Las mentes más claras de la historia han ido tejiendo poco a poco la intrincada tela de araña del conocimiento científico. En cada programa del podcast Ciencia y Genios les ofreceremos la biografía de un gran sabio escrita por varios autores.
Antonie van Leeuwenhoek fue un científico improbable. Había nacido en una familia de comerciantes, no tenía fortuna, no asistió a la universidad y no conocía más lengua que la suya, el alemán. Con estas premisas no es fácil ganarse el respeto de la comunidad científica, pero, a pesar de tenerlo todo en contra, consiguió ser un científico respetado por hacer algunos de los descubrimientos más importantes de la historia de la biología: observó bacterias, células del esperma, glóbulos rojos de la sangre, algas, protozoos y muchas otras cosas.
No pertenecer a la élite científica del momento tiene, a veces, un precio excesivo, por más que una persona sea diligente, observadora e inteligente. Durante mucho tiempo, Antony van Leeuwenhoek (1632-1723) tuvo que cargar con ese estigma. En los círculos científicos, especialmente después de su muerte, se decía de él que era rudo e indisciplinado, que utilizaba métodos de investigación poco ortodoxos y carecía de objetividad. Sus microscopios fueron descritos como instrumentos “primitivos” y no faltó quien expresara dudas sobre su capacidad para hacer muchas de las observaciones que se le atribuyen. “Nada de eso es cierto” asegura el investigador británico Brian J. Ford después de sumergirse durante años entre las abundantes cartas, documentos y publicaciones que se guardan de Leeuwenhoek en la Royal Society of London.
Al parecer, la afición de Leeuwenhoek por el mundo microscópico nació tras leer una traducción al alemán del libro de Robert Hook, Micrographia, publicado en 1665. El libro fue un verdadero bestseller en su época, en él, Hook mostraba extraños dibujos que representaban, a escala ampliada, distintas partes de insectos, piojos, esponjas, plumas de ave, etc. Todo ello lo había observado con el mejor de los microscopios construidos hasta entonces.
Hook utilizaba un microscopio compuesto, inventado en 1595, un aparato que tenía ciertas similitudes con los actuales pero, debido a las dificultades técnicas de entonces, sólo lograba aumentar hasta 40 veces el objeto de estudio. Leeuwenhoek, en cambio, decidió utilizar sus propias lentes para observar el mundo diminuto. Sus microscopios (construyó más de 500) eran más simples que los utilizados por Hook, pero mucho más eficientes. Básicamente se trataba de lupas construidas con lentes pequeñísimas, pero su habilidad puliendo las lentes era tal que con ellas logró ampliar hasta 200 veces lo observado.
En 1673, Leeuwenhoek comenzó a enviar cartas describiendo lo que observaba con sus microscopios a la recientemente creada Royal Society. La institución británica archivaba su correspondencia, escrita en alemán, e incluía una traducción al inglés en la publicación Philosophical Transactions of the Royal Society. Durante más de 50 años, esas cartas fueron descubriendo la existencia de un mundo microscópico extraordinariamente diverso.
Como muestra, valga un ejemplo:
En una carta fechada el 17 de septiembre de 1683, Leeuwenhoek daba a conocer unas observaciones de la placa dental. Recogió una pequeña muestra de sus propios dientes y describió lo que veía con su microscopio: “Casi siempre observé, con enorme sorpresa, que en la materia blanca extraída de mis dientes había una gran cantidad de pequeñísimos animáculos vivos. Muchos de ellos… mostraban movimientos bruscos y rápidos, y salían disparados entre la saliva como una perca en el agua. Otros giraban como una peonza la mayor parte del tiempo… y estos eran los más abundantes”.
Animado por la experiencia, Leeuwenhoek, recogió muestras de los dientes de otras personas, entre ellas su mujer y su hija, y comprobó la existencia de las mismas criaturas diminutas. Pero lo que más le impresionó fue el estudio de la materia extraída de dos hombres ancianos que jamás se habían lavado los dientes. En la boca de uno de ellos, Leeuwenhoek encontró “una increíble aglomeración de animáculos vivos que nadaban con más facilidad que ninguno de los que había visto en ocasiones anteriores. Una parte de ellos se contorsionaban curvando el cuerpo a medida que avanzaban… y el resto de los animáculos abundaban de tal manera que el agua parecía estar viva”. Ésta fue una de las primeras observaciones de las bacterias.
Escuchen ustedes la biografía de Antonie van Leeuwenhoek.
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