Las mentes más claras de la historia han ido tejiendo poco a poco la intrincada tela de araña del conocimiento científico. En cada programa del podcast Ciencia y Genios les ofreceremos la biografía de un gran sabio escrita por varios autores.
La belleza de la esfera fascinaba a Copernico. "La esfera -escribió- es la más perfecta... la más espaciosa de las figura... donde no es posible encontrar principio ni fin". Imaginó un Sistema Solar en el que todos los cuerpos, estrellas, planetas, satélites y cometas se movían alrededor del Sol siguiendo órbitas circulares perfectas. Sin embargo, cuando comenzó a hacer cálculos de la posición de los astros basados en su modelo descubrió, sorprendido, que las cosas no acababan mejor que en el modelo de Ptolomeo. Para ajustar los resultados a la realidad, Copernico tuvo que introducir de nuevo los epiciclos (bucles en las órbitas de los planetas) y desplazar el centro del Universo hasta un punto un poco alejado del Sol.
A pesar de sus deficiencias, las ideas de Copernico fueron ganando adeptos, entre ellos, Johannes Kepler, un matemático neurótico, lleno de odio hacia sí mismo, arrogante y vociferante, pero un teórico extraordinariamente perspicaz.
Kepler se aficionó a la astronomía durante su infancia, cuando su madre, una pobre mujer sospechosa de brujería, lo llevó una noche a ver el gran comenta de 1577 y, tres años más tarde, a contemplar la cara rojiza de la Luna eclipsada. Tuvo una infancia difícil, su carácter agrio hizo que sus compañeros de clase le propinaran más de una paliza, pero, a pesar de todo, creció convencido de que el mundo era fundamentalmente bello, tal y como describía Platón en su armonía de los mundos.
En la Universidad de Tubinga, Kepler tuvo como profesor a Michael Mastlin, uno de los pocos profesores copernicanos de la época. Embebido por las modernas ideas, mezcladas con las de Platón, Kepler decidió que su objetivo en la vida era "entrelazar a Copernico con la astronomía y la física refundidas, de modo que ambas pereciesen o ambas sobreviviesen."
Sólo había una forma de dar la razón a Copernico, si la tenía: con los datos que proporciona la observación astronómica. En aquella época Tycho Brahe, un astrónomo excéntrico y genial, de barriga prominente y nariz de plata, había construido un observatorio impresionante desde el que observaba el firmamento como nadie hasta entonces. Kepler decía de Tycho: "…posee las mejores observaciones… Sólo necesita un arquitecto que use todo ese tesoro de acuerdo con su propio esquema."
Aunque las relaciones no fueron fáciles, Kepler trabajó con los datos del astrónomo danés hasta que, un día de 1601, Tycho murió por beber demasiada cerveza durante un banquete real. " No dejéis que parezca que he muerto en vano" -fueron sus últimas palabras.
Las observaciones de Marte fueron la obsesión de Kepler antes y después de la muerte de Tycho. Ni Ptolomeo ni Copernico lograban predecir el movimiento del Planeta Rojo con exactitud. Probó una y otra vez, siguiendo la fascinación de Copernico por la esfera, intentó hacer cuadrar los datos con sesenta órbitas circulares diferentes, sin resultado. Atacó el problema desde todos los ángulos posibles. Viajó con la imaginación hasta Marte e intentó reconstruir el camino que seguiría la Tierra vista desde un observatorio marciano. Trasladó su punto de observación imaginario al Sol e intentó calcular el movimiento de Marte desde allí. Por fin, un día se hizo la luz en su mente incansable. "Tengo la respuesta" -escribió a su amigo Fabricius- ".. la órbita del planeta es una elipse perfecta." "He descubierto en los movimientos de los cuerpos celestes la naturaleza plena de la armonía".
Kepler murió el 15 de noviembre de 1630, a los 48 años de edad. Escribió él mismo su epitafio:
"Medí los cielos, y ahora mido las sombras.
El espíritu estaba en el cielo, el cuerpo reposa en la Tierra."
Su tumba se ha perdido, destruida por la guerra.
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