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Quilo de Ciencia

El quilo, con “q” es el líquido formado en el duodeno (intestino delgado) por bilis, jugo pancreático y lípidos emulsionados resultado de la digestión de los alimentos ingeridos. En el podcast Quilo de Ciencia, realizado por el profesor Jorge Laborda, intentamos “digerir” para el oyente los kilos de ciencia que se generan cada semana y que se publican en las revistas especializadas de mayor impacto científico. Los temas son, por consiguiente variados, pero esperamos que siempre resulten interesantes, amenos, y, en todo caso, nunca indigestos.

Suicidio en la sangre

El suicidio se ha convertido en una patología psiquiátrica más.

El gran escritor francés Albert Camus, premio Nobel de Literatura en 1957, comienza su obra El mito de Sísifo con estas palabras: “Solo existe un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida es responder a la cuestión fundamental de la filosofía”. Esta cuestión la dejó antes muy clara otro gran escritor, inglés esta vez, cuando escribió: “Ser o no ser, esa es la cuestión”. Creo innecesario mencionar que se llamaba Guillermo.

Sin embargo, lejos de ser una cuestión de debate racional y frío, en el que, haciendo uso de su libertad, un ser humano racional decide, tras ponderarlo sosegada y largamente, seguir viendo o no, el suicidio se ha convertido en una patología psiquiátrica más. En la visión popular, y también en la médica profesional, el suicida sufre una patología afectiva, del estado de ánimo o de la personalidad, que debe ser tratada para evitar la muerte. En ningún caso el suicida es considerado hoy un ser racional y equilibrado. Existen buenas razones para ello, ya que, en efecto, muchos suicidas sufren de algún trastorno mental, como el trastorno bipolar (maniaco-depresivo) o la esquizofrenia.

Sea como sea, no parece que solo los locos se suiciden, – al menos no solo los locos oficiales – y el suicidio es una de las principales causas de muerte en el mundo, lo que, por cómo van las cosas, cada vez extrañaría menos a Albert Camus, si este levantara la cabeza. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), solo en España se suicidaron 3.158 personas en el año 2010, lo que suma una media de 8,65 suicidios diarios, de los que rara vez se hacen eco los medios de comunicación. Por comparar con otros problemas sociales similares, ese mismo año murieron en España 2.336 personas por accidentes de tráfico y hubo 122 homicidios de mujeres y 207 de hombres, incluidos los causados por la violencia de género (alrededor de 60). Sin duda, el suicidio es un grave, pero oculto, problema social.

¿GENES DEL SUICIDIO?

Con este panorama, haríamos tal vez bien en elevar la conciencia social ante el suicidio y desarrollar campañas de concienciación que intentaran convencer a todo el que no lo esté de lo bonito y maravilloso que es vivir, al igual que se llevan a cabo campañas eficaces para prevenir los accidentes de tráfico. Faltos de estas iniciativas, otras intentan atacar el problema desde un punto de vista científico, médico y molecular, que puede ser también eficaz.

Es lo que han llevado a cabo un numeroso grupo de investigadores, liderado por el profesor Alexander Nicolescu, de la universidad de Indiana, en USA, quienes publican sus resultados en la prestigiosa revista Molecular Psychiatry. Espoleados por sus éxitos previos en la identificación de moléculas y genes presentes en la sangre de pacientes con trastornos del estado de ánimo o psicosis, los científicos intentan ahora identificar moléculas o genes en la sangre asociadas con la probabilidad de cometer suicidio. Ni que decir tiene que estas moléculas podrían servir de indicación importante para, al menos, identificar aquellos enfermos mentales bajo tratamiento que más riesgo presenten de suicidarse, lo que permitiría, tal vez, evitar su muerte.

Utilizando la actual tecnología de biología molecular y genómica, los investigadores parten a la busca de genes que estarían funcionando de manera diferente en la sangre de cuatro grupos distintos de sujetos seleccionados para el estudio. Estos incluyen un grupo de pacientes de trastorno bipolar, ya bajo estudio y tratamiento, un grupo de personas muertas por suicidio, y dos grupos de nuevos pacientes de trastorno bipolar o de esquizofrenia que no habían sido aún diagnosticados y médicamente tratados.

EL SUICIDIO ES MOLECULAR

Entre los pacientes, los investigadores comparan a quienes muestran intenciones de suicidarse con quienes no las muestran, identificados mediante pruebas psicológicas muy sólidas. De esta manera, los investigadores identifican cuatro genes cuyo funcionamiento difiere tanto en las personas que se suicidaron, como en aquellos pacientes que revelan serias intenciones de suicidarse. El aumento del nivel de funcionamiento de uno de ellos, en particular, muestra una fuerte asociación con el suicidio. Se trata del gen SAT1, el cual produce un enzima involucrado en la degradación metabólica de una molécula simple, la llamada espermidina, asociada con el ADN. La espermidina parece ser importante para la estabilidad de esta importantísima molécula, que alberga la información genética, estabilidad que resulta fundamental para evitar, curiosamente, el proceso de suicido celular, también llamado apoptosis. Los autores indican también que un análisis de sangre que determine los niveles de SAT1, unido a pruebas simples para evaluar el estado de ánimo y el nivel de ansiedad, permiten predecir con bastante precisión el grado de riesgo de cometer suicidio en los pacientes de trastorno bipolar. Estos resultados prometen poder actuar de manera informada sobre quienes más riesgo de suicidio muestran, e intentar evitarlo, tal vez incluso con fármacos que inhiban la acción del enzima SAT1.

Así que, ya ve usted, de un problema filosófico serio, según el gran Albert Camus, el suicidio ha pasado a ser, como el cáncer, un problema de moléculas, de genes, de metabolismo, de ADN. La ciencia no deja títere con cabeza y hoy, desde luego, no hay filosofía que se precie que pueda ignorarla. Eso sería el suicidio.

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