La Naturaleza nos sorprende cada instante con multitud de fenómenos que despiertan nuestra curiosidad. La Ciencia Nuestra de Cada Día es un espacio en el que Ángel Rodríguez Lozano nos incita a mirar a nuestro alrededor y descubrir fenómenos cotidianos que tienen explicación a la luz de la ciencia.
Más vale aire que sol a la hora de secar la ropa tendida, aunque mejor si hay ambas cosas. La ropa mojada lleva una gran cantidad de agua y el proceso de secado se debe, simplemente, a que el agua se evapora y abandona la ropa. Así que, para entender bien lo que sucede, hay que comprender el fenómeno de la evaporación.
Lo comprobamos continuamente, si se nos olvida tapar un frasco de colonia, observamos que se queda vacío al cabo de pocos días; el agua de lluvia que cae sobre el asfalto desaparece en cuanto deja de llover y si ponemos agua en un plato, tarde o temprano, se seca. Estos fenómenos nos indican que los líquidos en general tienden a convertirse en gas y ése es un proceso que tiene lugar a cualquier temperatura. Cuando calentamos agua hasta hacerla hervir, lo que sucede es que todo el agua del recipiente intenta convertirse en vapor a la vez y por ello se forman burbujas en el interior del líquido. Por debajo de la temperatura de ebullición sólo las moléculas que están situadas en la superficie del líquido pueden escapar y convertirse en vapor. El proceso es mucho más lento pero, tarde o temprano, es igualmente efectivo.
El agua líquida está formada por moléculas, muy juntas unas con otras, que se mueven resbalando y chocando entre ellas. Un gas, en cambio, está formado por moléculas independientes, que vuelan libres y se mueven por el espacio a velocidades considerables. En la superficie de un líquido, por efecto de los continuos choques, algunas de las moléculas situadas en la superficie adquieren velocidad suficiente como para escapar de él y liberarse en forma de vapor.
Todas las moléculas que van escapando del líquido se van mezclando con el aire y forman una especie de nube de vapor junto a la superficie. Si esas moléculas no se retiran, su número llega a aumentar tanto que algunas de ellas, al chocar con la superficie del agua, quedan atrapadas de nuevo por el líquido. Así pues, con el tiempo, se produce un equilibrio entre el agua y el vapor que hay encima porque escapan tantas moléculas como vuelven. Por supuesto, si aumenta la superficie, como sucede al derramar el agua del plato, se necesita más vapor para establecer ese equilibrio, en cambio, si mantenemos el líquido en una botella de cuello estrecho, hace falta muy poco.
Una forma muy simple de romper el equilibrio entre el líquido y la nube de vapor consiste en eliminar el vapor de agua ¿cómo?, muy fácil, con una corriente de aire. El aire arrastra consigo el vapor de agua, evita que las moléculas se reincorporen al líquido y éste intenta recuperar el equilibrio permitiendo que más moléculas escapen de él aumentando la evaporación.
¿Qué sucede al tender la ropa mojada? Por un lado el agua está repartida, empapando las fibras del tejido y ofreciendo una enorme superficie de contacto con el aire. Ese exceso de superficie es aprovechado por un gran número de moléculas para escapar, aumentando la evaporación. El viento acude entonces a potenciar el proceso, la menor ráfaga de aire arrastra el vapor y favorece que nuevas moléculas escapen de la ropa mojada para ocupar su lugar. El proceso se repite una y otra vez y la ropa se va secando muy rápidamente.
Si el viento está en calma, se establece el equilibrio entre el agua líquida y el vapor y es más lento el proceso de secado. El Sol puede favorecer la situación porque calienta la ropa y el agua que contiene. Con el calor las moléculas de agua tienen más energía para escapar y, como el aire caliente se eleva, se produce una corriente de aire ascendente que arrastra el vapor favoreciendo el secado. No obstante, el proceso es más lento.
Un efecto adicional es el siguiente: cuando el agua se evapora es porque va perdiendo las moléculas más rápidas y quedándose con las más lentas, eso quiere decir que el líquido va perdiendo energía y se va enfriando. Este efecto es fácil de comprobar: si mojamos nuestras manos y luego soplamos sobre la piel mojada, sentimos frío. Cuanto más fría esté el agua menos se evapora, así pues, al calor del Sol favorece el aumento de temperatura y la evaporación, y el viento potencia el efecto de secado.
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