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La historia de las aves terrestres extintas está llena de criaturas de todos los tamaños, muchas de ellas auténticos gigantes, como los colosales moas de Nueva Zelanda o el ave elefante de Madagascar. Aunque hoy han desaparecido, sus restos fósiles nos revelan que pertenecieron a aves incapaces de volar, que podían superar los tres metros de altura y ponían huevos de hasta 30 centímetros, mucho más grandes que los de un avestruz. Antonio Monclova, nuestro invitado en Hablando con Científicos, nos propone en su libro Historia de las aves terrestres extintas un viaje apasionante a través del tiempo, desde los orígenes de las aves en plena era de los dinosaurios hasta la desaparición de algunas de las especies más sorprendentes que hayan existido.
La hiena gigante, Pachycrocuta brevirostris, vivió entre el Plioceno medio y el Pleistoceno medio, hace entre 3 millones y 500.000 años, y se extendió por Eurasia y el sur y el este de África. La hiena gigante medía un metro de altura en la cruz y pesaba más de 100 kilos. Era la mayor hiena conocida, y sus mandíbulas, las más fuertes de todos los carnívoros, eran capaces de fracturar huesos de elefante.
¿Por qué las creencias en seres sobrenaturales están mundialmente extendidas, aunque no todos crean en el mismo dios o dioses y, de hecho, existan docenas de religiones menores? Es esta una pregunta científica frente a un hecho incontestable, para la cual, como sucede en todas las ciencias, se han emitido hipótesis que intentan aportar una explicación. Para estudiar la evolución natural de las religiones e intentar esclarecer qué demonios sucedió en los albores de la civilización, varios investigadores australianos y neozelandeses emplean métodos filogenéticos, prestados de las ciencias biológicas, para averiguar la evolución de las religiones en las culturas austronesias, aquellas que pueblan diversas islas del Pacífico y del Índico, desde Madagascar a la isla de Pascua.
Investigadores de la Facultad de la Tierra y la Exploración Espacial de la Universidad de Arizona, USA, intentan averiguar qué características deben poseer las estrellas similares al Sol para que evolucionen lentamente y, por consiguiente, mantengan estables más tiempo sus zonas habitables. Estos investigadores han descubierto que la composición química de estas estrellas influye de manera determinante en su evolución.
Se ha estimado que desde 1840 la esperanza de vida en los países desarrollados ha crecido a una tasa de tres meses por año, es decir, cada año transcurrido uno puede esperar vivir tres meses más que el anterior. Investigadores de varios países han realizado interesantes comparaciones entre los perfiles de mortalidad en diferentes etapas evolutivas de nuestra especie, y también entre dichos perfiles y los perfiles de mortalidad de animales de laboratorio manipulados de diversas formas para alargarles la vida. Estas comparaciones revelan hechos sorprendentes.
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