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La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.

Cien años sin palomas migratorias

Cien años sin palomas migratorias - Podcast Zoo de Fósiles - CienciaEs.com

Recordando a Martha, la última superviviente.

Hace cien años, el 1 de septiembre de 1914, moría en el zoo de Cincinnati Martha, el último ejemplar de paloma migratoria (Ectopistes migratorius), una especie que sólo un siglo antes había sido el ave más abundante de Norteamérica y posiblemente del mundo. Se estima que, cuando los europeos llegaron a Norteamérica, había entre tres y cinco mil millones de palomas migratorias; en comparación, el número de palomas comunes en el continente hoy en día es de unos once millones. Durante su periodo de esplendor, una de cada cuatro aves en Norteamérica era una paloma migratoria.

De tamaño similar a las palomas domésticas, el cuerpo de la paloma migratoria es más esbelto y aerodinámico, como corresponde a su vuelo ágil y rápido; puede alcanzar los 100 kilómetros por hora. La cabeza es pequeña, y las alas y la cola largas y afiladas. El pico es negro, y las patas rojizas, sin plumas. El plumaje de los machos es azul grisáceo en la cabeza y el dorso, con reflejos metálicos a los lados del cuello, el pecho rojizo o anaranjado y el vientre blanco. Tiene un círculo rojo alrededor de los ojos, y algunas motas negras en las alas; los extremos de las alas y la cola también son negros. Las hembras, algo más pequeñas, son de color grisáceo, cobrizo o leonado, con la cabeza y parte de las alas de un azul pálido.

La paloma migratoria vivía en los bosques frondosos del este y el centro de EE.UU. y del sur de Canadá, al este de las montañas rocosas. Hace cien mil años, se extendía al este de esas montañas, hasta California. Se alimentaba de frutos secos, bayas, orugas, caracoles y lombrices, que encontraba en los árboles o en el suelo.

Los bosques donde habitaba la paloma migratoria estaban dominados por el roble blanco americano (Quercus alba), que germina en otoño y produce bellotas en primavera, a tiempo para que las palomas las devorasen y dispersaran sus semillas durante su migración. Pero la desaparición de las palomas ha alterado el equilibrio ecológico, y hoy en día esos bosques están dominados por el roble rojo americano (Quercus rubra).

Bandadas que nublaban el cielo

La paloma migratoria era una especie social, que se desplazaba en bandadas de decenas o cientos de miles de individuos. Según los testimonios de la época, estas bandadas oscurecían el cielo a su paso, y el aleteo producía un ruido y una brisa apreciables. Las bandadas vuelan a una altura de entre cuatrocientos metros y sólo un metro sobre el suelo, en condiciones de viento fuerte. Cuando llegan a una zona de alimentación, permanecen allí un mes, y cuando han agotado los recursos, vuelan a otro lugar. Pueden tardar una década o más en regresar al mismo sitio, para dar tiempo a que la vegetación se recupere.

En 1759, el naturalista sueco-finlandés Pehr Kalm escribió:

En la primavera de 1749, llegó desde el norte a Pensilvania y a Nueva Jersey un número increíble de estas palomas. La nube que formaban en vuelo se extendía en una longitud de tres a cuatro millas y una anchura de más de una milla, y volaban tan apretadas que el cielo y el Sol se oscurecieron, la luz del día disminuyó sensiblemente a su sombra. En una distancia que podía llegar hasta las siete millas, los grandes árboles, igual que los pequeños, estaban tan invadidos que era difícil encontrar una rama que no estuviera ocupada. Cuando se lanzaban sobre los árboles, su peso era tal que no sólo las ramas gruesas se arrancaban de cuajo, sino que la carga hacía caer los árboles menos sólidamente arraigados. El suelo bajo los árboles donde habían pasado la noche quedaba totalmente cubierto de montones de excrementos.

La bandada más grande de la que se tiene noticia, observada en 1866 en el sur de Ontario, medía quinientos kilómetros de largo y kilómetro y medio de ancho, y en las catorce horas que tardó en pasar, provocó una disminución apreciable de la temperatura; se estima que estaba formada por más de tres mil quinientos millones de aves, una parte sustancial del total de la población de la especie. Otra bandada, descrita por el naturalista John James Audubon en 1830, tardó tres días en pasar: —
Desmonté, me senté en una prominencia, y empecé a marcar con el lápiz un punto por cada bandada que pasaba. En poco tiempo, encontrando la tarea que había emprendido impracticable, ya que las aves pasaban en incontables multitudes, me levanté, y contando los puntos que había inscrito, encontré que había hecho 163 en veintiún minutos. Continué mi viaje, y aún encontraba más cuanto más avanzaba. El aire estaba literalmente lleno de palomas, la luz del mediodía estaba oscurecida como por un eclipse; los excrementos llovían como copos de aguanieve, y el continuo rumor de alas arrullaba mis sentidos… Antes del anochecer llegué a Louisville, distante de Hardensburgh cincuenta y cinco millas. Las palomas seguían pasando sin disminuir su número, y continuaron haciéndolo durante tres días consecutivos.

La vida de la paloma migratoria

Las palomas migratorias forrajean en el suelo, volteando hojas, tierra y nieve con el pico en busca de alimento. La bandada, que vuela más de cien kilómetros diariamente desde su lugar de descanso en busca de comida, se posa en el suelo en un grupo compacto y va rodando literalmente, ya que las aves que se van quedando atrás vuelan sobre las otras y aterrizan en la cabecera del grupo, soltando hierbas y hojas durante el vuelo. Pero nunca se alejan demasiado unas de otras. Mientras forrajean, las palomas van almacenando la comida en el buche, que puede crecer hasta el tamaño de una naranja. Cuando acaban, se posan en una rama para digerirla.

En primavera, las palomas vuelan a la zona de nidificación, en el nordeste de EE.UU. Las colonias de nidificación, que a veces no se forman hasta varios meses después de la llegada de las palomas, son inmensas, largas y estrechas, y cubren entre decenas y miles de hectáreas. En 1871, 136 millones de palomas anidaron en una región de 2.200 kilómetros cuadrados en Wisconsin.

Las colonias de palomas migratorias eran también el punto de reunión de muchos depredadores; zorros, comadrejas, halcones… se congregaban alrededor de las áreas de cría y se daban un festín con aquella provisión ilimitada de presas fáciles. Pero por muchas palomas que devoraran, siempre quedaban muchísimas más para procrear y perpetuar la especie.

El cortejo y el apareamiento se desarrollan en la colonia, y duran dos días; el macho vuela en círculos sobre la hembra, se posa en su rama, despliega y agita las alas e intenta frotar el cuello contra el de ella. Si la hembra se muestra receptiva, las palomas se acicalan mutuamente y se besuquean con el pico antes de la cópula.

La hembra elige la rama donde construirán el nido posándose en ella y agitando las alas. Durante entre dos y cuatro días, el macho va aportando ramitas que la hembra utiliza para construir un nido ligero, aplanado y endeble, de unos quince centímetros de diámetro, seis de alto y dos de profundidad, y situado a una altura sobre el suelo de entre dos y veinte metros.

Los nidos se encuentran tan juntos que a veces se tronchan las ramas sobre las que reposan. Puede haber más de cien nidos en un solo árbol; en un falso abeto llegaron a contabilizarse 317 nidos. Bajo los árboles, se acumulan los excrementos hasta una altura de treinta centímetros. Tras el paso de las palomas, pocas plantas volvían a crecer durante años, y la capa de excrementos aumentaba la frecuencia y la intensidad de los incendios forestales.

La hembra pone un único huevo, generalmente en la primera mitad de abril. A veces, si el nido no está acabado, lo pone en el suelo o en el nido de otra hembra. El huevo es blanco y ovalado, de cuatro centímetros de largo y tres y medio de ancho. Si se malogra, la hembra puede poner un segundo huevo una semana más tarde. Se sabe del caso de una colonia entera que volvió a anidar tras verse forzada a abandonar los huevos por una tormenta de nieve.

Macho y hembra se turnan para incubar hasta que el huevo hace eclosión al cabo de entre doce y catorce días. El polluelo recién nacido es ciego, y está cubierto por un plumón amarillento. Se alimenta durante tres o cuatro días de leche de paloma, una secreción del buche de ciertas aves, que producen tanto el macho como la hembra. Después de dos semanas, el pollo pesa tanto como sus padres, y éstos abandonan el nido. El polluelo los llama en vano durante todo el día, y después se deja caer al suelo y pide alimento a los adultos cercanos. A los tres días ya puede emprender el vuelo, y al año siguiente ya estará en condiciones de reproducirse. Cuando todos los pollos se han ido, la colonia se deshace.

El hambre y la demencia acaban con la especie

Las palomas migratorias eran una importante fuente de alimento para los nativos americanos, que las cazaban con palos y redes. Desde los primeros tiempos de la colonización europea fueron objeto de una caza masiva. Debido a su enorme número, era muy fácil cazarlas. Un solo disparo de una escopeta de perdigones podía abatir varias decenas de palomas. En una competición de caza se ofreció una recompensa a los cazadores que abatieran más de treinta mil aves.

Las palomas migratorias se utilizaron para fabricar piensos para cerdos, y su grasa se usaba como sucedáneo de la mantequilla. Llegaron a constituir la base de la alimentación de las clases más pobres y de los esclavos, ya que era la carne más barata: en 1805, en Nueva York, una paloma migratoria sólo costaba un centavo. Se sabe de un cazador que, a lo largo de su carrera, llegó a expedir tres millones de palomas a las ciudades del este. Las plumas de la paloma migratoria se pusieron de moda para rellenar colchones y almohadas, hasta el punto de que, durante un tiempo, todas las dotes en la ciudad de Saint-Jérôme, en Quebec, incluían un colchón y almohadas hechos con plumas de esta ave. En 1822, en el estado de Nueva York, una sola familia mató cuatro mil palomas en un día sólo por sus plumas. Incluso se creía que la sangre, las tripas y los excrementos tenían propiedades medicinales.

Al extenderse los cultivos de cereales por el centro de los EE.UU., se consideró a las palomas como una plaga, y se organizaron matanzas masivas. Durante todo el siglo XIX, la población de palomas migratorias sufrió un declive, pero el mayor descenso se produjo entre 1870 y 1890. Sin embargo, se siguieron cazando con el mismo afán, con fuego, grandes redes, escopetas de perdigones, e incluso primitivas ametralladoras. También contribuyó al declive de la especie la tala de los bosques donde se alimentaba y anidaba, para dedicar grandes extensiones a la agricultura.

Desde 1870 ya no se veían las inmensas bandadas de otros tiempos, pero, aún así, en 1878, en una colonia de nidificación de Michigan, los cazadores abatieron cincuenta mil palomas diarias durante cinco meses. En 1880 se consideró que la extinción era irremediable, así que se intentó la cría en cautividad de la especie. Pero todos los intentos fracasaron, seguramente debido al carácter social de la paloma migratoria y a la estrecha relación entre la migración en grandes bandadas y la cría. Como dijo el biólogo estadounidense Paul R. Ehrlich, la extinción de la paloma migratoria ilustra un principio muy importante de la biología conservacionista: no siempre es necesario matar a la última pareja de una especie para provocar su extinción.

Todavía en 1896 se llevó a cabo una matanza en una colonia de cría; un cuarto de millón de individuos, todos los adultos presentes, fueron sacrificados y embarcados en un tren. Las crías y los huevos quedaron a merced de los depredadores. Pero el tren que los transportaba no llegó nunca a su destino; descarriló, y las palomas quedaron desparramadas y abandonadas alrededor de las vías.

Una veda para proteger lo que ya no existía

En 1897 un proyecto de ley trató de preservar la especie decretando una veda de diez años, pero ya era tarde. La última paloma migratoria salvaje de la que se tiene noticia fidedigna fue abatida por un niño en Ohio en marzo de 1900. A principios del siglo XX, el zoólogo estadounidense Charles Otis Whitman intentó la cría en cautividad con una docena de palomas migratorias en la Universidad de Chicago, una vez más sin éxito. La última, llamada Martha, murió en el zoo de Cincinnati, con una edad de entre 17 y 29 años, muy avanzada para una paloma, el 1 de septiembre de 1914.

En 1909, la Unión de Ornitólogos Americanos había ofrecido una recompensa de 1200 dólares a quien encontrara un nido de paloma migratoria, y en 1910 elevó la cifra a 3000 dólares. El zoo de Cincinnati subió la oferta a 15000 dólares a quien proporcionara una pareja para Martha. Pero nadie reclamó la recompensa. Martha murió sola, y fue congelada y enviada a la Smithsonian Institution, donde hoy se expone su cuerpo disecado, el último recuerdo de una especie que hace dos siglos dominaba el continente norteamericano.


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