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Sabemos que el mundo que nos rodea está compuesto por átomos, una partículas diminutas de dimensiones nanométricas. Esa escala de medida es difícil de imaginar, dice Daniel Ramos, nuestro invitado en Hablando con Científicos. Para hacernos una idea, un nanómetro es, comparado con nuestra estatura, como somos nosotros comparados con el tamaño de la Vía Láctea. El movimiento a esa escala diminuta es el objeto de estudio de la “Nanomecánica”, una rama del conocimiento que da nombre al libro escrito por Daniel Ramos y que hoy comentamos en este programa. El libro, editado por la editorial CSIC, nos invita a conocer qué herramientas y dispositivos ha desarrollado la ciencia para estudiar el movimiento a escala nanométrica, instrumentos como el microscopio de efecto túnel o de fuerzas atómicas, sensores, balanzas atómicas y todo un conjunto de tecnologías con las que se puede pesar un átomo o medir las interacciones entre las moléculas. Tecnologías que tienen aplicaciones en multitud de campos, desde la biomedicina o la fabricación de componentes para teléfonos móviles hasta los detectores de ondas gravitacionales.
Las teorías cosmológicas son modelos científicos que buscan explicar el origen, la estructura y evolución del Universo. Las más aceptadas describen que el Universo comenzó hace aproximadamente 13.8 mil millones de años con el Big Bang, un estado inicial extremadamente caliente y denso, seguido por una continua expansión. Momentos después del Big Bang, el Universo se enfrió lo suficiente como para hacerse transparente a la radiación electromagnética, permitiendo que la luz viajara libremente a través del espacio. Esta radiación llega a nosotros como el Fondo Cósmico de Microondas (FCM). En su camino, el fondo cósmico de microondas ha ido encontrando polvo cósmico, estrellas, galaxias y materia oscura que ha dejado en él huellas de su existencia. La investigación de estas señales es el campo de estudio de cosmólogos y estudiantes de cosmología, como Irene Abril Cabezas, nuestra invitada en Hablando con Científicos.
Cuando decimos que “somos polvo de estrellas”, no es una metáfora: es una realidad. Los átomos que forman nuestro cuerpo y todo lo que nos rodea se originaron en distintos procesos cósmicos a lo largo de miles de millones de años. Tras el Big Bang, el universo produjo hidrógeno, helio y trazas de litio. Más tarde, en el núcleo de las estrellas, la fusión nuclear generó elementos más pesados como el carbono y el oxígeno. Al morir, algunas estrellas explotaron en supernovas, formando elementos aún más pesados como el oro o el uranio. Otros se forjaron en colisiones de estrellas de neutrones, eventos extremos que también enriquecen el cosmos. Hoy, incluso somos capaces de crear elementos artificiales en laboratorios. Esta historia fascinante es la que cuentan Enrique Nácher González y Sergio Pastor Carpi, investigadores del IFIC (CSIC – UV), en su libro “La formación de los elementos químicos”.
Imagina que entras en una cueva muy antigua, tan antigua que ha acumulado sedimentos durante 46.000 años, y que puedes recuperar parte de su larga historia no a través de huesos o herramientas fósiles, sino gracias al ADN atrapado en el polvo bajo tus pies. Eso es, en parte, lo que hace Pere Gelabert, investigador del Departamento de Evolución y Antropología de la Universidad de Viena, quien ha liderado un estudio fascinante sobre el ADN antiguo conservado en los sedimentos de la cueva de El Mirón, en Cantabria.
En este episodio de Hablando con Científicos, hablamos con él sobre los resultados de este trabajo que, mediante el análisis de ADN antiguo extraído directamente de los sedimentos — lo que se conoce como sedaDNA (sedimentary ancient DNA) —, ha permitido averiguar que por allí pasaron, hace decenas de miles de años, neandertales, humanos modernos y una larga lista de animales, entre los que figuran lobos, leopardos, hienas y cuones.
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