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Cierta Ciencia

En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.

Autismo

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“Me llamo Christopher John Francis Boone. Me sé todos los países del mundo y sus capitales y todos los números primos hasta el 7507. Tengo 15 años, 3 meses y 2 días. Mi memoria es como una película. Por eso soy realmente bueno a la hora de acordarme de cosas…, porque mi memoria tiene una banda olfativa que es como una banda sonora. Y cuando la gente me pide que recuerde algo puedo apretar simplemente el Rebobinar y el Avance Rápido y la Pausa como en un aparato de video. Y no hay botones además, porque todo está pasando en mi cabeza”.

Así cuenta partes de cómo ve el mundo el protagonista de “El Curioso Incidente del Perro a Medianoche”, de Mark Haddon. El autor, sin ser parte del mundo de la neurobiología consigue escribir una novela contada por un muchacho autista. Una obra de arte salpicada con un gran conocimiento de las dificultades y limitaciones que tienen para funcionar los cerebros de quienes sufren esta enfermedad. Es un logro magnífico de Haddon, una novela novedosa que impresiona y le mete al lector unas ganas inmensas de conocer más sobre esta disfunción cerebral.

El autismo, un nombre general para problemas de aprendizaje y relacionamiento que van desde leves hasta muy severos, es una enfermedad con un alto componente genético. Si de un par de gemelos idénticos uno es autista, existe una probabilidad entre un 80 y 90 por ciento de que el otro gemelo también lo sea. Cuando son gemelos no idénticos y uno de ellos sufre autismo, el otro gemelo tendrá numerosas deficiencias de lenguaje y de relacionamiento social. Sin embargo, la incidencia del autismo ha venido en aumento de forma constante en las dos últimas décadas, y por lo tanto no puede explicarse sólo por la genética.

El incremento de casos se debe, en parte, a un mejor diagnóstico y a que muchos niños con leves problemas de aprendizaje y relacionamiento social son diagnosticados como autistas para que puedan acceder a los beneficios médicos y a las terapias adecuadas. Así y todo, cuando los epidemiólogos corrigen los datos eliminando posibles sesgos estadísticos, vemos que el número de pacientes se ha triplicado en los últimos quince años.

Es posible que algún factor ambiental afecte los circuitos neuronales en estos niños, llevando a la inactivación de períodos críticos necesarios para la formación correcta de mapas cerebrales, que son la manera como la información se almacena y procesa en el cerebro. Cuando nacemos, nuestros mapas cerebrales son unos bocetos burdos, sin detalles, indiferenciados. Durante los períodos críticos, cuando la estructura de esos mapas cerebrales está literalmente formándose con nuestras primeras experiencias en este mundo, el boceto se vuelve detallado y diferenciado.

Lo maravilloso de este proceso es que la plasticidad de la corteza cerebral es tan grande que su estructura puede ser cambiada con el más mínimo estímulo. Los bebés pueden, en el período crítico de adquisición del lenguaje, almacenar una infinidad de palabras y sonidos simplemente oyendo a sus padres, sin esfuerzo alguno, guardando la información y haciendo un mapa del lenguaje adquirido. Los adultos aprenden un lenguaje nuevo sin problemas, pero tienen que trabajar para hacerlo, poner atención. Los bebés y niños pequeños lo hacen sin siquiera percatarse, porque la maquinaria de aprendizaje está encendida siempre.

Existen varios factores de crecimiento neuronal cumpliendo diversas labores, una de ellas, la de mantener el núcleo basal del cerebro encendido durante los períodos críticos de formación de los mapas cerebrales, labor que le valió la denominación de Sistema Controlador de la Plasticidad. Pero su trabajo se termina cuando los mapas están hechos, poniendo fin a esa época mágica de aprender sin esfuerzo. Sin embargo el núcleo basal puede volver a encenderse si algo nuevo, importante o sorprendente pasa o si hacemos el esfuerzo de poner atención a algo que nos interesa muchísimo.

Todo lo anterior podría explicar la razón de por qué el autismo es una colección de muchos problemas diferentes. En niños con una predisposición genética, este factor de crecimiento neuronal que mantiene el ganglio basal encendido puede ser producido en gran cantidad y de forma prematura. Los afectados de autismo desarrollan así cerebros hiperexcitados e hipersensibles que hacen que perciban con intensidades altísimas los sonidos que a un niño normal no le afectarían, o que no puedan tolerar el contacto físico, aún de los padres, o que eviten el contacto visual porque recibirían tal cantidad de información que encendería prácticamente todo el cerebro, ocasionando una perturbación inmensa.

De la misma manera, otras actividades mentales de los cerebros de autistas, los cálculos matemáticos para hablar de lo más conocido, están tan consolidadas y desarrolladas que se asemejan a un computador.

“Había montones de gente en el tren, y eso no me gustó, porque no me gustan los montones de gente que no conozco y aún lo odio más si estoy apretujado en una habitación con montones de gente que no conozco y un tren es como una habitación y no puedes salir de él cuando está en marcha. Y entonces intenté pensar en lo que tenía que hacer, pero no podía pensar, porque había demasiadas otras cosas en mi cabeza, así que hice un problema de matemáticas para despejarme un poco la cabeza”.

Un factor desencadenante del autismo puede residir precisamente en que los bebés con alguna alteración biológica en su sistema de almacenar información, registren indiscriminadamente todo el ruido que los rodea, cada vez más alto y recurrente en las grandes ciudades; todas las frecuencias juntas, como cuando sintonizamos un radio y no logramos fijar una emisora. Tenemos ruido continuo, todo el tiempo. Todo suena. Para un bebé con un sistema alterado de producción de factores de crecimiento neuronal, el núcleo basal recibe a diario esa información y todo le entra y se consolida en mapas rígidos y terminados.

Los tratamientos para las diversas formas de autismo podrían buscarse precisamente en ese punto. El cerebro plástico podría reacomodarse para que aprendiera de nuevo a filtrar los sonidos. Uno a uno, por separado. Un trabajo de recuperación largo pero esta vez con más elementos venidos de la ciencia contemporánea por excelencia, la neurobiología.


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