Hasta la fecha, se estima que se han descrito y nombrado científicamente alrededor de 2 millones de especies. Este número, sin embargo, está en constante cambio debido a nuevos descubrimientos y a la revisión taxonómica de especies ya conocidas. Además, se cree que hay muchas más especies aún por descubrir, con estimaciones que varían ampliamente, desde 5 millones hasta más de 10 millones de especies en total en la Tierra.

La tarea de catalogar y nombrar especies es compleja y continua. Desde tiempos remotos, la humanidad se ha esforzado en asignarles nombres, pero fue Carlos Linneo quien estableció lo que se conoce como ‘nomenclatura binomial’, convirtiéndose en el método universal para nombrar a todos los seres vivos.

La nomenclatura binomial dicta que cada especie debe llevar un nombre compuesto por dos palabras en latín o latinizadas: un nombre genérico que se refiere al género de la especie y un nombre específico que es exclusivo de cada una de ellas. Con unas pocas reglas, establecidas en el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica, se ha logrado nombrar a las especies conocidas.

Sin embargo, detrás de las dos palabras que identifican a cada especie se esconden muchas otras historias. Aquellos con el privilegio de asignar un nombre científico a una especie deben seguir estrictos protocolos, como describirla por primera vez, publicar su descripción en una revista científica y, por supuesto, adherirse a la nomenclatura binomial. No obstante, al escoger el nombre tienen libertad, y es aquí donde las historias personales de los descubridores pueden dar resultados sorprendentes. De este modo, los nombres científicos conectan la taxonomía con la historia de la ciencia, la mitología, la geografía, los cómics, los cantantes de rock y, en ocasiones, con órganos sexuales o palabras algo inusuales.

Carlos Lobato, nuestro invitado en ‘Hablando con Científicos’ y autor del libro “El arte de nombrar la vida”, relata muchas de estas historias. Habla de criaturas cuyos nombres sirven para homenajear a personajes ilustres, como los más de trescientos organismos dedicados al padre de la teoría de la evolución, incluyendo la rana Rhinoderma darwinii, descubierta por el propio Darwin durante sus viajes en el Beagle. También menciona homenajes a Linneo, como la foca común (Phoca linnaei), y a mujeres ilustres, como la mariposa Syrenthia hypatia en honor a la matemática y filósofa Hipatia de Alejandría.

Otros nombres provienen de amantes de la mitología, como el escarabajo Dinastes hercules, de aficionados a la literatura, como el nombrado en honor a Don Quijote, Quijote cervantesi, o pintores como el Trichomycterus dali que luce unos imponentes bigotes como Salvador Dalí, no faltan fanáticos de los cómics, como el escarabajo Trigonopterus asterix y su par Trigonopterus obelix, sin olvidar a los superhéroes como la cigarra Euragallia batmani, que posee un dibujo en el cuerpo que recuerda al sello de Batman. Estos son solo algunos de los ejemplos de las miles de historias fascinantes que Carlos Lobato cuenta en su libro El arte de nombrar la vida.

Carlos Lobato es Licenciado en Ciencias Biológicas y profesor de Biología y Geología en el IES La Campiña de Arahal, Sevilla (España), es autor del blog “La Ciencia de la Vida”

Referencias:
El arte de nombrar la vida
Blog La Ciencia de la vida
Divulgación
Sobre Carlos Lobato