La ciencia no deja de asombrarnos con nuevos descubrimientos insospechados. En el podcast Ciencia Fresca, Jorge Laborda Fernández y Ángel Rodríguez Lozano discuten con amenidad y, al mismo tiempo, con profundidad, las noticias científicas más interesantes de los últimos días en diversas áreas de la ciencia. Un podcast que habla de la ciencia más fresca con una buena dosis de frescura.
Dos nuevas mutaciones y un viejo método: lo que nos enseña el virus de la gripe H5N1
El virus de la gripe aviar H5N1 vuelve a ocupar titulares, y no por casualidad. Dos investigaciones publicadas en Science Advances muestran la extraordinaria capacidad de este virus para adaptarse y, al mismo tiempo, la eficacia de medidas sencillas que la ciencia nos legó hace más de un siglo.
La primera noticia llega desde Corea del Sur y Estados Unidos, donde investigadores han identificado dos mutaciones que hacen que la variante norteamericana del H5N1 sea mucho más peligrosa que su homóloga europea. El estudio, realizado en hurones —el mejor modelo animal para la gripe humana—, reveló que basta con cambios en dos genes internos del virus, PB2 y NP, para que este se multiplique más deprisa, infecte células inmunitarias, se disemine por el organismo y alcance el sistema nervioso. Los hurones infectados con el virus mutado murieron en pocos días, mientras que aquellos infectados con la variante europea sobrevivieron.
Este hallazgo es particularmente relevante porque desmonta una idea muy extendida: que el nombre de un virus, como H5N1 o H1N1, lo dice todo sobre su peligrosidad. En realidad, esas letras designan las variantes de dos proteínas de la superficie del virus: la hemaglutinina (H), que permite la entrada en las células, y la neuraminidasa (N), que facilita la salida de los nuevos virus. Son piezas clave en la infección, pero no las únicas. Mutaciones en otras proteínas internas, como la polimerasa PB2 o la nucleoproteína NP, pueden ser determinantes para la virulencia, la capacidad de transmisión y la adaptación a nuevas especies.
La segunda noticia nos lleva a un terreno mucho más cercano: la leche que bebemos. En Estados Unidos, el virus H5N1 se ha detectado en vacas lecheras desde 2024, y análisis recientes mostraron que hasta un 30 % de la leche pasteurizada contiene fragmentos del virus. ¿Debemos preocuparnos? Investigadores de St. Jude Children’s Research Hospital han demostrado que no. En experimentos con ratones, la leche correctamente pasteurizada, incluso cuando contenía proteínas virales inactivadas, no causó enfermedad ni muerte. Por el contrario, la leche mal pasteurizada con virus activo resultó letal. Más aún, en ratones que ya tenían inmunidad previa frente a la gripe H1N1, el consumo de leche pasteurizada con restos de H5N1 reforzó su protección contra el virus.
El mensaje es claro: la pasteurización funciona. Desde que Louis Pasteur desarrolló el método en el siglo XIX, este proceso ha salvado millones de vidas al inactivar bacterias y virus presentes en alimentos. Hoy, en plena era de brotes zoonóticos y desinformación, conviene recordar que lo “natural” no es necesariamente más sano. Beber leche cruda no es un gesto de autenticidad, sino una apuesta de riesgo.
La lección conjunta de estos dos estudios es doble: por un lado, los virus como H5N1 tienen una plasticidad genética enorme que puede convertirlos en amenazas globales con solo un par de mutaciones; por otro, la ciencia también nos proporciona defensas poderosas, a veces tan simples como calentar la leche durante unos segundos.
Si algo podemos aprender es que la civilización progresa cuando reduce los riesgos de la naturaleza con conocimiento y técnica. Vacunarse y consumir alimentos seguros no son imposiciones arbitrarias, sino las mejores armas para vivir más y mejor.
Lo explica Jorge Laborda (01/10/2025)
La Luna y el ciclo menstrual: una sincronía debilitada por la luz artificial
Un artículo publicado en Science Advances por investigadores de la Universidad del Neurobiology and Genetics, Biocenter de la Universidad Julius-Maximilians de Würzburg explora la antigua cuestión de si existe una sincronización entre el ciclo menstrual de las mujeres y los ciclos de la Luna. La idea no es nueva: en muchas especies animales, sobre todo acuáticas, la reproducción está estrechamente vinculada a fases lunares concretas, lo que incrementa sus probabilidades de éxito. En el caso de los seres humanos, el ciclo menstrual tiene una duración media cercana a los 29,5 días, similar al mes sinódico lunar (tiempo entre dos lunas llenas), lo que desde hace décadas ha llevado a preguntarse si existe una influencia directa de la Luna en la fisiología reproductiva femenina.
Estudios realizados en la segunda mitad del siglo XX sugerían que la menstruación tendía a coincidir con la luna llena o la luna nueva en mujeres cuyos ciclos se aproximaban a los 29,5 días. Investigaciones en población estadounidense y china encontraron patrones que reforzaban la hipótesis de un “reloj circalunar” humano. Sin embargo, análisis más recientes —basados en grandes bases de datos recogidas mediante aplicaciones móviles— no detectaron esa correlación, generando escepticismo en la comunidad científica.
Para resolver estas discrepancias, el equipo dirigido por Charlotte Helfrich-Förster recopiló 176 registros de menstruaciones a largo plazo (algunos de más de 30 años), abarcando datos desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. Se analizaron no solo las fases lunares clásicas (llena y nueva), sino también otros dos ciclos astronómicos: el mes anomalístico (perigeo y apogeo) y el mes trópico (paradas lunares). Los resultados confirman que, antes de 2010, la sincronización con los ciclos lunares era estadísticamente significativa tanto a nivel individual como poblacional. Sin embargo, a partir de esa fecha, la coincidencia desaparece en los datos agrupados.
Los autores vinculan este cambio a la creciente exposición a la luz artificial nocturna. La introducción masiva de diodos LED, el uso de teléfonos inteligentes y la iluminación urbana habrían enmascarado las señales luminosas de la Luna y, además, modificado la duración del ciclo menstrual, acortándolo en muchos casos. Como consecuencia, se redujo la probabilidad de que los ciclos menstruales pudieran arrastrarse hacia los ritmos lunares.
No obstante, el estudio detecta que el acoplamiento no ha desaparecido por completo. Se mantiene en circunstancias en las que las fuerzas gravitacionales de la Luna y el Sol se refuerzan mutuamente: durante el perihelio (principios de enero), en coincidencia con los solsticios y en ciclos de larga duración como el Saros. Incluso búsquedas en Google Trends sobre “dolor menstrual” muestran un incremento en esas fechas, lo que constituye una evidencia independiente y complementaria.
En conclusión, los resultados apoyan la existencia de un reloj circunlunar en los seres humanos, que puede sincronizarse de forma intermitente con los tres principales ciclos lunares. Sin embargo, este mecanismo es sensible a factores externos, especialmente la luz artificial nocturna, que ha alterado notablemente la relación entre menstruación y fases lunares en el mundo moderno. Así, el estudio no solo arroja luz sobre un antiguo debate científico, sino que también plantea interrogantes sobre cómo el estilo de vida actual puede estar influyendo en aspectos fundamentales de la biología reproductiva humana.
Lo explica Angel Rodríguez Lozano (01/10/2025)
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