La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace 370 millones de años, a finales del Devónico, el extenso y profundo océano Panthalassa rodeaba los continentes de Siberia, Euramérica y Gondwana. Mientras las primeras plantas con semilla forman los primeros bosques en tierra firme, donde habitan varios tipos de artrópodos y aparecen los primeros anfibios, en el mar abundan los tiburones, los trilobites y los arrecifes de coral, y aparecen los primeros peces óseos. En este periodo los peces experimentaron una gran diversificación. El grupo de los placodermos, los peces acorazados, fue uno de los más florecientes del Devónico, aunque desapareció súbitamente al final del periodo.
Un grupo de placodermos, los artrodiros, se han convertido en uno de los grupos de vertebrados más diversos y con más éxito del Devónico; entre sus miembros hay desde grandes superdepredadores de varios metros de longitud hasta peces de pocos centímetros que se alimentan de plancton o de detritos. Los artrodiros, como todos los placodermos, tienen la cabeza y el cuerpo encerrados en una armadura formada por placas de hueso, pero, a diferencia de otros placodermos, la armadura permite la articulación entre la cabeza y el tronco; de ahí su nombre; artrodiro significa “cuello articulado”. Esa articulación funciona como una bisagra que permite abrir la boca con gran rapidez y amplitud. A diferencia de otros vertebrados, al abrir la boca ambas mandíbulas se mueven: la superior, unida a la cabeza, se eleva, y la inferior desciende. Los artrodiros, como todos los placodermos, carecen de dientes; en su lugar tienen placas óseas de bordes cortantes. La cuenca del ojo también está protegida por un anillo de hueso, como en las aves y en algunos ictiosaurios.
Uno de los mayores artrodiros fue Dunkleosteus. El geólogo estadounidense Jay Terrell encontró los primeros fósiles de esta especie en 1867, a orillas del lago Erie, en Ohio. En 1873, el geólogo John Strong Newberry bautizó la especie con el nombre de Dinichthys terrelli en honor de su descubridor. Pero en 1956, el paleontólogo francés Jean Pierre Lehman estableció que los fósiles descubiertos por Terrell, y otros similares descubiertos más tarde en Bélgica, Polonia, Marruecos y América del Norte, eran lo bastante diferentes de otras especies de Dinichthys como para definir un nuevo género, al que llamó Dunkleosteus, que significa “hueso de Dunkle”, y rinde homenaje a David Dunkle, paleontólogo estadounidense del siglo XX especializado en este tipo de peces.
La armadura de Dunkleosteus mide casi metro y medio de ancho, y las placas que la forman tienen un grosor de hasta cinco centímetros. No se han encontrado fósiles de la espina dorsal ni de la cola de Dunkleosteus, así que se supone que su esqueleto era cartilaginoso, como el de los tiburones. Las reconstrucciones de este animal deben inspirarse en especies emparentadas para representar la parte posterior. Por esta razón no se sabe el tamaño que pudo alcanzar en vida este pez; las estimaciones varían entre seis y ocho metros de longitud, y entre una y tres toneladas de peso.
El hocico de Dunkleosteus es redondeado, y las mandíbulas están equipadas con dos pares de placas óseas con el aspecto de anchos colmillos. Estas placas cortan como cuchillas, y se mantienten afiladas por el frotamiento entre ellas al abrirse y cerrarse la boca.
Dunkleosteus es un pez pelágico; vive en mar abierto. Es un nadador lento pero vigoroso. Cuando se acerca a su presa, Dunkleosteus abre la boca en solo dos centésimas de segundo; la succión producida absorbe a la presa, que es triturada con una de las mordeduras más fuertes de toda la historia de la vida: con una fuerza de 7400 Newton, la presión ejercida por las placas dentales es de 107 megapascales, o 1091 kilogramos por centímetro cuadrado; el doble que un tiburón blanco, y comparable a la mordedura de un tiranosaurio. La presión es suficiente para atravesar el caparazón de cualquiera de los animales marinos de su tiempo: artrópodos, cefalópodos y otros placodermos. Sin embargo, no digiere los huesos de sus presas, sino que los regurgita: se han encontrado en muchos fósiles bolas de espinas y otros restos sin digerir.
Las mandíbulas de los jóvenes son proporcionalmente tan fuertes como las de los adultos, aunque son más cortas, y las placas dentales menos robustas. Es probable que los jóvenes se dedicaran a presas más pequeñas y más blandas, como peces. Las marcas de mordeduras en algunos fósiles de Dunkleosteus indican que entre las presas de los adultos se encontraban miembros de su misma especie. Son mordeduras precisas y repetidas, principalmente en las articulaciones de la armadura y en los puntos débiles de la parte posterior del cráneo. Mordeduras cuya finalidad era partir la armadura de la víctima, así que, aunque podrían deberse a luchas territoriales, lo más probable es que se trate de canibalismo.
Tras la publicación de este episodio, un amable oyente, el investigador boliviano Mario Suárez-Riglos, ha llamado nuestra atención sobre el primer descubrimiento de un artrodiro en América del Sur, probablemente un Dunkleosteus, descubrimiento en el que el propio oyente participó, junto con otros científicos de Bolivia y Francia. Los restos, varias placas de la coraza correspondientes al dorso y la cabeza del pez, se encontraron en la península de Cumaná, en la costa sur del lago Titicaca, en Bolivia, y su hallazgo se publicó en 1996. Gracias por la información que completa nuestra descripción de este asombroso animal.
(Germán Fernández, 05/2017)
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