Las mentes más claras de la historia han ido tejiendo poco a poco la intrincada tela de araña del conocimiento científico. En cada programa del podcast Ciencia y Genios les ofreceremos la biografía de un gran sabio escrita por varios autores.
En 1783, un adolescente de 14 años que coleccionaba sueños y nombres, se llamaba Friedrich Wilhelm Karl Heinrich Alexander, entretenía su tiempo dibujando mapas del mundo. No eran dibujos al azar o tareas de colegio, era su forma de enumerar todos los lugares exóticos que soñaba con visitar. Con el tiempo, ese adolescente sería conocido como Alexander von Humboldt, explorador, aventurero y científico.
Humboldt llegó a América en 1799 y durante cinco años recorrió vastos territorios de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Cuba y México. Durante sus viajes de exploración mostró un enorme interés por los volcanes, estudió y dibujó los perfiles de las montañas y de todo ello dejó constancia en sus cuadros, que son una extraña simbiosis de ciencia y arte. Pasara por donde pasara, recogía muestras de cada planta a su alcance, la clasificaba, le daba un nombre científico de acuerdo con el sistema establecido por Linneo y la situaba dejando constancia de la altura, la longitud y la latitud del lugar.
Los animales tampoco escapaban a su poder de observación. Estudió la laringe de cocodrilos, pájaros y monos. Capturó simios de las selvas del Orinoco, los dibujó con todo detalle, les asignó un nombre científico y los envió a Europa. Entre las muchas historias que cuenta en sus libros, hemos escogido una que aparece en el tomo III de su “Viaje a las Regiones Equinocciales”. Cuenta allí cómo presenció la lucha desigual entre caballos y gimnotos, unos peces parecidos a las anguilas que generan descargas eléctricas con las que paralizan a sus presas.
El primer contacto en toda regla con un gimnoto fue más bien una broma pesada. Cuenta el escritor venezolano Arístides Rojas, en sus “Humboltiadas”, que el estudioso de los fenómenos eléctricos, Carlos del Pozo, conocedor del interés de Humboldt por los gimnotos, consiguió uno y, con admirable destreza, logró atarle a la cola un alambre largo que posteriormente amarró a la aldaba de la puerta por la que más tarde iba a entrar el científico. Cuando Humboldt tocó la aldaba, recibió tal descarga eléctrica que cayó derribado a tierra. Repuesto del susto, exclamó:
“¡Bien, muy bien, he conocido los efectos antes que la causa!”
Conocer el mecanismo capaz de generar 650 voltios en el cuerpo del gimnoto era una obsesión para Humboldt. Deseoso de contar con un número suficiente de animales como para experimentar con ellos, se enteró que los indígenas de un lugar cercano a la ciudad venezolana de Calabozo, a orillas del río Guárico, los pescaban con un método curioso. He aquí la historia contada por Humboldt:
“Decíannos los indios que iban a pescar con caballos… Pronto vimos a nuestros guías volver de la sabana, donde habían hecho una batida de caballos y de mulas cerriles. Trajeron unos treinta que fueron obligados a entrar en el charco. El ruido extraordinario producido por el pataleo de los caballos hacen salir del limo a los peces y los excita al combate. Estas anguilas amarillentas y lívidas, parecidas a grandes serpientes acuáticas nadan en la superficie del agua y se refugian bajo el vientre de los caballos y mulas… Los indios, provistos de arpones y de cañas largas y delgadas, rodean estrechamente el charco, subiéndose algunos de ellos a los árboles cuyos brazos se extienden algunos de ellos horizontales por encima del agua. Con sus gritos salvajes y sus prolongadas perchas impiden que se escapen los caballos llegando a la orilla de la charca. Aturdidas las anguilas con el ruido, se defienden por medio de reiteradas descargas de sus baterías eléctricas y por largo tiempo aparentan ganarse el triunfo. Sucumben varios caballos a la violencia de los invisibles golpes recibidos acá y allá en los órganos más esenciales para la vida, y embobados por la fuerza y la frecuencia de las conmociones, desaparecen bajo el agua. Jadeantes otros, las crines erizadas, extraviados los ojos y manifiesta su angustia, se enderezan y tratan de huir de la tempestad que les sorprende. Los rechazan los indios hasta el medio del agua, pero un cierto número, con todo, logra engañar a la activa vigilancia de los pescadores y se les ve ganar la ribera, tropezar a cada paso y tenderse en la arena, transidos de fatiga y adormecidos sus miembros por las conmociones eléctricas de los Gymnotus. En menos de cinco minutos dos caballos se habían ahogado. Estrechándose la anguila, que tiene cinco pies de largo, contra el vientre de los caballos, lanza por toda la superficie de su órgano eléctrico una descarga que ataca a un mismo tiempo el corazón, las vísceras, y el plexo celíaco en los nervios abdominales… Los caballos no son matados, sino aturdidos. Se ahogan por estar en imposibilidad de levantarse a consecuencia de la prolongada lucha con los otros caballos y los Gymnotus. No dudábamos que la pesca acabaría con la muerte masiva de los animales en ella empleados, pero poco a poco disminuyó la impetuosidad de aquel desigual combate con la dispersión de los Gimnotus fatigados. Necesitan ellos un largo reposo y una alimentación abundante para reparar la fuerza galvánica perdida…”
Después de la batalla, los gimnotos, perdida su capacidad para producir más descargas, fueron capturados y sacados a tierra. Humbodt sometió a los que estaban vivos a una serie de experimentos sencillos y diseccionó los que habían muerto para descubrir sus órganos eléctricos. Era un estudio no exento de riesgo como él mismo describe:
“No recuerdo haber recibido jamás de una botella de Leiden una sacudida más espantosa que la experimentada cuando, de manera tonta, coloqué ambos pies sobre un Gymnotus que acababa de sacar del agua. Sentí durante todo el día un fuerte dolor en las rodillas y en casi todas las extremidades…”
Escuchen ustedes la biografía de Humboldt.
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