte, a pesar de las naves que hemos enviado allí, todavía no podemos afirmar ni desmentir su existencia. La dificultad aumenta a medida que nos alejamos del Sol para investigar otros sistemas planetarios. Ante la imposibilidad de desplazar naves hasta ellos, nuestra búsqueda se debe basar en métodos observacionales, es decir observar, recoger la información que nos llega de esos lugares e intentar obtener de ellos alguna señal de la existencia de vida. Si no somos capaces de detectar vida microscópica en Marte, que está ahí, al lado de nuestra casa, difícilmente lo lograremos en un planeta situado a una distancia tal que, aun viajando a la velocidad de la luz, su señal tarda años en llegar.

Otra cuestión sería si la señal recibida contuviera indicios de la existencia de civilizaciones tecnológicamente desarrolladas, porque sabemos que una civilización así se comunica mediante ondas electromagnéticas que, a diferencia de las de origen natural, llevan impresas patrones inequívocamente artificiales. Claro que esa es una comunicación posible en ambas direcciones, es decir, esa supuesta civilización también podría detectar nuestras señales si enfocara un radiotelescopio lo suficientemente potente hacia la Tierra. Visto así, una forma de afrontar el problema sería plantearlo al revés: ¿por qué no le damos la vuelta a la tortilla y pensamos en cómo podría una civilización alienígena, con un desarrollo tecnológico semejante al nuestro, detectar nuestras emisiones de radio o televisión?
Comencemos un viaje más allá del Sol, empezando por las estrellas más cercanas a nosotros.

Pongámonos en el lugar de un supuesto alienígena que capta, sorprendido, señales procedentes de la Tierra desde un planeta que circunda la estrella más cercana a nosotros, Próxima Centauri b. Este planeta es real, se descubrió en 2016, tiene un tamaño ligeramente superior a la Tierra y, lo que es más interesante, se encuentra dentro de lo que se conoce como “zona habitable” de su estrella, es decir, una zona en la que podría existir agua líquida que, como sabemos, es la base fundamental para el desarrollo de seres vivos. Pongámonos en su lugar. Si allí habitara una civilización capaz de captar las señales de radio o televisión procedentes de la Tierra, en estos momentos, recibiría la noticia de que la nave New Horizons estaba llegando Plutón, en 2015.

Las señales que la NASA enviaba a la New Horizons cuando sobrevolaba Plutón tardaban 4 horas y 25 minutos en llegar. Esas mismas señales han seguido viajando, a la velocidad de la luz, cruzando el enorme vacío cósmico que nos separa de Próxima Centauri B y están llegando allí en estos momentos, más de 4,27 años después de su emisión. Esa es la gran paradoja, a medida que nos alejamos de la Tierra, para cualquier observador, la historia terrestre retrocede en el tiempo. Si ese supuesto alienígena quisiera contactar con nosotros y nos enviara, en este mismo momento, un mensaje de felicitación, éste tendría que recorrer la distancia que nos separa durante otros 4,27 años y sería recibido aquí a finales de 2023. ¡Quien sabe! Puede que esa respuesta esté de camino en estos instantes.

Pero no vamos a tener la suerte de que, precisamente en la estrella más cercana a nosotros, vaya a haber vida, además que esa vida sea inteligente y, por si fuera poco, que tenga capacidad tecnológica para detectarnos. Lo más probable es que esos seres, si existen, estén más lejos. Una posibilidad está a 12,5 años luz. A esa distancia se encuentra una estrella enana roja, mucho más pequeña que el Sol que, curiosamente, a pesar de su cercanía, no fue descubierta hasta 2003 por un tal Teergarden, quien le dio su nombre. Es lógico que fuera tan difícil de ver, a pesar de su cercanía, porque es unas 1500 veces menos brillante que el Sol y diez veces menor. Dadas las diferencias, Teergarden no parece ser un candidato estelar capaz de competir con nuestra estrella a la hora de dar luz a la vida, sin embargo, recientes investigaciones han revelado lo equivocado que es ese razonamiento.

Utilizando el instrumento CARMENES, situado en el observatorio Hispano-Alemán de Calar Alto, investigadores de varios países han logrado detectar dos planetas de tamaño semejante a la Tierra, ambos orbitan dentro de la zona habitable. Si en cualquiera de ellos hubiera vida y una civilización tecnológicamente avanzada y tuvieran unos potentes radiotelescopios apuntando hacia nosotros recibirían en estos momentos las señales del concierto de Año Nuevo de 2007 dirigido por Zubin Metha.
Mucho más lejos se encuentra un planeta la estrella Gliese 163, una enana roja, también más fría y pequeña que el Sol, alrededor de la cual se han descubierto al menos cinco planetas. Uno de ellos, denominado “Gliese 163 c”, orbita alrededor de la estrella dentro de la zona habitable. Es bastante más grande que la Tierra, unas 6,8 veces mayor, y gira alrededor de la estrella una vez cada 25 días. A pesar de tan enormes diferencias, al menos teóricamente, la vida es posible. Por supuesto, debido a la gravedad, sus habitantes serían muy distintos a nosotros. Pero, si existieran y hubieran podido desarrollar una tecnología equivalente a la nuestra, en estos momentos serían testigos de la llegada del primer ser humano a la Luna.

A medida que nos alejamos del Sol en busca de civilizaciones capaces de detectar las señales terrestres, las noticias que nos lleguen son más y más antiguas. Así, una civilización que estuvieran en un planeta situado a una distancia entre 75 y 80 años luz de nosotros podría sintonizar las comunicaciones emitidas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, si son extraterrestres de un planeta que gire alrededor de una estrella aún más lejana, por ejemplo una que se encuentre a la distancia de la estrella Dubhe, la más brillantes de la Osa Mayor, la única señal inteligente que podría detectar, en este mismo instante, sería la producida por las primeras transmisiones de Marconi, en 1897.

A esa distancia se acaban los signos inteligentes del planeta Tierra. Cualquier civilización que enfoque sus instrumentos hacia el Sistema Solar desde un lugar más alejado, no puede recibir ninguna señal electromagnética artificial de nosotros. La Tierra que podrían observar, si pudieran, aún no ha utilizado las señales de radio o televisión por la simple razón de que todavía no se han inventado. Nuestras emisiones tan sólo pueden detectarse desde una distancia de 122 años alrededor nuestro. Más allá, la Tierra está en silencio ¿Como es de grande esa frontera?. Supongamos que nuestra galaxia, la Vía Láctea, fuera como una ciudad del tamaño de Madrid, o cualquier otra capital de tamaño medio. Todos los que pueden escucharnos se encontrarían en una esfera de diez metros a nuestro alrededor. Nuestra voz apenas podría ser escuchada por el vecino del piso de al lado. El resto no podría vernos ni oírnos. No existiríamos para ellos.

Ahora que sabemos hasta donde podemos ser escuchados, veamos qué podemos escuchar nosotros. En principio podríamos detectar cualquier civilización que emitiera ondas de electromagnéticas con la única condición de que su vida tecnológica sea mayor que la distancia en años-luz que nos separa de ellos. Imaginemos que alguno de nuestros radiotelescopios detecta una señal inteligente del exterior. Si la estrella de origen estuviera e 1000 años luz, esa señal nos daría una información de lo que pasó allí hace un milenio. En estos momentos, esos seres estarían mil años más avanzados que en el momento que los observamos. Si la señal viniera de otra galaxia, sintonizaríamos noticias que tienen millones de años de antigüedad ¿Cómo será hoy una civilización que nos lleva 100, 1000 o millones de años de ventaja? Mirad lo que ha ocurrido aquí en el último siglo y comprenderéis que la mayoría de los avances que ahora disfrutamos eran inimaginables hace tan solo unas décadas. No es posible, pues, abarcar con la imaginación semejante reto. Pero, en ese caso, al menos obtendríamos una gran victoria, al fin habríamos encontrado la repuesta a una de las preguntas más importantes de la humanidad: ¿Estamos solos en el universo?

(Autor: Angel Rodríguez Lozano)


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