Las mentes más claras de la historia han ido tejiendo poco a poco la intrincada tela de araña del conocimiento científico. En cada programa del podcast Ciencia y Genios les ofreceremos la biografía de un gran sabio escrita por varios autores.
El 24 de marzo de 1882, en una pequeña sala de la Sociedad de Fisiología de Berlín no cabía ni un alfiler. Los más ilustres científicos y médicos de Alemania se habían reunido allí para escuchar a Robert Koch, el hombre que había demostrado años antes que el carbunco (ántrax) es producido por un microorganismo. El científico había anunciado que iba a demostrar que la más terrible de las enfermedades, la tuberculosis, también tenía su origen en una bacteria.
Entre la audiencia estaba Rudolph Virchow, el más eminente de los patólogos alemanes. Virchov había conocido a Koch hacía tiempo, cuando éste se presentó ante él para mostrarle un novedoso método de su invención que permitía cultivar colonias de bacterias en laboratorio. No fue un encuentro muy cordial, Virchov, eminente científico y político, endiosado y altivo, había llegado a la conclusión de que ya no quedaba nada por descubrir. Además, no creía que las bacterias fueran causantes de enfermedades así que despachó a Koch sin hacerle caso. Su presencia en aquella sala no era tranquilizadora, Virchov era una persona de gran prestigio, un “peso pesado” de la ciencia que podía hundir a Koch con un simple gesto de desaprobación.
Frente a tan eminente audiencia, aquel hombre de talla pequeña, poblada barba y gafas redondeadas, comenzó a hablar con mal disimulado nerviosismo:
Si la importancia de una enfermedad para la humanidad se midiera por el número de muertes que causa –decía Koch- la tuberculosis debe ser considerada mucho más importante que las enfermedades más temidas, como la peste o el cólera. Uno de cada siete seres humanos muere de tuberculosis. Si consideramos cualquier grupo productivo de mediana edad, la tuberculosis acaba con la vida de una tercera parte de las personas o más.
Para muchos científicos, aquella conferencia fue una de las más importantes de la historia de la medicina. Fue una exposición tan innovadora, tan inspiradora y tan avanzada que sentó las bases del procedimiento científico a partir de entonces. Koch no se limitó a hablar. Sabedor de la dificultad que entrañaba la observación de microorganismos con el microscopio, había inventado un nuevo método de tinción que permitía ver las bacterias e hizo una demostración de su eficacia ante la audiencia. Consciente de lo que se jugaba en aquella reunión científica, Robert había llevado su laboratorio entero a aquella sala: microscopios, tubos de ensayo con cultivos, portaobjetos con bacterias tintadas, tintes, reactivos, muestras de tejidos, etc. No le bastaba con anunciarlo, quería que la audiencia pudiera ver su descubrimiento con sus propios ojos.
Con la misma meticulosidad con la que en otros tiempos había demostrado la existencia del microorganismo causante del ántrax, mostró a los asistentes un conjunto de tejidos de cobayas que habían sido contagiados de tuberculosis. Unos animales habían sido infectados a partir de tejidos de los pulmones de monos tuberculosos, otros se habían contagiado al entrar en contacto con muestras de cerebros y pulmones de personas que habían muerto de la misma enfermedad y otros cobayas habían contraído la enfermedad contagiados por los pulmones agujereados de ganado enfermo. En todos los casos, la enfermedad que desarrollaron los cobayas fue idéntica, y los cultivos de las bacterias extraídas de ellos fueron iguales.
Cuando Koch terminó su exposición se produjo un prolongado silencio. No hubo preguntas, ni felicitaciones, ni aplausos. La audiencia parecía petrificada. Muchos de los asistentes esperaban la reacción de Rudolph Virchow pero éste, sin decir nada, se levantó de su asiento y abandonó la sala. Tras la salida del influyente investigador, el resto de los asistentes pareció relajarse. Uno a uno se fueron levantando pero, en lugar de salir de la sala, se fueron acercando a la tarima del orador. Querían ver con sus propios ojos las muestras de tejidos cargadas de gérmenes que había preparado Robert Koch.
La noticia del descubrimiento de Koch corrió como un reguero de pólvora. El 10 de abril, una revista médica alemana publicó los resultados, 12 días después, en Inglaterra, apareció en The Times y en el New York Times la publicó el 3 de mayo. La fama convirtió a Robert Koch en “El padre de la Bacteriología”. En 1905 recibió el Premio Nobel de Medicina “por sus investigaciones y descubrimientos en relación con la tuberculosis”.
Escuchen ustedes su biografía.
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