En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
El cerebro está constituido de neuronas, entre otras células. Bueno, eso ya lo sabemos todos, nada nuevo. Ochenta y seis mil millones de células que pueden hacer entre mil y diez mil contactos con otras neuronas. El número final de estados cerebrales, de combinaciones y permutaciones de la actividad cerebral, supera el número de partículas elementales en el universo. ¿Cómo diablos entrar en esa majestuosa complejidad y estudiar los comportamientos, las patologías, los estados alterados, la normalidad y lo que se aleja de ella?
Los equipos de neuroimagen y los estudios que involucran desde los juegos de video hasta los más sofisticados programas de computadores han permitido grandes avances. Varios grupos de investigadores, ayudados por el impulso de sus gobiernos en dinero e incentivos, han entrado a medírsele a la titánica tarea de descifrar los misterios cerebrales, igual que hace más de una década se hizo con los genes. Así como hablamos por estos días del Genoma, en poco tiempo hablaremos del Conectoma, aunque tal vez los primeros resultados se hagan esperar muchísimo más tiempo.
Como dijimos al inicio, neurólogos como Ramachandran, abordan el estudio de los comportamientos humanos desde un ángulo digamos más tradicional. Veamos por ahora un ejemplo.
Apotemnofilia
En lo que se podría pensar como lo opuesto al síndrome del miembro amputado donde los pacientes siguen sintiendo dolores y molestias en el “miembro fantasma”, los afectados de apotemnofilia exigen al médico que les corte un brazo normal que ellos no sienten como propio. Por lo demás son individuos que no presentan ningún comportamiento anómalo, que no muestran ningún signo de psicosis, que tienen familia y vida normal. Uno de ellos, decano de una facultad de ingeniería, después de retirarse, acude al laboratorio de Rama, y con la ayuda de un bolígrafo, una pluma, traza una línea clara y definida por encima del codo y le dice: necesito que me corte esta parte del brazo que no es mía, la que queda por debajo de la raya. Varias veces se le pregunta por distintas regiones alrededor de la línea y él, con precisión milimétrica señala siempre la misma región.
Nunca le dijo a nadie que esa necesidad no era algo nuevo, que la sentía desde niño. La mantuvo en secreto durante tantos años pues estaba seguro que el hablar de ello llevaría de inmediato a los demás a pensar que estaba loco.
Muchos de los pacientes encuentran el remedio haciéndose la cirugía en países donde no les pregunten nada.
¿Qué ocurre en el cerebro de esos individuos? Se ha hablado de que sería un mecanismo para llamar la atención. Pero un poco radical, ¿no? Por qué un brazo y no mejor una oreja, un dedo, algo menos brutal. Las explicaciones freudianas también acuden para colocar en medio un pene gigante.
El mapa
Cada punto de la superficie del cuerpo humano tiene su representación en un punto específico de la corteza cerebral constituyendo un mapa completo, llamado Penfield por quien lo elaboró.
Rama y sus colegas sometieron y someten a sus pacientes a estudios usando una técnica de imagen funcional del cerebro MEG (por sus siglas en inglés) que al final permite grabar el mapa completo de las regiones del cuerpo correspondientes a las diferentes zonas del cerebro.
Si el paciente sentía que el brazo no era suyo, los neurocientíficos esperaban encontrar un hueco en la zona correspondiente al brazo, pero no fue así, algo que los desconcertó y decepcionó al tiempo. Lo que sí encontraron fue que la zona del cerebro involucrada en la representación del brazo no estaba, creando una tremenda discrepancia, algo que el cerebro no lidia bien. Así, una señal de alarma es enviada de inmediato a la amígdala (centro de las emociones) quien a su vez dispara una aversión al brazo.
Una explicación fisiológica, nada que indique alguna necesidad de llamar la atención o la invocación de explicaciones freudianas.
Pero, ¿existe una cura? Todavía no, aunque Rama y su equipo están buscándola, algo que lograrán.
La caja con el espejo en la mitad, –que Rama diseñó para curar el síndrome del miembro amputado o parálisis producidas por derrames cerebrales o traumas– es un magnífico antecedente de sus capacidades y las de su equipo para descifrar y resolver problemas neurológicos, de los que hemos citado apenas un ejemplo.
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