En esta ocasión, os ofrezco un tema vintage que sigue estando de actualidad, como es el de las diferencias en capacidades intelectuales y cognitivas entre hombres y mujeres. Es este un asunto abordado por la ciencia que suscita un cierto nivel de enfrentamiento con algunas ideologías, las cuales, aunque persiguen objetivos muy loables y deseables, no por ello deben obviar la realidad de lo que la ciencia nos desvela sobre hombres y mujeres. Es más, será solo conociendo, comprendiendo y aceptando la realidad que solo la ciencia puede revelarnos cómo, tal vez, nos podamos acercar con sensatez y métodos eficaces al tan deseable objetivo de la igualdad social entre hombres y mujeres, sin olvidarnos, por supuesto, del colectivo LGTBI.

Veamos lo que comentaba hace veinte años sobre el papel de algunas hormonas sexuales en las diferencias cognitivas a la hora de orientarse en el espacio entre hombres y mujeres:

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Hasta aquí lo que contaba hace veinte años sobre el papel de las hormonas sexuales en las diferencias de estilo cognitivo para orientarse de hombres y mujeres. Estas diferencias no han sido refutadas, sino, bien al contrario, han sido más bien confirmadas, por investigaciones subsiguientes.

A mí me resulta siempre sorprendente que unas pequeñas moléculas, como son las hormonas sexuales, derivadas químicamente del colesterol, por lo que se llaman hormonas esteroideas, puedan ejercer efectos tan poderosos. La razón de estos efectos se encuentra en realidad en las moléculas de proteína que cambian su actividad al recibir a estas hormonas en su seno, uniéndose a ellas, y que se encuentran en el citoplasma de las células capaces de responder, es decir, de cambiar su comportamiento de alguna forma, al detectarlas gracias a ellas.

Una de estas proteínas receptoras es el receptor de andrógenos, que es capaz de unirse a la hormona masculina testosterona. Otra es el receptor de la progesterona, que se une a esta última hormona femenina. La diferencia entre estas dos hormonas se limita los átomos del vinagre. Sí, sí. No me mires así. Lo que digo es cierto. La hormona femenina progesterona es una molécula de la testosterona que ha incorporado en uno de sus átomos una molécula de ácido acético, el mismo ácido que se encuentra en el vinagre, Entre paréntesis, esto no es razón para afirmar que las mujeres sean más avinagradas que los hombres. Aviso contra esta sesgada y simplemente errónea interpretación de este hecho molecular. Sea como sea, esta aparentemente nimia modificación química conlleva que la testosterona así modificada deje de unirse al receptor de andrógenos y, convertida en progesterona, se una ahora al receptor de esta hormona.

¿Qué hacen estos receptores cuando han unido a su hormona correspondiente? Los receptores, que, como ya he mencionado, son proteínas localizadas en el citoplasma de la célula, una vez han unido a la hormona son capaces de entrar en el núcleo donde se encuentran los genes sobre los que ahora van a actuar. Así, los receptores de testosterona o de progesterona, activados por la unión de sus hormonas correspondientes, activan ahora el funcionamiento de genes particulares, distintos, claro está, para cada uno de estos receptores.

Los genes activados por estos receptores, en el caso de la testosterona, pertenecen a las células de la región cerebral llamada hipocampo, entre otras. El hipocampo es la estructura cerebral responsable de la orientación y del almacenamiento de la memoria espacial. Sus neuronas son muy ricas en receptores de testosterona y otras hormonas esteroideas. La acción de los genes activados por estas hormonas cambia las propiedades de las células que los han puesto en funcionamiento, y esto impacta en las conexiones que las neuronas deben establecer entre sí para realizar una tarea cognitiva dada, como es la orientación en el espacio.

Al margen de las diferencias entre los sexos que las hormonas sexuales pueden establecer en las capacidades cognitivas, un problema que puede afectarnos a todos, hombres, mujeres y LGTBI, son los llamados interruptores endocrinos, moléculas con actividad hormonal que han sido liberadas al medio ambiente como resultado de la actividad industrial. Uno de los más conocidos es el llamado bisfenol A. Estos interruptores endocrinos pueden afectar al funcionamiento hormonal de manera dependiente del sexo de cada cual, y no solo afectar a la actividad sexual y reproductora, sino también a la memoria y a otras capacidades cognitivas bajo la influencia de las hormonas esteroideas. En un reciente artículo científico publicado este mismo año, los autores, de varios centros de Nueva York y Connecticut, explican como el bisfenol A puede afectar a la densidad de las conexiones interneuronales mediadas por las dendritas y así a la memoria espacial e incluso a la capacidad de reconocer objetos vistos antes, al menos en ratas de laboratorio.

Así pues, no solo podemos disfrutar o sufrir de diferencias de estilo cognitivo debido a las hormonas sexuales que mayoritariamente nos ha tocado producir, sino también por determinados contaminantes que interrumpen la actividad de estas hormonas. Afortunadamente, gracias a la ciencia, es de esperar que poco a poco comprendamos mejor la naturaleza humana en todas sus manifestaciones y, al mismo tiempo, seamos capaces de respetarla dejando de contaminar el medio ambiente con las moléculas que la pueden modificar. Tal vez así consigamos, un siglo no muy lejano, dejar de hacer daño al planeta y dejar de hacer daño a lo que quede de nosotros.

Jorge Laborda (17/10/2022)

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