En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
En Mente y Cosmos *, Thomas Nagel –filósofo con una sólida historia de polemista– continúa los ataques ya iniciados en escritos anteriores al “dañino reduccionismo”, implícito, según él, en el Darwinismo.
Como lo plantea Nagel en el subtítulo del libro, la biología evolutiva está equivocada al haber asumido al Darwinismo como la teoría explicativa para la historia de la vida.
Entonces antes, un poco de Darwinismo. Una vez aparece la vida en la tierra, un conjunto de mutaciones al azar y gracias a la acción sobre ellas de la selección natural, da origen a una multitud de linajes celulares. Los linajes biológicos que sobreviven o se reproducen mejor que otros, reemplazarán a esos otros. Dado que la selección natural asegura que las especies estén en adaptación continua a los cambios del entorno, el proceso no tiene propósito: la selección natural responde sólo al medio ambiente inmediato y por tanto la evolución no puede tener un destino determinado, un logro a conseguir.
Según Nagel esto es “casi con toda certeza falso”.
Nagel supone, que para explicar el Darwinismo, “una provisión de mutaciones genéticas viables” tendría que haber estado disponible para la evolución durante miles de millones de años. ¿Podría la naturaleza asegurar que siempre estuviera disponible una mutación viable? La respuesta es un NO contundente. Por eso es que las especies se extinguen: el entorno cambia y las especies no pueden encontrar de inmediato una mutación que les permita vivir. La extinción es la norma en la evolución; la vasta mayoría de todas las especies se ha extinguido.
Nagel introduce como alternativa a la según él, insuficiente, materialista y falsa explicación darwinista del mundo viviente, la teleología*–acuñada y usada desde la antigua Grecia– y pretende darle categoría de teoría biológica que podría explicar no solo la “apariencia de los organismos físicos” sino “el desarrollo de la conciencia y al final la razón de ser de esos organismos”.
Sin embargo esta teleología de Nagel es homo-céntrica o al menos animal-céntrica. Pareciera que todos los organismos estuvieran ocupadísimos con los problemas de la razón, la conciencia y los valores. Pero existen millones de especies de hongos y bacterias, y casi 300.000 de plantas con flores, y ninguno de estos grupos se ocupa de la razón del ser o de la conciencia, lo cual no ha sido ningún impedimento para su espectacular éxito evolutivo. Si la naturaleza tuviera en su quehacer alcanzar determinados logros, la conciencia sería uno de los últimos en la lista.
La teleología de Nagel sigue adentrándose en el determinismo con supuestos como, la existencia de “formas más elevadas de organización hacia las que la naturaleza tiende” y el progreso hacia “sistemas más complejos”. De nuevo, la biología real pareciera ser así. Pero no lo es: la historia de la biología evolutiva está repleta de regresiones, de linajes que con frecuencia se mueven de una gran complejidad a una menor. Un linaje que ha desarrollado un elemento complejo (ojos, por ejemplo) lo verá desmantelado, deconstruido evolutivamente después que la especie se mueve a un nuevo ambiente –una oscura caverna, el fondo negro del mar– digamos. Los parásitos con frecuencia comienzan como organismos complejos pero pronto pierden sus características cuando se adaptan a una vida dependiente y sencilla. Estas regresiones se entienden desde el Darwinismo, pero no desde la teleología, porque si la naturaleza está tratando de llegar a algún destino, ¿por qué se la pasa cambiando de dirección?
Fue el filósofo David Hume quien empezó a desmantelar la concepción de la teleología. Con un conjunto devastador de argumentos, Hume identificó graves problemas en la idea de un diseño (los organismos son tan complejos que se necesita un diseñador –dios), aunque no pudo ofrecer una explicación alternativa. Darwin trabajó siguiendo la idea de Hume y asombró al mundo con la teoría requerida para explicar la complejidad de los seres vivos sin acudir a ningún diseñador: la selección natural.
La teleología, sin ninguna prueba que la soporte, fue descartada hace mucho tiempo. Nagel puede alegar en su favor, que él se ocupa de la filosofía. Pero el problema está en que está proponiendo la teleología como una alternativa al Darwinismo, lleno como está de evidencias, y presentando una explicación que huele a moho y desprovista por completo de evidencia alguna. Para ponerlo claro, está metiendo el pie en un terreno desconocido por completo.
Algunos de sus críticos –y los hay muchos– llegan a sugerir incluso, que el subtítulo del libro es más una jugada de marketing que una propuesta seria, pues no desarrolla argumentos, no presenta evidencias y el soporte intelectual es endeble. Y no parecen equivocarse, el libro se vende como pan, al menos en Estados Unidos
Lo que en apariencia es la propuesta de un filósofo serio, o que lo fue en su momento, puede llegar a convertirse en un peligro gravísimo para la enseñanza de la ciencia, como ya está sucediendo. Los creacionistas y sus hermanos del Diseño Inteligente –Nagel coqueteó con ellos en un artículo hace dos años, pero esa es otra historia– ya han corrido a agarrarse de los argumentos de Nagel para alegar que el Darwinismo, ya lo decían ellos, tiene fallas irreparables y que por lo tanto debe ser eliminado de la enseñanza en las escuelas. Más leña para la candela que durante años ha querido tener en sus brazos a Darwin y su maravillosa explicación del universo biológico.
*Mind and Cosmos: Why the Materialist Neo-Darwinian Conception of Nature Is Almost Certainly False, es el título en inglés.
**La teleología viene de dos términos griegos Télos (fin, meta, propósito) y Lógos (razón, explicación). Así pues, la teleología puede ser entendida como “razón de algo en función de su fin”, o “la explicación que se sirve de propósitos o fines”. Es decir, todo lo contrario a un proceso al azar, y determinismo puro.
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