En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
Además de ser una de las actividades humanas que reúne grupos de personas para celebrar, disfrutar, relacionarse, coquetear, seducir, el baile tiene un beneficio importante para la salud pues pone en funcionamiento diversas áreas del cerebro que ayudan a mantenerlo activo y en buena forma. No es lo mismo reunirse para comer, discutir o ver una película. El baile requiere intercomunicación, por un lado y, por otro, coordinación elaborada y armoniosa (en diferentes grados) de movimientos corporales.
Lo que sucede en el cerebro cuando se baila es, de manera literal, la ejecución de una danza armoniosa entre varias regiones cerebrales que participan en la generación de movimientos, transmisión de señales a las zonas donde se elaboran las órdenes para coordinar esos movimientos, el envío de nuevas señales y así por delante. Una coordinación y una elaboración de una complejidad asombrosas.
Por esta razón, los neurobiólogos cada vez se interesan más en el estudio de las regiones cerebrales involucradas, tanto que ya se sabe que pacientes que sufren de Parkinson pueden mejorar su movilidad si, a cambio de ejercicios convencionales de fisioterapia, aprenden a bailar el tango. La razón es que el daño en esta enfermedad reside en la pérdida de neuronas en el ganglio basal del cerebro, lo que impide el paso de mensajes que van a la corteza motora. Por esta razón los pacientes sufren temblores, rigidez y dificultad para realizar los movimientos que planean en su cabeza. Después de unas 20 clases de tango los síntomas mejoran considerablemente.
Pero, ¿por qué se baila? Parece tonta la pregunta pues la respuesta es inmediata. Por gusto, por impulso, o porque suena música. Aunque yendo un poco más allá de lo que es evidente, así el baile y la música estén relacionados de forma estrecha, el baile, por sí mismo, produce sonido. Los danzantes aztecas de la ciudad de México decoran sus piernas con semillas del árbol de ayoyotl, los chachayotes, que suenan a cada paso. Lo mismo sucede con los indígenas de muchas culturas quienes adornan sus cuerpos con objetos que producen sonidos mientras bailan. Además, y correspondiendo a los miles de grupos humanos que celebran con el baile hechos alegres o desafortunados, con frecuencia hay palmas y taconeos. Un solo de flamenco, arranca del cuerpo del bailarín un montón asombroso de sonidos que hacen innecesarias las guitarras y otras percusiones.
A diferencia de la música, el baile encierra una enorme capacidad de imitación y representación lo que puede ser tomado como una fuerte evidencia de que el baile sirvió como una forma temprana del lenguaje. De hecho, es la quintaesencia del lenguaje gestual, tanto que se ha logrado asignar una región del cerebro a los movimientos asociados a la danza: el área de Broca, una parte del lóbulo frontal, que también está involucrada en la producción del habla. Así mismo, en esta zona se pueden “mapear” regiones que participan en representaciones con las manos.
Todos estos elementos son parte de la llamada teoría gestual de la evolución del lenguaje, que propone que el lenguaje evolucionó en sus comienzos como un sistema de gestos, antes de volverse vocal. Si a esto le sumamos que el movimiento de las piernas también tiene registro en la misma región del cerebro, el baile se convierte en términos evolutivos, en el inicio de la comunicación entre los humanos ancestrales. Y comunicación significa imitación, interrelación con los otros y al final generación y dispersión de cultura.
El baile tiene entonces un valor enorme en la comunicación de los seres humanos, lo ha tenido históricamente y lo seguirá teniendo. Solo que a veces, y en algunas culturas que se vuelven cada vez más herméticas a las relaciones inter personales directas pueden ocurrir cosas como esto que parece un cuento: en la ciudad de Nueva York existe un parque donde es normal que se den eventos públicos de todos los colores. El más sorprendente de todos, según se mire, ocurrió hace un par de meses. Un grupo de muchachos, hombres y mujeres, bailaban sin música, al menos música que pudiera oirse. Mirados de cerca, cada uno tenía su reproductor individual de canciones con sus audífonos. Estaban reunidos más o menos porque sí. Ni siquiera se miraban entre ellos. Hubieran podido bailar en sus casas. Bailaban solos.
En un pequeño pueblo de montaña en China, tuvimos el privilegio de ver el revés de la moneda. Cuando apenas comenzaba a oscurecer y los faroles a encenderse en el centro de lo que había sido el mercado, se oyó un altavoz con canciones tradicionales. Muy pronto, y como saliendo de la tierra aparecieron hombres, mujeres –jóvenes y viejos– con sus ropas coloridas y empezaron a bailar, a cantar, a enlazarse. Nos contaron que lo hacían todos los días.
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