La Naturaleza nos sorprende cada instante con multitud de fenómenos que despiertan nuestra curiosidad. La Ciencia Nuestra de Cada Día es un espacio en el que Ángel Rodríguez Lozano nos incita a mirar a nuestro alrededor y descubrir fenómenos cotidianos que tienen explicación a la luz de la ciencia.
Cuando hacemos una fotografía a una persona en un ambiente con mucha luz, de día, vemos los ojos de su color y la pupila como un punto negro, en cambio, cuando la hacemos en un ambiente con poca luz, de noche, con flash, algunas personas salen con los ojos rojos. Entran en juego varios factores, la apertura de la pupila, la intensidad de la luz, incluso la raza de la persona.
Demos un ligero repaso al funcionamiento del ojo para comprender el proceso.
Al mirar a una persona a los ojos, nos llama la atención la zona coloreada, el iris, y el círculo negro central, la pupila. El iris es como una ventana circular que se abre o se cierra según la cantidad de luz que llega del exterior. La pupila es, en realidad, el agujero por el que la luz entra libremente al interior del ojo.
Cuando nos exponemos a una luz intensa, el iris reacciona automáticamente dejando sólo un pequeño orificio en el centro para que entre menos luz y no dañe al ojo, la pupila se convierte en un diminuto punto negro. En lugares con poca iluminación, el iris se abre y deja un agujero mucho más grande, en estos casos la pupila puede llegar a tener hasta 8 milímetros de diámetro. Visto de otra manera, cuanto más dilatada esté la pupila, más luz entra y más opciones tenemos, también, de ver lo que sucede dentro del ojo. Aquí está la clave del asunto.
La luz penetra en el ojo por la pupila y va a dar en una especie de pantalla interior, llamada retina. Esta pantalla está llena de células especializadas que capturan parte de la luz y envían la información al cerebro. Contiene además, una capa semitransparente, llamada epitelio pigmentario, que absorbe otra parte de la luz y deja pasar el resto hasta una zona cargada de vasos sanguíneos. Son estos vasos los que, al ser iluminados, desprenden el intenso color rojo de la sangre. Así pues el color final es rojo. Esto sucede en los seres humanos, en otros animales, como los perros o los gatos, los ojos brillan (ver aquí la explicación).
Por la noche los ojos intentan captar la mayor cantidad de luz posible y abren al máximo la pupila. Si en ese momento disparamos el flash de la cámara, se produce un fogonazo de luz muy brillante y de corta duración que entra de lleno dentro del ojo porque el iris no tiene tiempo de reaccionar para evitar el deslumbramiento. La luz penetra hasta la retina iluminando el epitelio pigmentario y los vasos sanguíneos. El fondo se carga del color rojo de la sangre y, como la pupila está abierta todavía, el reflejo rojizo se hace visible en el preciso momento que la cámara hace la fotografía. Por la propia óptica del ojo, el color es más intenso al mirar de frente que al mirar desde un lado y eso es lo que capta la cámara.
La intensidad del reflejo varía de una persona a otra porque las paredes de la retina absorben más o menos luz dependiendo del individuo y de la raza. Las personas que tienen los ojos claros, suelen tener también una retina menos absorbente y, por lo tanto, al pasar más luz hasta los vasos sanguíneos, el reflejo rojo es más intenso. Las personas de razas más oscuras suelen tener el fondo del ojo más absorbente y el color rojizo apenas se nota.
Para evitar, en lo posible, el efecto de ojos rojos en las fotografías, algunas cámaras emiten ráfagas de luz de flash unos momentos antes del disparo, con el fin de que el ojo reaccione y contraiga la pupila. De esa manera entra menos luz y el efecto rojo disminuye mucho.
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