En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
Todos hemos sufrido, en algún momento de nuestras vidas, golpes fuertes a nuestros ánimos. Pérdidas de personas queridas, bien sea porque han enfermado o porque la relación se ha vuelto imposible. En la vida laboral también nos pudimos haber encontrado en situaciones difíciles de malos entendidos y despidos. O cuando nuestras esperanzas de que finalicen conflictos dolorosos en lugares que nos importan y que no se inicien nuevos, se van al garete por circunstancias que nos sobrepasan. Situaciones de gran sufrimiento emocional que nos ponen en riesgo de sufrir depresiones. Pero no, ahí está el cerebro para ayudarnos a sobrellevar los golpes, para convertir situaciones difíciles en unas menos traumáticas.
Esas actitudes asumidas para capear el dolor emocional, manifestadas como comportamientos, están siendo estudiadas por científicos de la Universidad de Princeton y de los Institutos Nacionales de Salud (NHI). Los resultados sugieren que nuestra respuesta a situaciones difíciles corresponde a cambios estructurales en nuestros cerebros, cambios que nos permiten lidiar y adaptarnos a la confusión.
Un estudio realizado en roedores adultos mostró que el cerebro de los animales enfrentados a algo que para ellos es una situación difícil, cambios en su jerarquía social, redujo y bastante el número de neuronas en el hipocampo, esa parte del cerebro responsable de algunos tipos de memoria y de la regulación del estrés. Los animales mostraron una pérdida en la producción de células neuronales, neurogénesis, como una reacción al cambio ambiental que se produjo al sentirse rodeados por “extraños” en lugar de sus conocidos compañeros. La investigación es una de las primeras en mostrar que la neurogénesis adulta, o su ausencia, cumple un papel muy activo en moldear el comportamiento social y la adaptación, dice Maya Opendak, quien hizo la investigación como tu tesis de doctorado en Princeton. La preferencia por animales familiares puede ser un comportamiento adaptativo disparado por la reducción en la producción de neuronas.
“La neurogénesis en adultos se piensa tiene un papel en la respuesta a lo novedoso y que el hipocampo participa resolviendo conflictos entre diferentes logros escogidos para ser usados en la toma de decisiones” dice Opendak. “Los datos de este estudio sugieren que el beneficio de una novedad social –cambio de lo conocido– puede ser alterado. Así, apegarse a un compañero conocido en lugar de acercarse a uno desconocido, puede ser benéfico en algunas circunstancias”, afirma Opendak, ahora investigadora asociada en psicología de niños y adolescentes en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York.
Los hallazgos también muestran que las respuestas de comportamiento a la inestabilidad pueden llegar a medirse de formas que muchos científicos no esperaban, anota Elizabeth Gould, miembro del equipo en Princeton. Gould y sus colegas se sorprendieron mucho al observar que los animales sometidos a disrupciones no mostraron ninguna de las señales estereotipadas de disturbios mentales como ansiedad o pérdidas de memoria.
“Aún en lo que parece una situación bastante agresiva de disrupción, no hubo una respuesta patológica sino más bien un cambio que puede verse como adaptativo y benéfico”, dice Gould.
“Pensábamos que los animales se mostrarían más ansiosos, pues estábamos haciendo nuestras predicciones basados en todos los prejuicios que existen en el área y que suponen que la disrupción social es siempre negativa”, dice ella. “Esta investigación resalta el hecho de que los organismos, humanos incluidos, tienen una resiliencia típica en respuesta a la disrupción y la inestabilidad social”.
El estudio es inusual porque reproduce y usa la verdadera estructura social de los roedores. Ellos viven en sociedades estructuradas alrededor de un único macho dominante. Los investigadores dividieron a los animales en varios grupos formados por cuatro machos y dos hembras, y los colocaron en ambientes cerrados pero visibles para ellos. Monitorearon los grupos hasta que uno de los machos surgió como dominante y lo identificaron. Después de unos pocos días, los machos dominantes de dos comunidades fueron intercambiados, lo que reinició la pelea por el dominio en cada grupo.
Los animales de las jerarquías rotas demostraron su preferencia por compañeros conocidos, seis semanas después de esos tiempos turbulentos; la neurogénesis había disminuido en un 50%. Cualquier neurona generada durante el tiempo de inestabilidad tomará entre 4 a 6 semanas en incorporarse al circuito del hipocampo, anota Opendak.
Cuando los investigadores restablecieron de forma química la neurogénesis adulta en estos animales, el interés en animales no conocidos volvió a los niveles previos a la disrupción. Al mismo tiempo los investigadores inhibieron el crecimiento neuronal en roedores transgénicos, que no habían sufrido disrupciones sociales. Encontraron que el simple cese de la neurogénesis produjo los mismos resultados que las disrupciones sociales, en particular la preferencia por pasar el tiempo con compañeros conocidos.
“Estos resultados muestran que la reducción en la producción de nuevas neuronas es la responsable directa del comportamiento social, algo que no se había mostrado antes”, afirma Gould.
Sin embargo el mecanismo exacto por detrás de cómo un nivel bajo de neurogénesis puede llevar a cambios de comportamiento, aún no es claro.
“La conexión con el comportamiento social demostrada aquí es importante pues el desprendimiento social es un aspecto clave de la depresión en humanos”, dice Bruce McEwn, profesor de neuroendocrinología. “El giro dentado en roedores, donde se hicieron los estudios, es el equivalente del hipocampo anterior en humanos”. Aunque no existe un “modelo animal” de la depresión humana, los comportamientos individuales como el rechazo social y los cambios en el cerebro como la neurogénesis, han sido de mucha ayuda para elucidar los mecanismos cerebrales de la depresión”.
En este punto, hasta dónde los resultados observados por los investigadores en los roedores se puedan extrapolar a los humanos queda por ver. Sin embargo, la conclusión general de que la disrupción social y la inestabilidad llevan a cambios neurológicos que nos ayudan a lidiar mejor con ellos, es probable que sea universal.
La mayoría de las personas sufre alguna forma de disrupción en sus vidas y la resiliencia es la respuesta más típica. Después de todo si los organismos siempre respondieran al estrés con depresión y ansiedad, es poco probable que nuestros antepasados homínidos hubieran sobrevivido, que bien estresante y dura debió ser su vida en el planeta. De no haber sido así no estaríamos aquí para contarlo.
“Para las personas que estás expuestas con frecuencia a disrupciones sociales, nuestro modelo animal sugiere que esos eventos de la vida pueden ir acompañados por cambios a largo plazo en la función cerebral y el comportamiento social, dice Opendak. “Aunque esperamos que nuestros hallazgos puedan servir como guía para estudios de los mecanismos de resiliencia en humanos, importante como siempre, es mantener la cautela al momento de extrapolar los datos”, finaliza la autora.
La producción de nuevas neuronas, mecanismo importante para responder a lo novedoso, puede ser nociva cuando se enfrentan situaciones difíciles pues, como un mecanismo de defensa, produce alejamiento social. El cerebro reprime entonces esa producción para ayudar en el manejo de eventos indeseables y traumáticos, de la mejor manera posible.
(Josefina Cano, 05/2017)
Lasting Adaptations in Social Behavior Produced by Social Disruption and Inhibition of Adult Neurogenesis
Opendak, M., et al. Journal of Neuroscience 2016.
Más información en el Blog de Josefina Cano: Cierta Ciencia
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