En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
Investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Virginia, en un hallazgo sorprendente que aumenta algunos interrogantes fundamentales sobre el comportamiento humano, ya de por sí un área compleja, han determinado que el sistema inmunológico afecta y tal vez controle y dirija algunas formas de actuar de las criaturas sociales, entre ellas el deseo de interactuar con otras.
Siendo así, la pregunta de si algunos problemas del sistema inmunológico podrían contribuir a la incapacidad de tener interacciones sociales normales es una muy pertinente. Y la respuesta parece ser que sí, con todas las implicaciones que se desprenden y se relacionan con las enfermedades neurológicas como las que corresponden al espectro de desórdenes del autismo y la esquizofrenia.
“Siempre se ha pensado que el cerebro y el sistema inmunológico con todas sus adaptaciones eran dos entidades aisladas uno del otro y que cualquier actividad inmunológica en el cerebro debería tomarse sólo como señal de alguna patología. Ahora, no sólo estamos mostrando que ellos están interactuando de forma muy cercana, sino que algunos de nuestros rasgos de comportamiento podrían haber evolucionado como una respuesta de nuestro sistema inmunológico a los patógenos”, explica Jonathan Kipnis, jefe del Departamento de Neurociencia de la Universidad de Virginia (UV). “Suena como una locura, pero tal vez nosotros seamos tan sólo campos multicelulares de una batalla ancestral de dos fuerzas, los patógenos y el sistema inmunológico. Parte de nuestra personalidad podría al final, estar siendo dictada por el sistema inmunológico”, dice Kipnis.
Fuerzas evolutivas trabajando
Fue sólo hasta el año pasado que Kipnis, director también del Centro para la Inmunología del Cerebro y las Células Gliales y su equipo de investigadores, descubrió que vasos de las meninges se unen de forma directa con el cerebro vía el sistema linfático. Este hallazgo dio al traste con décadas de conceptos de los libros de texto que enseñaban que el cerebro era un “privilegiado inmunológico”, dada la ausencia de una conexión directa entre él y el sistema inmune. El descubrimiento abrió las puertas a un nuevo entendimiento de cómo cerebro y sistema inmunológico interactúan.
El desarrollo de este hallazgo también ha sido bastante revelador pues ha iluminado el entendimiento de cómo trabaja el cerebro, al tiempo que cuenta historias de su evolución. La relación entre las personas y sus patógenos, sugieren los investigadores, puede afectar de forma directa el desarrollo de nuestro comportamiento social, permitiéndonos engranarnos en las interacciones sociales necesarias para la sobrevivencia de las especies al tiempo que se desarrollan nuevas formas para que nuestro sistema inmunológico nos proteja de las enfermedades y dolencias potenciales derivadas de esas interacciones. Claro que para los patógenos el acercamiento debido al contacto social es terreno más que propicio a sus intereses de expansión.
Los investigadores de la UV han mostrado que una molécula específica del sistema inmunológico, el interferón gamma, parece ser crítico para el comportamiento social y que muchas criaturas como las moscas, ratones, peces, activan respuestas del interferón gamma cuando se envuelven en actividades sociales. En condiciones normales esta molécula se produce cuando el sistema inmunológico responde al ataque de bacterias, virus o parásitos. El bloquear la molécula en ratones, usando la ingeniería genética, vuelve hiperactivas ciertas regiones del cerebro, haciendo que los animales se vuelvan menos sociables. Cuando se restablece la actividad de la molécula, la conectividad del cerebro vuelve a la normalidad y con ello el comportamiento normal.
En un artículo que describe sus hallazgos en la revista Nature, los investigadores resaltan el enorme papel que esta molécula del sistema inmunológico juega en “el mantenimiento de relaciones sociales adecuadas”.
“Es extremadamente crítico para un organismo ser sociable pues en ello le va la supervivencia de la especie. Es importante para la reproducción sexual, y lo fue para conseguir comida, la siembra y recolección y la caza”, dice Anthony J. Filiano, estudiante de post doctorado en el laboratorio de Kipnis y autor principal del estudio. “La hipótesis considera el hecho de que cuando los organismos se juntan, se tiene una mayor propensión a regar infecciones. La necesidad de ser sociables viene con el añadido de aumentar los patógenos circulando. La idea es que el interferón gamma, durante el proceso evolutivo, ha cumplido la labor de ajustar las dos actividades de manera armónica y eficiente: propiciar un buen comportamiento social como también aumentar la respuesta contra los patógenos”.
Las implicaciones
Los investigadores señalan que una función inadecuada del sistema inmunológico puede ser responsable de “las deficiencias sociales que están por detrás de numerosos desórdenes neurológicos y psiquiátricos”. Pero lo que esto pueda significar de manera precisa para los casos de autismo y otras enfermedades específicas necesita mucha más investigación. Es bastante improbable que una sola molécula sea responsable de enfermedades tan complejas y que pueda ser la clave para el desarrollo de algún tratamiento y una eventual cura. Pero el descubrimiento de que el sistema inmunológico y de que los gérmenes por extensión, puedan controlar nuestras interacciones con el medio, abre vías excitantes para ser exploradas por los científicos, tanto en lo que tiene que ver con la pelea contra los desórdenes neurológicos como con el entendimiento del comportamiento humano.
“Las moléculas del sistema inmunológico están determinando en gran medida cómo funciona el cerebro. Entonces, ¿cuál puede ser el impacto general del sistema inmunológico en el desarrollo y funcionamiento del cerebro? Creo que los aspectos filosóficos de este trabajo son muy interesantes, eso sin dejar de lado las posibles implicaciones clínicas potenciales”, señala Kipnis.
Kipnis y su equipo también han hecho alianza con otros centros de investigación, uno de ellos especializado en el desarrollo de herramientas digitales para estudiar el complejo diálogo establecido mediante señales enviadas por el sistema inmunológico y la función cerebral, tanto en estados saludables como en la enfermedad.
“Utilizando todas las herramientas a la mano, podemos predecir el papel que juega el interferón gamma, una importante molécula secretada por los linfocitos T, en el impulso de las relaciones sociales comandadas por el cerebro”, dice Vladimir Litvak de la Universidad de Massachusetts y colaborador cercano de Kipnis. Nuestros hallazgos contribuyen a un entendimiento más profundo de las disfunciones sociales en el desarrollo de enfermedades neurológicas, como el autismo y la esquizofrenia, y pueden abrir puertas a nuevos posibles tratamientos”, finaliza Litvak.
(Josefina Cano, 04/2017)
Referencia:
Unexpected role of interferon-γ in regulating neuronal connectivity and social behaviour.
Filiano A. J., et al. Nature 2016.
Más información en el Blog de Josefina Cano: Cierta Ciencia
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