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En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.

Alimentos orgánicos. Beneficios psicológicos, carísimos, más que otra cosa

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Los supermercados en Norteamérica y Europa están a rebosar de frutas, vegetales, huevos y carnes, todos marcados como orgánicos.

Pero, ¿cuál es el impacto ético y ambiental real de comprar orgánicos? ¿La etiqueta de certificación tiene algún significado? ¿Las personas que los compran son capaces de establecer una diferencia entre comprar alimentos orgánicos o convencionales? Las respuestas son más ambiguas de lo que usted pueda pensar.

Las ecoetiquetas representan un reclamo ético y ecológico de más bien dudoso rigor. Muchos países tienen una etiqueta de “100 por ciento orgánico”. Pero la etiqueta puede cubrir productos que contengan glutamato, un saborizante rechazado por los puristas orgánicos, o el pop corn puede venir de maíz orgánico pero que pudo haber sido elaborado con aceite de canola o soya, ambos extraídos de plantas modificadas genéticamente (MG).

Entonces, ¿qué tan confiables son las etiquetas de orgánicos? Aunque cientos de estudios han demostrado que no existen problemas de salud ligados a los Organismos Modificados Genéticamente (OMG), muchos puristas de lo orgánico siguen sin aceptarlo y de manera casi religiosa evitan cualquier alimento que pueda estar “contaminado” con ingredientes que han sido modificados por la ingeniería genética.

¿Pero cómo tienen la certeza de que están comiendo lo que piensan cuando lo están comprando? Las semillas convencionales y las modificadas se pudieron mezclar ocasionalmente con las orgánicas.

Pero el éxito alimenta la tentación y la industria de lo orgánico no es distinta de ninguna otra.

¿Hay casos de granjeros violando o rompiendo las reglas? Durante años, sin duda ha habido muchos casos de granjeros asustadísimos de combatir insectos con el insecticida no aprobado; o un distribuidor que recibe mucha presión cuando mezcla huevos convencionales de bajo costo con los carísimos orgánicos. Como la industria orgánica se auto regula, los incidentes y los casos de fraude pueden ser muy numerosos y estar por fuera del radar.

A medida que las ventas se disparan y los beneficios crecen, han ido apareciendo numerosos casos de fraudes. Dos compañías enormes en Estados Unidos fueron denunciadas por vender leche orgánica que no lo era. En 2013, las autoridades alemanas anunciaron que habían identificado más de 200 granjas que vendían los carísimos huevos como de gallinas criadas al aire libre cuando en realidad estaban enjauladas. En Italia un operativo con tintes de mafia etiquetó cientos de alimentos como orgánicos y los distribuyó por la Unión Europea. Ahora operan en Ucrania y Moldavia.

Y muchos productos vendidos en Estados Unidos como orgánicos tienen entre sus ingredientes elementos importados de la China, donde un buen porcentaje contiene pesticidas prohibidos o alimentos que han sido cultivados en campos donde existen metales pesados o aguas contaminadas.

Por encima del asunto complicado de las etiquetas y sus bemoles, surge una pregunta más profunda: comprar orgánicos es una decisión basada en valores personales o es el caro agregado –considerable– de la supuesta premisa de que los orgánicos son más saludables y eco amigos.

Un estudio reciente sobre el marketing de los orgánicos sugiere que la industria está creciendo en parte porque lo que se promueve es la falsa y jamás demostrada idea de que los orgánicos son más nutritivos o seguros que las variedades convencionales y por supuesto, demonizando los ingredientes y alimentos MG, una campaña basada en el miedo.

La Asociación de Comercio Orgánico anuncia: “Las familias siguen citando su deseo de tener opciones saludables, especialmente para sus hijos, al escoger alimentos orgánicos”. Esto es greenwashing, término reciente que se refiere a las falsas bondades para el medio ambiente de algún producto, pero que resulta no serlo y que al contrario puede producir efectos nocivos. Un estudio detrás de otro han demostrado que los alimentos orgánicos ni son más seguros ni más nutritivos que los convencionales.

Un mega estudio muy reciente, examinando 237 reportes científicos en los últimos 50 años, evaluó el valor nutritivo de alimentos orgánicos y convencionales. Investigadores de la Universidad de Stanford concluyeron que alimentos producidos de forma orgánica o de forma convencional son semejantes en valor nutritivo.

Los promotores de lo orgánicos ignoran también las insostenibles contradicciones existentes en su apasionada visión. Aunque la agricultura orgánica puede ser benigna con el ambiente cuando se produce en pequeñas cantidades para mercados locales, es precaria ecológicamente en gran escala. Así, son necesarias una y media a dos veces más tierra para cultivar orgánicos.

Esta necesidad de más tierra pone presión en los granjeros para sembrar más y así igualar la diferencia. En los países pobres esto puede acabar en destrucción de bosques para usar la tierra, un proceso que emite cantidades enormes de CO2 en la atmósfera y amenaza la calidad del agua y de las especies que viven en los bosques. En otras palabras, aunque los cultivos orgánicos puede necesitar menor uso de pesticidas, su impacto total puede ser muy grave para el ambiente.

Para mantener la agricultura orgánica se necesitarían destruir muchos bosques y utilizar unos 6 mil millones de vacas para usar el abono producido por sus heces. Al final una producción de metano altísima lanzada a la atmósfera.

La agricultura orgánica y sus productos ciertamente despiertan la atracción de un ahora pequeño aunque creciente número de consumidores. Pero existen terribles consecuencias, como lo hemos visto. Muchos de nosotros no podemos darnos el lujo de comprar los orgánicos a sus exuberantes precios. Al final, el consumo de alimentos orgánicos no es otra cosa que un “sentirse bien” más que un asunto razonable ya que la evidencia científica de los supuestos beneficios para la salud y el medio ambiente es más que cuestionable.


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