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Las mentes más claras de la historia han ido tejiendo poco a poco la intrincada tela de araña del conocimiento científico. En cada programa del podcast Ciencia y Genios les ofreceremos la biografía de un gran sabio escrita por varios autores.

El demonio herbívoro y el Barón de Cuvier.

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En 1769, cuando nació Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert Cuvier, barón de Cuvier, el enorme desorden que había reinado sobre el conocimiento de las especies vivas comenzaba a esclarecerse. Carlos Linneo, fundador de la moderna taxonomía, había dotado a la mayoría de las criaturas conocidas de “nombre y apellido” y las había agrupado en géneros, los géneros en familias, las familias en clases y las clases en reinos. Sin embargo, quedaba un enorme trabajo por hacer, especialmente porque comenzaban a surgir por todos lados restos fósiles de criaturas que nadie había visto con vida y cuyos escasos restos apenas daban una idea de su anatomía. Linneo creía que las especies habían sido creadas como tales y no habían sufrido cambios desde su creación y Cuvier creció amamantado por las mismas ideas de inmovilidad de las especies.

La anatomía comparada

Partiendo de esa concepción creadora única, Cuvier desarrolló un método revolucionario, la anatomía comparada, para identificar a criaturas de las que sólo quedaban unos escasos restos fósiles. El principio fundamental de su método se basa en la correlación que existe en las formas de los seres vivos.

En su obra “Discurso sobre las revoluciones de la superficie del globo”, publicado en 1812, Cuvier decía: “Todo ser organizado forma un conjunto, un sistema único y cerrado cuyas partes encajan mutuamente para realizar la misma acción. Ninguna de las partes puede ser modificada sin que las otras cambien también y, en consecuencia, cada parte por separado indica la forma de las demás”.

Cuvier apoya sus ideas con ejemplos concretos. Si el aparato digestivo de un animal está diseñado para digerir carne, ése no será el único rasgo carnívoro de la criatura. Toda la anatomía del animal habrá sido diseñada para tal cometido: necesitará mandíbulas poderosas con dientes puntiagudos para desgarrar la carne de las presas, garras para capturarlas y matarlas, una anatomía muscular y ósea capaz de perseguirlas y cazarlas e, incluso, el instinto propio de un cazador.

Con esta novedosa visión, Cuvier era capaz de reconstruir a un animal completo a partir de un único hueso. “La forma de un diente implica la forma del hueco en el que se inserta, la del omóplato, la de las uñas, tal y como la ecuación de la curva encierra todas sus propiedades. Lo mismo que al tomar cada propiedad por separado, en base a una ecuación particular, somos capaces de reconstruir la ecuación completa; así mismo, la uña, el omóplato, el fémur y los demás huesos, cada uno por separado, permiten conocer la forma del diente y viceversa. Comenzando por cada uno de ellos, quien posea racionalmente las leyes de la economía orgánica podrá reconstruir el animal completo”

Cuvier realizó múltiples experimentos de reconstrucción de animales actuales a partir de huesos aislados o fragmentos de los mismos utilizando su método. El conocimiento adquirido le permitió dar un paso más y reconstruir la anatomía de criaturas extinguidas a partir de unos pocos y fragmentados huesos fósiles.
“Hacía falta que cada hueso reencontrara aquel al que debía engarzarse; era casi como una pequeña resurrección y no tenía a mi disposición la todopoderosa trompeta celestial; pero las leyes inmutables prescritas a los seres vivos la suplieron y, a la voz de la anatomía comparada, cada hueso y cada fragmento reencontró su lugar”

Armado con su método, Cuvier reveló a sus contemporáneos todo un mundo de animales desaparecidos y le permitió resolver antiguos enigmas paleontológicos como el del “Homo diluvii testis”.

Homo diluvii testis

En 1726, el médico y naturalista suizo Johann Scheuchzer describió un ejemplar fósil que provocó un enorme revuelo entre sus contemporáneos. Scheuchzer era un creyente convencido de la veracidad de los relatos bíblicos y dedicó su vida a buscar en la naturaleza las huellas de los acontecimientos descritos en el Libro sagrado. Uno de los fenómenos catastróficos más relevantes descritos en la Biblia es el Diluvio Universal y, Scheuchzer consagró enormes esfuerzos a la búsqueda de algún esqueleto humano sepultado durante la hecatombe. Convencido de que en algún lugar del globo habrían de encontrarse restos de la catástrofe, emprendió numerosas expediciones hasta que, finalmente, cerca del lago Constanza, descubrió unos restos fósiles encerrados entre las capas de pizarra. El fósil mostraba dos enormes cuencas oculares y una columna vertebral que, a los ojos de Scheuchzer, eran inequívocamente humanos. Identificó al fósil con el nombre de “Homo diluvii testis” (el hombre testigo del diluvio).

En 1811, Cuvier estudió los restos y echó por tierra las afirmaciones de Scheuchzer y de sus múltiples seguidores. Los huesos del llamado “Homo diluvii testis” no pertenecían a ningún ser humano fulminado por la cólera divina, eran de una salamandra gigante.


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