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En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.

Niños, mientras más tiempo jueguen mejor

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La tendencia tan de moda de que los niños inicien un aprendizaje formal, académico, con profesores especializados, a una edad muy temprana, ya a los 4 años, está siendo puesta en entredicho por un grupo cada vez mayor de científicos, investigadores en educación y pedagogos, quienes afirman que, al contrario de lo que se espera –mejores logros académicos en el futuro–, ese afán puede tener el efecto contrario: una disminución en el desarrollo cognitivo y emocional que ocasiona estrés innecesario y quizá una apatía para aprender.

Nancy Carlsson-Paige, experta en educación en la Universidad de Cambridge, describe esa tendencia como “un profundo malentendido sobre cómo aprenden los niños”. Ella recorre con regularidad muchas escuelas y ha percibido los problemas de los más pequeños para seguir instrucciones: “Los he visto en muchas, muchas escuelas y en igual números de salones de clase, obedeciendo órdenes para estar sentados y en una mesa tratando tan solo de copiar letras. No saben lo que están haciendo. Es para romperle el corazón a quien se interesa en la pedagogía”.

Los partidarios de retrasar el inicio de la formación llevada por un profesor se plantean que ese tipo de educación fallará al momento de producir personas que puedan descubrir e innovar, y que a cambio producirá simples consumidores pasivos de información, más seguidores que inventores.

La necesidad compulsiva de supuestamente equilibrar las enormes desigualdades en las oportunidades de acceder a una buena educación que existen en una sociedad tan compleja y dividida como lo es en Estados Unidos, ha llevado a creer que mientras los niños más desfavorecidos económica y socialmente, entren más pronto en el sistema educativo formal pues si no lo hacen acabarán pegados al televisor y atrasándose más, no tiene fundamento científico. Al contrario, los resultados pueden ser justo al revés. No quiere decir esto que no vayan temprano a jardines infantiles y escuelas primarias, sino que no se vean forzados a padecer una educación impositiva alejada del juego como elemento educativo y didáctico.

En países donde la edad de inicio de una educación formal se retrasa a los 7 años, los resultados en desarrollos en matemáticas, ciencias y lectura sobrepasan a los de Estados Unidos.

Diversos estudios realizados por expertos en el campo informan que iniciar pronto el aprendizaje de la lectura puede dar resultados positivos al inicio pero que estos se desvanecen muy rápido en la medida que los niños crecen.

Otra investigación ha encontrado que una instrucción didáctica temprana produce más bien un efecto negativo. Quienes son iniciados a los 5 años presentan menores progresos en su desarrollo académico en tercero y cuarto grados que quienes lo hacen a los 8-7 años.

Sin embargo, muchos educadores quieren disminuir el tiempo de juego en la escuela. “El juego a menudo se percibe como un comportamiento inmaduro que no lleva a ninguna parte”, dice David Whitebread, psicólogo en la Universidad de Cambridge que estudia el asunto desde hace décadas. “Pero el juego es esencial para el desarrollo de los niños. Ellos necesitan aprender a perseverar, a controlar la atención, a controlar las emociones. Los niños aprenden todo esto a través del juego”.

En los últimos 20 años los científicos han empezado a entender mejor cómo aprenden los niños. Jay Giedd, un neurocientífico en la Universidad de California se ha pasado toda su carrera estudiando los cambios cerebrales desde el nacimiento hasta la adolescencia. Afirma que los niños menores de 8 o 7 años están más equipados para la exploración que para explicaciones didácticas. “El problema con sobre estructurar es que desalienta la exploración”, dice Gieed.

Y la lectura, tal vez menos que nada, no se puede acelerar. Desde el punto de vista evolutivo, el leer es una de las últimas invenciones de los humanos. No se desarrolla de la misma manera natural como el caminar. Tiene que ser dirigido pero nunca forzado pues el proceso de aprendizaje es muy delicado y si se acelera se pueden estar saltando pasos fundamentales que más tarde tendrán consecuencias negativas.

Los argumentos para “estirar” al máximo el tiempo dedicado al juego vienen desde distintos campos: antropológicos, psicológicos, neurocientíficos y pedagógicos. Mirando el asunto a la luz de la evolución el juego fue una de las primeras adaptaciones para el desarrollo social. Les permitió a los humanos convertirse en grandes aprendices y resolvedores de problemas. La neurociencia ha demostrado que el jugar lleva a un aumento de sinapsis, en particular en la corteza frontal, la parte del cerebro responsable de todas nuestras funciones cerebrales únicas y profundas como especie humana.

Pero el juego no puede entenderse como una actividad dejada en las manos de los niños, quienes tienen una facilidad enorme para la dispersión. Y es normal, pues si hablamos de edades menores a los 7-8 años, su estructura cerebral, su capacidad para hacer abstracciones aún no está lista. Existe una tendencia a mantener la atención centrada en una actividad por períodos muy cortos. La música y la pintura se vuelven elementos importantísimos como pegamento social y emocional, algo que se debe llevar sin imposiciones de ningún tipo.

Los juegos dirigidos a conseguir algo, encontrar una cosa escondida, los juegos que pongan desafíos, los encuentros cuerpo a cuerpo que, entre otras cosas ayudan a moldear la agresividad, son algunos de los pocos ejemplos que educadores y familiares pueden tener en su repertorio.

Los que sí es un hecho, numerosos estudios en otros tantos países lo demuestran y no es nuestra idea aburrirlos con cifras, mientras más tiempo pasen los niños jugando, siendo niños, antes de iniciar una formación dirigida, muchísimo mejor para ellos y para una sociedad más sana.


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