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Zoo de fósiles

La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.

La foca monje del Caribe.

Foca monje del Caribe - Zoo de Fósiles podcast - Cienciaes.com

Hace un año, cuando hablábamos en Zoo de fósiles de los animales extintos en Cuba, dejamos de lado una especie que no era exclusivamente cubana: Hasta el siglo XX, habitaba en las zonas costeras del mar Caribe, el golfo de México y el Atlántico, desde la Florida hasta Colombia y Venezuela. Se trata de la foca monje del Caribe (Neomonachus tropicalis), declarada extinta por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza en 1994.

La foca monje del Caribe estaba emparentada con la foca monje de Hawái y con la foca monje del Mediterráneo, las dos únicas especies de foca monje que existen en la actualidad, ambas en peligro de extinción. Las focas monje habitan en aguas cálidas. Su hocico es ancho y aplanado, con los orificios nasales en la parte superior. La piel, más clara en el vientre que en el dorso, está cubierta de un corto pelaje, que suele ser negro en los machos y pardo o gris en las hembras; el pelaje, y la capa más externa de la piel, se mudan todos los años. Las focas monje son ágiles en el agua; los peces, crustáceos y cefalópodos constituyen la base de su alimentación. Estas focas son poligínicas: un solo macho se aparea con varias hembras, con las que convive en un harén. Las hembras disponen de cuatro pezones retráctiles para amamantar a las crías.

La foca monje del Caribe podía alcanzar los 2,4 metros de longitud, y un peso de entre 170 y 270 kilos. Los machos eran más grandes que las hembras. La cabeza es redondeada, con los grandes ojos bastante separados. Las almohadillas donde se asientan los bigotes son grandes; y estos son largos y suaves, de color claro. Los jóvenes tienen una coloración amarillenta, más clara que el pardo o gris oscuro de los adultos; en ocasiones, las algas que crecen adheridas a su pelaje les dan una tonalidad verdosa. Las aletas delateras son relativamente cortas, acabadas en pequeñas garras; las traseras son estrechas.

Las focas monje del Caribe se reunían en tierra para descansar y para parir, en grupos de entre 20 y 40 ejemplares, aunque a veces llegaban hasta un centenar. Preferían las playas arenosas en islas y atolones recónditos. Las crías, que nacían alrededor del mes de diciembre, medían un metro de largo y pesaban entre 16 y 18 kilos; estaban cubiertas por un lanugo negruzco. Como otras focas, las focas monje del Caribe eran torpes en tierra, lo que unido a su falta de agresividad y a que no tenían miedo de los humanos, las convirtió en presa fácil para los cazadores.

El primer encuentro registrado de los europeos con estas focas ocurrió en el segundo viaje de Colón: En agosto de 1494, un navío fondeó en la isla deshabitada de Alto Velo, al sur de la Hispaniola, donde los marineros mataron ocho focas que descansaban en la playa. A partir de entonces, las matanzas de focas fueron continuas. En 1524, los tres supervivientes del naufragio de un barco de una expedición de Hernán Cortés se refugiaron en una pequeña cala al norte de Veracruz, donde muchas focas salían del agua por la noche para dormir en la arena. Los tres sobrevivieron alimentándose de carne de foca durante dos meses, hasta que fueron rescatados. Desde 1688, había partidas de caza organizadas que mataban las focas a centenares para convertir su grasa en aceite, que se utilizaba como lubricante para los ingenios de azúcar o como combustible para las lámparas. Hacia 1850, la escasez de focas empezó a limitar su explotación comercial.

Sin embargo, el conocimiento científico de la foca monje fue mucho más tardío. La primera descripción científica, obra del zoólogo británico John Edward Gray, se publicó en 1850, a partir de un ejemplar que el Museo Británico había recibido de Jamaica. Varias décadas más tarde, en 1883, el naturalista cubano Felipe Poey envió un segundo ejemplar al Instituto Smithsoniano. En 1884, el naturalista estadounidense Henry Wood Elliott publicó en la revista Science un artículo sobre la foca monje del Caribe en el que lamentaba la escasez de ejemplares de esta especie disponibles para la ciencia; este artículo llegó a manos del geólogo Henry Augustus Ward, fundador de la empresa Ward’s Natural Science, que se dedicaba a la recolección de especímenes de todo el mundo para montarlos y venderlos a los museos. Enterado de la presencia de focas en los cayos llamados Los Triángulos, situados en el golfo de México, a unos 180 kilómetros de la costa de Campeche, envió a su hijo, el naturalista Henry Levi Ward, que se unió a la Comisión Geográfica Exploradora de la República Mexicana, dirigida por el profesor Fernando Ferrari Pérez. En diciembre de 1886, la expedición llegó a Los Triángulos, donde en solo cuatro días mataron varias decenas de ejemplares, en su mayoría hembras a punto de parir o recién paridas, que fueron distribuidos por museos de todo el mundo. También capturaron una foca recién nacida, que murió al cabo de una semana. Estos ejemplares permitieron ahondar el conocimiento científico de la especie, aunque también contribuyeron a su extinción.

En la primera mitad del siglo XX, la foca monje del Caribe ya era muy escasa. El último avistamiento confirmado ocurrió en 1952 en la isla colombiana de Serranilla, situada en pleno mar Caribe, entre Nicaragua y Jamaica. En marzo de 1973, Karl Kenyon, del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, no pudo encontrar ni un solo individuo en un exhaustivo reconocimiento aéreo. En 1994, tras años de búsqueda infructuosa, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza declaró la foca monje del Caribe como extinta. La caza no fue el único factor implicado en la extinción de la foca monje del Caribe; también la sobrepesca en la región complicó la búsqueda de alimento y la reproducción de las supervivientes. Con la extinción de la foca monje del Caribe se extinguió también el ácaro Halarachne americana, que vivía exclusivamente en la cavidad nasal de estas focas.

De tanto en tanto, algún pescador o buceador, sobre todo en Haiti y Jamaica, afirma haber visto una foca monje, pero las expediciones científicas más recientes no han podido encontrar ningún indicio de la supervivencia de la especie. Lo más probable es que se trate de avistamientos de manatíes antillanos (Trichechus manatus) o de focas capuchinas (Cystophora cristata); aunque el área de distribución de esta última especie es mucho más septentrional, en el Atlántico norte y el océano Ártico, a veces se han observado ejemplares divagantes en Puerto Rico y las islas Vírgenes. Por lo que sabemos, la foca monje del Caribe está extinguida.

(Germán Fernández, 19/09/2023)

OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ:

Infiltrado reticular
Infiltrado reticular es la primera novela de la trilogía La saga de los borelianos. ¿Quieres ver cómo empieza? Aquí puedes leer los dos primeros capítulos.

El expediente Karnak. Ed. Rubeo

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