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El Sistema Solar alberga una enorme cantidad de cuerpos de muy diverso tamaño. Una gran concentración de ellos se encuentra entre Marte y Júpiter formando el Cinturón de Asteroides. De vez en cuando, alguno de esos cuerpos menores se aproxima demasiado al planeta gigante y es expulsado hacia las regiones más interiores por las que circulan la Tierra y la Luna. Cuando en algún momento de su órbita un asteroide se acerca a nuestro planeta a una distancia inferior a 0,3 unidades astronómicas es calificado como NEA, del inglés “Near Earth Asteroids” o Asteroides cercanos a la Tierra. La mayoría de los más grandes (más de 1 km) ya han sido identificados, pero de los más pequeños y abundantes, con dimensiones entre 140 metros y un kilómetro, apenas hemos logrado descubrir un 30% del total. Conocerlos es vital para detectar con tiempo una posible colisión con la Tierra. Julia de León, investigadora del IAC, habla de NEAs en este programa.
Más allá de Neptuno, el último de los planetas conocidos, se sitúa un región fría y extensa, conocida como Cinturón de Kuiper, por la que orbitan muchos objetos que, según se cree, permanecen casi inalterados desde el nacimiento del Sistema Solar. Junto a uno de esos cuerpos pasó la sonda espacial New Horizons el 1 de enero del 2019. Las imágenes enviadas muestran un mundo extraño, formado por dos lóbulos unidos por un estrecho cuello, que sugiere una historia de aproximación y unión suave de dos cuerpos, alejada de las imágenes caóticas y llenas de colisiones que se han descrito en los inicios del Sistema Solar. Un conjunto de artículos publicados en la revista Science, da a conocer lo aprendido durante la fugaz visita de New Horizons a Arrokoth. Uno de esos artículos lleva por título “La geología y geofísica del Objeto del cinturón de Kuiper (486958) Arrokoth”, en cuya elaboración han participado casi un centenar de científicos, entre los que se encuentra nuestro invitado, el investigador chileno César Fuentes, astrónomo en el Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines de la Universidad de Chile.
En el Observatorio Astronómico de Yebes, que hoy visitamos guiados por su director, el astrónomo Pablo de Vicente, se observa al Universo con grandes antenas capaces de captar las emisiones de radio procedentes de las regiones más energéticas o frías del Universo. Además de las investigaciones astronómicas, el radiotelescopio de 40 metros de Yebes, que participa en redes de Interferometría de Larga Base (VLBI), se utiliza para “Geodesia Espacial”. Este tipo de redes permiten calcular, con precisión milimétrica, la distancia entre dos radiotelescopios separados miles de kilómetros, con estos datos es posible detectar el movimiento de las placas tectónicas, las variaciones del campo gravitatorio y de la rotación terrestre y otras medidas geodésicas. Estas observaciones han permitido medir con un una precisión de centímetros la posición del robot InsSight de la NASA en Marte.
Sabemos que el mundo que nos rodea está compuesto por átomos, una partículas diminutas de dimensiones nanométricas. Esa escala de medida es difícil de imaginar, dice Daniel Ramos, nuestro invitado en Hablando con Científicos. Para hacernos una idea, un nanómetro es, comparado con nuestra estatura, como somos nosotros comparados con el tamaño de la Vía Láctea. El movimiento a esa escala diminuta es el objeto de estudio de la “Nanomecánica”, una rama del conocimiento que da nombre al libro escrito por Daniel Ramos y que hoy comentamos en este programa. El libro, editado por la editorial CSIC, nos invita a conocer qué herramientas y dispositivos ha desarrollado la ciencia para estudiar el movimiento a escala nanométrica, instrumentos como el microscopio de efecto túnel o de fuerzas atómicas, sensores, balanzas atómicas y todo un conjunto de tecnologías con las que se puede pesar un átomo o medir las interacciones entre las moléculas. Tecnologías que tienen aplicaciones en multitud de campos, desde la biomedicina o la fabricación de componentes para teléfonos móviles hasta los detectores de ondas gravitacionales.
Ganímedes es un satélite de Júpiter fuera de lo común, no solamente es el más grande del Sistema Solar, mayor incluso que Mercurio, sino que, según se cree, entre su núcleo fundido, rico en hierro, y la corteza existe un enorme océano subterráneo que alberga tanta agua como la contenida en todos los océanos de la Tierra juntos. Nuestro invitado en Hablando con Científicos, Fernando Izquierdo y sus colegas han estudiado el comportamiento de ciertos compuestos, llamado clatratos, capaces de almacenar sustancias como el CO2 o el metano, que podrían existir en las condiciones de presión y temperatura que imperan en el fondo del océano de Ganímedes. Estas sustancias pueden, además, permitir el paso de nutrientes desde la base recosa y el agua favoreciendo así la existencia de un ambiente en el que podría desarrollarse la vida.
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