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En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.

Déficit de atención o tan solo falta de atención.

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El diagnóstico de las enfermedades y trastornos mentales es uno de los problemas más serios de la medicina pues, a diferencia de otras dolencias que se evidencian usando pruebas de laboratorio, los parámetros usados en la psiquiatría pueden ser muy subjetivos tanto del lado del paciente como del médico que hace el diagnóstico.

Además, dada la complejidad del comportamiento humano, muchas de las posibles enfermedades no son otra cosa que estados pasajeros de tristeza, de angustia y desasosiego, y no un estado depresivo que requiera tomar drogas, por poner un ejemplo.

Ya en 1960 la mayoría de los psiquiatras pensaba que los niños con dificultades para concentrarse sufrían un problema mental innato o de origen genético. Se creía que así como la diabetes tipo I requiere insulina para corregir el problema bioquímico innato, los niños con Déficit de Atención (DA)* también necesitan drogas (fármacos) para corregir el suyo. Pero existe poca o ninguna evidencia que apoye esta idea.

En 1973, L. Alan Sroufe, psicólogo y profesor emérito de la Universidad de Winsconsin, hizo una revisión de los casos de niños tratados con drogas. Docenas de estudios mostraron que las drogas mejoraban el rendimiento de los niños en tareas repetitivas que requerían concentración y diligencia. Profesores y padres también informaron de mejorías en el comportamiento en casi todos los estudios a corto plazo. Se disparó un incremento en el tratamiento con drogas y se llegó a pensar que la hipótesis de una “deficiencia cerebral” había sido demostrada.

Sin embargo, desde esa época y hasta el momento, cuando el diagnóstico de niños con DA ha aumentado veinte veces en Estados Unidos, el uso indiscriminado de drogas se sigue cuestionando, sobre todo en lo que tiene que ver con el mecanismo de acción y la duración de los efectos. La Ritalina y el Aderal –dos de las drogas más usadas aunque la lista supera las 50–, son una combinación de dextroanfetamina y anfetamina y son estimulantes. Entonces, ¿cómo se explica que calmen a los niños inquietos? Según algunos expertos, ya que los cerebros de los niños afectados son diferentes, las drogas tienen un efecto paradójico misterioso.

Pero “no hay tal paradoja” afirma Sroufe. “Cuando revisamos la literatura sobre las drogas para tratar déficits de atención en 1990 encontramos que todos los niños, con problemas de atención o no, respondían de la misma manera a los estimulantes. Y que, mientras las drogas ayudaban a los niños a calmarse en el salón de clases, los ponían eléctricos en los recesos en los patios de recreo. Los estimulantes en general tienen los mismos efectos en niños y adultos: incrementan la habilidad para concentrarse en tareas que no son interesantes o que se hacen cuando se está cansado o aburrido pero no aumentan la habilidad para aprender”.

Así se explica el porque las anfetaminas funcionen tan bien cuando las usan los estudiantes cuando se someten a exámenes académicos. Pero el uso prolongado ya no produce el efecto buscado y sí muchos problemas que hasta pueden acabar en suicidios.

Y en los niños, el beneficio, si es que lo hay, desaparece con el tiempo. Es más, cuando padres y médicos deciden suspender el tratamiento al no ver mejorías, se producen síntomas similares a los que se han dado cuando se abandona cualquier adicción.

Hasta la fecha, no se han demostrado beneficios de las drogas a largo plazo, en desarrollo académico, relaciones interpersonales o problemas de comportamiento en los niños tratados, que es lo que finalmente se quiere lograr. Además los estudios que se han hecho no han sido lo suficientemente estrictos en sus metodologías.

Sólo hasta el año 2009, se publicaron los hallazgos de un estudio que está haciéndose hace una década y con resultados muy claros. Casi 600 niños con DA fueron divididos en cuatro grupos. Unos recibieron sólo drogas, otros drogas más terapia cognitiva, otros sólo terapia y un último grupo sirvió de control sin ningún tratamiento. Al inicio el estudio sugirió que la medicación o la medicación más terapia producían los mejores resultados. Sin embargo, después de 3 años los efectos se desvanecían y luego de 8 años, no había ninguna evidencia de que la medicación produjera mejora alguna en el comportamiento o el rendimiento académico.

La llegada de la neurociencia le echó candela a la idea de que los niños con DA tienen un “defecto innato” en su cerebro y que hay que medicarlos. Pues claro que los cerebros de niños con problemas de falta de atención muestran patrones diferentes en los neurotransmisores y otras anomalías. No podría ser de otra manera. El cerebro y el comportamiento están íntimamente ligados.

Lo que es importante establecer es si esas anomalías son el resultado o la causa. Mejor dicho, si esas anomalías estaban en el momento del nacimiento o si fueron ocasionadas por algún trauma, estrés crónico o cualquier otra experiencia temprana en la niñez. Si hay algo importante en los nuevos hallazgos de la neurociencia del comportamiento es que el cerebro en desarrollo es moldeado por la experiencia.

Y es lo que demuestra el estudio diseñado y realizado por Sroufe. Desde 1975 se le está haciendo el seguimiento a un grupo de 200 niños nacidos en la pobreza, con todo lo que ello trae. Todo parece indicar que en ellos, los problemas de DA son más altos que los de la población general. Estudios recientes confirman los resultados.

Darles drogas a los niños con DA no resuelve los problemas que lo ocasionaron. Tal vez un reducido grupo se beneficie de la droga pero sólo por un período mínimo. Padres y maestros tendrían que entrarle al asunto con más responsabilidad, y no dejarlo en manos de “especialistas” que rellenan fórmulas sin más. El problema ha escalado a cifras más que alarmantes: en estos días en Estados Unidos se ha declarado una emergencia por escasez de estas drogas.

La falsa ilusión de que una pastilla pueda remediar la complejidad de un problema como el DA, convierte a toda una sociedad en cómplice de los males que les esperan a esos niños que, por otro lado, podrían beneficiarse de más atención de padres, maestros y psicólogos competentes.

*Al DA se lo denomina Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad. Como es un asunto tan difuso, lo hemos dejado tan sólo como DA.


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