El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.
En este programa, Jorge Laborda, la Fundación Grande Covián y Ángel Rodríguez Lozano os ofrecemos un nuevo episodio de Quilo in Memoriam en el que el Dr. Francisco Grande Covián, un eminente científico español, experto mundial en el área de la nutrición humana, desaparecido en 1995, nos habla de los importantes conocimientos sobre la relación entra nutrición, aporte adecuado de agua, y actividad física, a los que él mismo contribuyó a conseguir con sus propios experimentos sobre la cuestión.
Resumen del texto original de Francisco Grande Covián.
Francisco Grande Covián analiza la estrecha relación entre nutrición, capacidad física y rendimiento humano, especialmente en contextos militares. Parte de la célebre frase atribuida a Napoleón —«un ejército marcha sobre su estómago»— para subrayar que el suministro alimentario adecuado ha sido decisivo en la historia de los ejércitos. La falta de alimentos no solo ha determinado el éxito o fracaso de campañas militares, como la desastrosa retirada de Rusia en 1812, sino también el estado físico y moral de los soldados.
A lo largo de la historia, la observación médica en expediciones, guerras y viajes ha contribuido enormemente al conocimiento de la nutrición humana. El texto recuerda los descubrimientos en torno al escorbuto, enfermedad causada por la carencia de vitamina C, que afectó gravemente a marinos y soldados hasta el siglo XIX. Jacques Cartier, los exploradores españoles y el capitán Cook observaron sus efectos, pero fue James Lind quien, en 1733, demostró experimentalmente la eficacia del zumo de cítricos para curarlo. Cuarenta años después, la Marina británica aplicó sus recomendaciones, erradicando el escorbuto entre sus tripulaciones y dando origen al apodo de limeys para sus marineros. Sin embargo, la Marina mercante tardó décadas en adoptar la misma medida.
El Dr. Grande Covián aborda la guerra de Crimea (1854-1856), donde el escorbuto causó miles de bajas británicas debido a dietas deficientes. Las tropas francesas, en cambio, gozaban de mejor salud, probablemente por su acceso a vegetales frescos. Pese a intentos británicos de incorporar café, azúcar o carne, el problema persistió hasta que se introdujo el zumo de lima, aunque llegó tarde para evitar la tragedia. Casos posteriores, como el sitio de Kut-el-Amara en 1916, revelaron la coexistencia de escorbuto y beri-beri, este último causado por falta de vitamina B₁.
El médico japonés Takaki demostró a fines del siglo XIX que el beri-beri era una enfermedad carencial: al enriquecer la dieta de la marina japonesa con pan, vegetales y leche, redujo su incidencia del 34 % al 0,2 %. Estudios posteriores, incluyendo los realizados tras la Segunda Guerra Mundial, confirmaron que la desnutrición compromete gravemente la salud y la eficacia física tanto en combatientes como en civiles, evidenciándose también en los prisioneros europeos de los campos de concentración japoneses.
La segunda parte del texto examina los efectos fisiológicos del hambre. Antes de desarrollarse enfermedades como el escorbuto, la falta de alimentos provoca apatía, lentitud y una disminución adaptativa de la actividad física, mecanismo que permite sobrevivir con energía limitada. Este fenómeno, crucial para la evolución humana, aún afecta a poblaciones de países pobres, donde la subalimentación perpetúa la incapacidad para mejorar la producción de alimentos.
El autor subraya que, en situaciones de alta exigencia física, como la guerra, el aporte energético suficiente es esencial. Observaciones durante la Segunda Guerra Mundial mostraron que el rendimiento laboral aumentaba con dietas más calóricas. Sin embargo, la respuesta individual depende también de factores personales y ambientales.
Finalmente, se reseña una conferencia celebrada en 1984 en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, dedicada a prever la pérdida de capacidad física por malnutrición en operaciones militares. La obra resultante analizó la historia de la nutrición militar, los efectos de la restricción de nutrientes y agua, y métodos para evaluar el deterioro físico. Experimentos demostraron que soldados con dietas de 1 000 kcal diarias mantenían su rendimiento mientras no perdieran más del 10 % de su peso; más allá de ese límite, la fuerza y masa muscular se reducían drásticamente. Asimismo, la falta de agua, incluso con alimentación suficiente, provocaba deshidratación, sobrecalentamiento corporal y destrucción de proteínas musculares.
Grande Covián concluye que comprender los mecanismos de adaptación del organismo ante la restricción alimentaria y de agua es vital no solo para la logística militar, sino también para la fisiología de la nutrición y la salud humana en general.
Comentario final de Jorge Laborda
Considero que los resultados de los estudios relatados nos ayudan a comprender mejor las razones por las que pueden suceder los golpes de calor en esta era de calentamiento planetario. El transporte de las tropas británicas al Golfo Pérsico durante la segunda Guerra Mundial que nos ha relatado el Dr. Grande Covián reveló el fenómeno de deshidratación voluntaria, que sucedió al no estar el organismo de los pobres soldados norteños acostumbrados a beber la cantidad de agua necesaria para compensar la sudoración incrementada en elevadas temperaturas de latitudes más al sur.
Hoy, por desgracia, no es necesario viajar al Golfo Pérsico o al desierto para experimentar el mismo fenómeno. En verano, en gran parte de Europa y otras partes del mundo, es el desierto el que viaja hasta nuestros pueblos y ciudades, y se instala en cada vecindario. Muchas personas no podrán adaptar su consumo de agua a esta circunstancia sobrevenida, y sus organismos se deshidratarán en exceso. Ante esta situación, el organismo retendrá la escasa agua de que aún dispone para mantenerse con vida, y la sudoración disminuirá, lo que podrá conducir a una peligrosa elevación de la temperatura corporal. Este aumento será todavía superior con actividad física, como la que se desarrolla en los trabajos de limpieza o construcción. Si además estos se desarrollan no a una temperatura suave, como esos 22 a 25 grados centígrados en los que marchaban los soldados, sino a temperaturas que rozan o superan los cuarenta grados, el peligro de un golde de calor se hace muy evidente. Esta es la razón por la que, particularmente durante las olas de calor, es necesario hidratarse, aunque no se tenga sed, ya que el organismo tarda en adaptarse al repentino aumento de temperatura.
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