En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
El crédito dado al papel de las mujeres en los procesos que llevaron al establecimiento de la agricultura, aunque siendo un reconocimiento merecido, no le hace justicia ni valora las tremendas dimensiones de lo que de verdad significó para el avance de la humanidad la contribución femenina. Las mujeres de la prehistoria hicieron nada más ni nada menos que plantar la semilla, no ya de una planta en particular, sino la de lo que terminaría siendo uno de los puntales para los inicios de la inteligencia y el lenguaje de los seres humanos.
El bipedalismo y sus altos costos
La historia empieza hace algunos millones de años cuando, al partir caminos con nuestros primos cercanos los chimpancés, se aceleraron dos de los diversos procesos que llevarían a nuestra especie a ser la mejor equipada en toda la tierra para desarrollar y acceder al conocimiento.
La evolución del bipedalismo, por un lado, alteró gradualmente el esqueleto de nuestros antepasados. Al tiempo que nuestro cráneo se echaba hacia atrás, la forma de la pelvis empezó a modificarse para adecuar los músculos que facilitaban el caminar en una postura vertical. Sin embargo, los cambios en la anatomía de las hembras ancestrales llevaron a que partes de los canales involucrados en el parto se estrecharan, volviendo más difícil el paso de las crías.
Por otro lado, el cerebro había comenzado a crecer y con ello la necesidad de una cavidad craneana con mayor capacidad. El primer recurso fue empaquetar los elementos con más eficiencia para aprovechar mejor el espacio disponible; las circunvoluciones cerebrales son el resultado.
La combinación de estos dos elementos, cerebro mayor y vías de nacimiento más estrechas debió ser un problema grave para las madres al momento del alumbramiento y con seguridad llevó a un aumento en la muerte de madres y fetos. La lucha por la sobrevivencia enfrentó el mantener un tamaño mayor del cerebro con la ventajas evolutiva que lleva, y el paso de la cría por canales más estrechos. Una encrucijada gravísima.
La neotenia
Entonces, la selección natural favoreció el nacimiento temprano de los fetos, antes de que hubieran completado su gestación. Por esta razón, los bebés humanos nacen inmaduros, incapaces de sobrevivir por si mismos, todo lo contrario de lo que sucede con los primos chimpancés, por no hablar de un pollo que sale prácticamente corriendo de la cáscara a picotear en busca de comida.
Nacemos indefensos y sin ninguna probabilidad de sobrevivir si somos dejados sin alimento y abrigo. Pero al contrario de lo que sucede con el resto de los animales, los primeros años no están dedicados a buscar sustento, sino a permitir que el cerebro crezca, que se establezcan las miles de millones de redes neuronales que nos llevarán a convertirnos en los únicos seres pensantes de este planeta. El alimento y abrigo, por otro lado, lo proveen los padres. Ese estado de inmadurez y de una total ausencia de poder solventar la existencia durante los primeros años de la vida en los humanos se conoce como neotenia. Algunos animales permanecen en estado de neotenia toda su vida pero eso no viene a cuento ahora.
Y el andamiaje para el lenguaje
Con seguridad las madres ancestrales tuvieron que ver con los inicios del lenguaje, pues en la necesidad de alimentar, abrigar y calmar a la cría desvalida debieron inventar sonidos protectores que establecerían un estrecho vínculo con ella. Los bebés chimpancés, al fin y al cabo pueden trepar por el cuerpo peludo de sus madres y alimentarse a gusto y encontrar abrigo cuando lo necesitan, pero los incapaces bebés humanos no tienen esas habilidades ni destrezas.
Para cumplir las muchas tareas que tenían a su cargo, las madres de la prehistoria tuvieron que dejar por momentos a sus hijos en el suelo y estas interrupciones en el contacto físico pudieron ser traumáticas para ambas partes.
Es muy probable que las madres comenzaran a usar ciertos sonidos para tranquilizar a sus crías y volver menos dura la separación momentánea. Estos sonidos no articulados debieron ser el origen de arrullos, de canciones de cuna y más adelante de la música misma. De esta manera las madres pusieron el primer ladrillo en la escalera que nos llevaría a la conquista de dos actividades exclusivas de los seres humanos, la música y el lenguaje.
Lo vemos todavía en nuestros bebés. Existe una reacción inmediata en ellos hacia los sonidos y, a medida que van creciendo y madurando, una respuesta cada vez mayor a los estímulos sonoros que les llegan bien sea de sus padres o reproducidos en cualquier aparato electrónico. Los bebés responden al estímulo con todo el cuerpo, con movimientos de regocijo y más adelante con sus propios sonidos.
Y es en estas etapas donde se establecen las redes neuronales, las sinapsis que permitirán desarrollos intelectuales posteriores. El cerebro de un bebé tiene todas las neuronas pero sólo un 25% de la capacidad cerebral de un adulto. Lo que hace que el cerebro llegue a desarrollar toda su capacidad son los miles de millones de interacciones entre las neuronas. Por esta razón, los momentos más importantes en el desarrollo de los seres humanos se inician en la larga infancia y continúan hasta los finales de la adolescencia, cuando se terminan de establecer casi todas las conexiones cerebrales.
Las madres primitivas ayudaron a sus crías a aprender los ritmos y reglas de su lengua nativa a través de un vocabulario simple, repetitivo, con vocalización exagerada, tonos altos y con ritmos lentos. El camino desde las canciones de cuna (muy similares en la mayoría de los grupos humanos) al desarrollo del lenguaje debió ser largo, pero estas interacciones entre las madres de la prehistoria y sus bebés con seguridad marcaron un punto fundamental en su inicio.
Se cree que una de las primeras palabras inventadas fue el equivalente de Mamá. Por alguna razón en muchos idiomas es casi la misma palabra; si eliminamos el grafismo, la fonética es muy similar. Los bebés de la prehistoria y los de ahora, debieron buscar, y buscan, el placer y la sensación cálida de esa madre que los arrulla, los alimenta, les habla, les canta y tanto les enseña.
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