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Zoo de fósiles

La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.

Los ictiosaurios, delfines reptilianos

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Hace dos siglos, a principios del siglo XIX, el coleccionismo de fósiles era un pasatiempo muy en boga, y la paleontología como ciencia estaba en sus inicios. En Lyme Regis, una localidad turística costera del sur de Inglaterra, vivían dos jóvenes hermanos, Joseph y Mary Anning, cuyo único medio de subsistencia tras la muerte de su padre en 1810 era la venta de los fósiles que encontraban en los acantilados del Canal de la Mancha. La recolección de estos fósiles era una tarea peligrosa, ya que muchos de ellos solo se hacían visibles al quedar expuestos tras los desprendimientos provocados por los aguaceros invernales, y había que recuperarlos antes de que fueran arrastrados al mar. Mary Anning, cuya única educación reglada fue la escuela dominical de la iglesia congregacional a la que pertenecía su familia, descubrió y estudió innumerables fósiles, y aunque su trabajo era admirado y respetado por algunos paleontólogos ingleses, nunca fue admitida en ninguna sociedad científica ni recibió crédito por sus descubrimientos hasta mucho tiempo después de su muerte, acaecida en 1847, a los cuarenta y siete años de edad.

En 1811, Joseph Anning encontró un cráneo de más de un metro de largo, que creyó que pertenecía a un cocodrilo, pero resultó ser el primer cráneo completo de un ictiosaurio. Unos meses después, ya en 1812, Mary, que por aquel entonces tenía solo doce años, encontró el resto del esqueleto, que medía varios metros de largo y requirió la ayuda de varios canteros locales para su extracción. El esqueleto se vendió a un terrateniente local, y pasó por varias manos antes de llegar al paleontólogo alemán Charles Konig, conservador del Museo Británico, que propuso el nombre de Ichthyosaurus (lagarto pez) para este y otros fósiles semejantes. En 1814, el cirujano Everard Home publicó una descripción científica del espécimen de los Anning, aunque no tenía muy claro cómo clasificarlo; algunos elementos del esqueleto eran claramente reptilianos, pero en conjunto la anatomía parecía la de un pez. En principio lo identificó como pez, y más tarde lo consideró una forma de transición entre pez y cocodrilo, o entre salamandra y lagarto. Entre 1815 y 1819, Mary Anning encontró varios ictiosaurios casi completos de diferentes tamaños, algunos tan pequeños como una trucha y otros tan grandes como una ballena. William Conybeare y Henry de la Beche, miembros de la Sociedad Geológica de Londres, estudiaron estos fósiles y otros parecidos y concluyeron en 1821 que los ictiosaurios eran un nuevo tipo de reptil marino.

Ya se habían descubierto fósiles de ictiosaurios con anterioridad: En 1699, el naturalista galés Edward Lhuyd publicó varias ilustraciones de diversos huesos de ictiosaurio en su obra Lithophylacii Brittannici Ichnographia, aunque creía que eran restos de peces. En 1708, el naturalista suizo Johann Jakob Scheuchzer describió dos vertebras de ictiosaurio, que atribuyó a un hombre ahogado en el Diluvio Universal. Durante todo el siglo XVIII, y hasta el estudio de Conybeare y de la Beche, se recolectaron docenas de huesos y dientes de ictiosaurio, que se atribuyeron a peces, delfines, cocodrilos, lagartos o leones marinos.

Los ictiosaurios se parecen a los peces modernos y a los delfines. Tienen el hocico largo y puntiagudo. Generalmente, las mandíbulas tienen un gran número de pequeños dientes cónicos para atrapar presas pequeñas, como peces y cefalópodos. Las partes duras de las presas, como las espinas de los peces y los picos de los calamares, se retenían sin digerir en el estómago y se regurgitaban. Algunas especies, como Thalattoarchon, un ictiosaurio de más de ocho metros de longitud que vivió en el Triásico medio, hace unos 245 millones de años, eran superdepredadores, equipados con grandes dientes con forma de cuchilla para capturar presas de gran tamaño. Otros ictiosaurios tenían dientes anchos y planos, adaptados para triturar animales con caparazón duro. Y otros, como Shonisaurus, el mayor de los ictiosaurios conocidos, que alcanzaba los 21 metros de longitud, simplemente nadaban con la boca abierta y se tragaban todo lo que encontraban a su paso.

Los ojos de los ictiosaurios son muy grandes, lo que les permite cazar de noche o en las condiciones de semioscuridad de las profundidades marinas. Los casos más extremos son dos ictiosaurios del Jurásico: Ophthalmosaurus y Temnodontosaurus. El primero, de unos seis metros de largo, vivió hace unos 160 millones de años. Sus ojos medían más de diez centímetros de diámetro, y ocupaban casi todo el cráneo. Ophthalmosaurus tenía las mandíbulas casi desdentadas, adaptadas para la captura de calamares en las oscuras profundidades del océano. Probablemente era capaz de sumergirse hasta los 600 metros de profundidad. Temnodontosaurus es algo más antiguo, vivió hace unos 190 millones de años. Medía hasta doce metros de longitud, y sus ojos superaban los veinte centímetros de diámetro. Se ha calculado que este ictiosaurio era capaz de ver a una profundidad de 1600 metros. Una prueba independiente de la capacidad de los ictiosaurios para sumergirse a grandes profundidades es la presencia de necrosis, producida por la descompresión al ascender a la superficie, en bastantes huesos fósiles, sobre todo en los ictiosaurios del Jurásico y del Cretácico.

El cuello de los ictiosaurios es corto. El tronco es hidrodinámico, y las vértebras, que ya no tienen que soportar el peso del cuerpo, son simples, con forma de disco. En las especies más avanzadas, que se propulsaban con el movimiento de la cola, el tronco es bastante rígido. Algunas especies, si no la mayoría, poseían aleta dorsal. Las patas están transformadas en aletas triangulares, que a veces contienen un gran número de dedos y de falanges. Generalmente, las aletas delanteras son más grandes que las traseras. También desarrollaron una aleta caudal, como los peces y los cetáceos. En el caso de los ictiosaurios, la aleta caudal es vertical, dado que la columna vertebral de los reptiles es más flexible en el plano horizontal, a diferencia de los mamíferos, en los que la flexibilidad de la columna es más acusada en el plano vertical; por eso la aleta caudal de los cetáceos es horizontal. La columna vertebral de los ictiosaurios se prolonga por el lóbulo inferior de la aleta caudal. La piel de los ictiosaurios era lisa, suave y elástica. En una impresión de piel de Aegirosaurus descubierta en los yacimientos de Solnhofen, en Baviera, se observan escamas minúsculas en el lóbulo superior de la aleta caudal.

En 2017 se descubrió en el sur de Alemania una vértebra del ictiosaurio Stenopterygius, de 183 millones de años de antigüedad, en un nódulo de carbonato, que había conservado fibras de colágeno, colesterol, plaquetas y glóbulos rojos y blancos de la sangre, que no estaban fosilizados. Los glóbulos rojos eran más pequeños que los de los mamíferos modernos, una adaptación para mejorar la absorción de oxígeno. La abundancia del isótopo carbono-13 en el colesterol indica una dieta de peces y cefalópodos. En esta misma especie se descubrió en 2018 evidencia de grasa subcutánea.

Como todos los reptiles, los ictiosaurios respiraban aire, así que tenían que salir a la superficie cada cierto tiempo. Tenían la sangre caliente: los isótopos de oxígeno en los dientes indican una temperatura corporal de entre 35 y 39 grados centígrados. Los ictiosaurios eran vivíparos, parían las crías vivas; así no tenían necesidad de salir a tierra para poner huevos. Estas crías eran relativemente pequeñas, de no más de un cuarto de la longitud de la madre, y se presentaban en camadas numerosas, de una decena de individuos. Al menos en algunas especies se ha detectado dimorfismo sexual. Entre los esqueletos de Eurhinosaurus y Shastasaurus se distinguen dos formas diferentes; una de ellas, con los ojos más grandes, el hocico, el tronco y las aletas más largos, y la cola más corta, se supone que corresponde a las hembras: el tronco más largo proporciona más espacio para las crías. Los ictiosaurios eran los nadadores más rápidos de su tiempo; algunas especies alcanzaban una velocidad de unos 6,5 kilómetros por hora. Sus principales depredadores fueron los tiburones y otros ictiosaurios y, durante el Cretácico, los plesiosaurios y los talatosuquios, semejantes a cocodrilos con aletas.

Los ictiosaurios aparecieron hace unos 250 millones de años, a principios del Triásico. Habían evolucionado a partir de reptiles terrestres, de forma parecida a como, mucho tiempo después, evolucionaron las ballenas y delfines a partir de mamíferos terrestres. Fueron los depredadores marinos dominantes hasta mediados del Jurásico, cuando fueron reemplazados por los plesiosaurios, aunque no se extinguieron hasta mediados del Cretácico superior, hace unos 90 millones de años. Hoy en día conocemos más de cincuenta géneros de ictiosaurios procedentes de todos el mundo, con especies que varían en tamaño desde uno a veinte metros de longitud.

Los primeros ictiosaurios tenian el cuerpo delgado, más parecido al de un lagarto que al de un delfín. Eran relativamente pequeños, de entre uno y tres metros de longitud. Tenían el cráneo ancho y el cuello relativamente largo; ya tenían las patas transformadas en aletas, pero las vértebras aún eran parecidas a las de sus antepasados terrestres. Carecían de aleta dorsal, y la aleta caudal era larga y estrecha, lo que sugiere que se movían mediante ondulaciones de todo el cuerpo. El lóbulo inferior de la cola era más largo que el superior, al contrario que en los tiburones. Ya eran vivíparos, aunque, a diferencia de los ictiosaurios posteriores, las crías salían por el canal del parto con la cabeza por delante, lo que aumenta el riesgo de ahogamiento bajo el agua. Esto sugiere que el viviparismo ya había aparecido en los ancestros de los ictiosaurios cuando aún eran animales terrestres.

En el Triásico medio, hace unos 245 millones de años, se produjo una gran diversificación de los ictiosaurios. Aparecieron las formas más parecidas a los delfines, con el cráneo estrecho, el hocico puntiagudo, el cuello corto, el tronco grueso y corto con aleta dorsal y la aleta caudal más ancha y simétrica. También aparecieron formas más serpentinas, como Cymbospondylus, de cuatro a diecisiete metros de longitud.

Durante el Triásico superior, los ictiosaurios alcanzaron su mayor diversidad, pero a finales del Triásico empezaron a declinar coincidiendo con la aparición de los primeros plesiosaurios y la proliferacion de los peces teleósteos, más veloces, aunque aún sobrevivieron durante el Jurásico y el Cretácico. A principios del Cretácico superior, hace unos cien millones de años, solo quedaban los ictiosaurios superdepredadores; los últimos ictiosaurios se extinguieron hace 93 millones de años. Su extinción se debió probablemente, más que a la competición con otros animales, como los plesiosaurios, con los que habían coexistido durante millones de años, a cambios climáticos y ambientales que, con el movimiento de los continentes, alteraron las rutas de migración, la disponibilidad de alimento y las zonas de cría.

(Germán Fernández, 10/03/2024)

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