Las mentes más claras de la historia han ido tejiendo poco a poco la intrincada tela de araña del conocimiento científico. En cada programa del podcast Ciencia y Genios les ofreceremos la biografía de un gran sabio escrita por varios autores.
Una mañana de 1750, en la villa prusiana de Koningsburg, un joven llamado Enmanuel Kant leía con avidez el periódico de Hamburgo. Entre páginas de sucesos llamó su atención la reseña de la última obra del astrónomo inglés Thomas Wright, titulada "Una teoría original o nueva hipótesis del Universo"
Kant, que por entonces nada hacía sospechar que llegaría a ser uno de los mayores filósofos de todos los tiempos, leyó con interés el artículo en el que un periodista poco riguroso comentaba, más mal que bien, el contenido del libro.
Wright era un hombre piadoso que se había empeñado en demostrar la grandeza de Dios a través de la astronomía. Sus teorías sobre el origen del Universo mezclaban los conocimientos astronómicos con la búsqueda del Trono de Dios, que él situaba en el centro del Universo, o del infierno, que relegaba al extremo oscuro.
En su obra, Wright asumía que el Universo es esférico, con los astros situados en capas sucesivas, como las capas de una enorme cebolla, colocando las estrellas en la capa más alejada del centro. Platón, Aristóteles y Ptolomeo defendieron esta idea y colocaron a La Tierra en el centro pero el astrónomo inglés proponía, y esa es una de las pocas cosas en las que llevaba razón, que el Sol es una estrella más, situada sobre la esfera de estrellas fijas lejos del centro del Universo.
Si el Sol tuviera su lugar en la esfera de estrellas fijas, razonaba Wright, tendríamos una visión muy peculiar del firmamento. Al mirar tangencialmente para ver los astros más cercanos, observaríamos que las estrellas se acumulan unas tras otras en el campo de visión mostrando una banda luminosa muy semejante a la Vía Láctea, al mirar en otras direcciones, en cambio, las estrellas se ven dispersas..
La imagen parecía ajustarse bastante bien a la realidad pero el artículo del periódico no explicaba correctamente la teoría, dejaba de lado la existencia de las esferas y sólo resaltaba la última parte. Kant sacó la conclusión, errónea, de que Wright describía el Universo, no como una esfera sino como un disco plano de estrellas.Pensando que esto era lo que defendía el astrónomo inglés, Kant comenzó a desarrollar su propia visión del Universo.
"Lo mismo que los planetas se encuentran confinados en su movimiento a un plano común -razonaba el filósofo-, las estrellas también están situadas aproximadamente en las cercanías de un plano que se dibuja por el firmamento de manera muy similar a la franja de luz que llamamos Vía Láctea. Pienso que, dado que esa zona, iluminada por innumerables soles, tiene la forma casi exacta de una gran circunferencia, el Sol debe estar situado muy cerca de ese gran plano."
Posteriormente, Kant conoció la existencia de nebulosas elípticas gracias a un trabajo del astrónomo francés Maupertius y sugirió que se trataba de enormes aglomeraciones de estrellas (después se les llamó galaxias) como la Vía Láctea.
Así fue como el libro de un astrónomo enloquecido, el artículo de un periodista poco informado y la mente de un filósofo genial lograron destronar al Sol del centro del Cosmos y abrir las puertas a un Universo infinitamente más grande y hermoso.
Escuchen ustedes la historia de la vida de Emmanuel Kant. Comienza así:
El 29 de mayo de 1781 fue, aparentemente, un día como otro cualquiera en la pequeña localidad prusiana de KONINGSBURG. Como todas las tardes, un hombre de aspecto enfermizo y pequeña estatura salió por la puerta de su casa acompañado de un criado que le sujetaba el paraguas por si empezaba a llover. . Sin mediar palabra, ambos enfilaron calle abajo por la avenida principal y, nada más verlos, los vecinos se apresuraron a poner los relojes en hora.
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