En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
Aunque la curiosidad es un elemento básico de nuestro conocimiento, la función biológica, los mecanismos y las bases neuronales no se han establecido aún con claridad. Sin duda alguna la curiosidad es la gran motivadora para el aprendizaje, la toma de decisiones y es crucial para un desarrollo saludable. Un factor limitante para su comprensión es la no existencia de elementos que nos cuenten qué es y qué no es la curiosidad pero tal vez lo mejor sea dejar de lado esa limitación y, ayudados de la neurociencia y la psicología, tratar de entender lo que motiva la búsqueda de la información.
La curiosidad es un componente tan básico de nuestra naturaleza que casi no le damos la importancia que tiene. Pero basta pensar en el muchísimo tiempo que le dedicamos a buscar música nueva, nuevos libros, películas, navegar en la red. Una demanda insaciable que si se disminuye puede iniciar estados de languidez y lo peor, depresivos.
A lo largo de la historia, grandes investigadores le han dedicado todo su interés al tema, aunque tan sólo hasta hace poco se lo ha hecho utilizando las herramientas de la ciencia contemporánea. En estudios de laboratorio el término curiosidad se utiliza en un sentido muy amplio y diverso que va desde el deseo por buscar respuestas a preguntas triviales hasta el desarrollo de una visión estratégica de los problemas. El filósofo y psicólogo William James llamó a la curiosidad “el impulso para un mejor conocimiento”. Anotó, ya en 1899, que en los niños es claro que la curiosidad los lleva a buscar objetos nuevos, brillantes, chispeantes, novedosos y que esa búsqueda se convierte más adelante en una forma más compleja de trabajo intelectual, un impulso hacia el conocimiento. Los niños inician ese proceso tan temprano como en la segunda semana de vida, en una observación pasiva que a los cinco meses ya se vuelve más vivaz.
Nikilass Tinbergen, un biólogo holandés, en 1963 estableció lo que se conocen como las cuatro preguntas fundamentales para entender la curiosidad: función, evolución, mecanismo y desarrollo.
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La función
Aunque la información es intangible, tiene un valor real para cualquier organismo con la capacidad para hacer uso de ella. Los beneficios se acumulan de inmediato o en el futuro, siendo que el retardo es debido a la necesidad de un sistema de aprendizaje. Así, la teoría más popular de la función de la curiosidad es su utilidad como motivadora del aprendizaje. Otra teoría la supone como “una deprivación cognitiva inducida cuando se percibe una brecha entre el conocimiento y el entendimiento” y que funcionaría igual que lo hace el hambre que motiva el comer.
Una pequeña dosis de información serviría como un aperitivo que aumenta la curiosidad. Pero si el consumo de información busca alguna recompensa, una vez saciada, la curiosidad disminuye.
Existe un cuerpo de evidencia creciente que sugiere que la curiosidad equipa ya a los bebés para jugar desde temprano un papel activo para optimizar sus experiencias de aprendizaje; así, si se les permite exponerse a información que “consideran necesaria”, más adelante se beneficiarán de poder codificar y retener nueva información.
La evolución
La información facilita búsquedas más eficientes, comparaciones más sofisticadas y una mejor identificación de quienes viven alrededor –esencial en las sociedades. El adquirir información es una tarea que la realizan los órganos de los sentidos y que ha sido uno de los motores principales de la evolución durante cientos de millones de años. Los organismos complejos controlan de forma activa sus órganos de los sentidos para maximizar la absorción de información. Un solo movimiento del ojo puede ser altamente informativo.
En la búsqueda de información más elemental, los organismos más simples la intercambian por una recompensa. Aunque este proceso no se puede definir como curiosidad en sentido estricto, la simplicidad de su sistema neuronal los vuelve ideales para su estudio. El diminuto gusano Caenorhabditis elegans, tiene un sistema nervioso con 302 neuronas que emplea para rastrear comida. Cuando se le cambia en el laboratorio su entorno, lo primero que hace es explorar el nuevo (15 minutos), luego, de manera abrupta ajusta su estrategia y hace movimientos largos y dirigidos en la nueva dirección. Esta estrategia es mucho más sofisticada y benéfica que la de moverse por todas partes siguiendo el olor de la comida o adivinando dónde podría estar. A cambio provee beneficios a largo plazo porque añade información. Combina recompensa y conocimiento. Si con un puñado de neuronas, este gusano lo puede hacer, cuánto más podrán hacer los humanos con sus millones.
El mecanismo neuronal
Un estudio realizado en 2009 implementó una tarea de inducción de la curiosidad como un medio para probar la hipótesis de que ésta es un mecanismo para llenar un hueco en la información. Un grupo de personas leyó preguntas triviales y calificó sus sentimientos de curiosidad mientras eran sometidas a una resonancia funcional. Cuando se revelaron las respuestas, se encontró que hubo una activación general en estructuras que están asociadas con la memoria y el aprendizaje, entre ellas el hipocampo. Importante y algo desconcertante fue el hecho de que las estructuras clásicas asociadas a la recompensa no presentaron mayor activación.
El desarrollo
Para entender el desarrollo del comportamiento de la curiosidad qué mejor que estudiar a los niños. Si se les da un juguete nuevo para que lo exploren, con o sin instrucciones de cómo funciona, pasan más tiempo jugando y descubren más de su funcionamiento cuando no reciben información previa. Lo más llamativo es que prefieren juguetes de los que no conocen nada, indicando que la curiosidad de los niños está lista para que se les enseñe la estructura del entorno y más adelante la del mundo. Este comportamiento que permite una búsqueda estratégica de la información en niños pequeños, ya es más sofisticada que la simple exhibida en los primeros años del desarrollo, cuando se limitaba a la observación total y “pasiva”.
La curiosidad es una cualidad inherente a todos los animales. A medida que se aumenta la complejidad de los diversos organismos, el proceso se transforma del de la simple búsqueda de recompensa al del esfuerzo de procurar información, y se convierte en un motor esencial, eficiente, necesario, para los procesos de aprendizaje. La curiosidad le da alas a la imaginación y con eso, mientras esté viva y bien alimentada, permitirá vuelos altos, riesgosos y enriquecedores.
(Josefina Cano. 07/2017)
Más información en el Blog de Josefina Cano: Cierta Ciencia
Kang, M.J. et al (2009). The wick in the candle of learning: epistemic curiosity activates reward circuitry and enhances memory. Psychol. Sci. 20, 963–973.
Tinbergen, N. (1963). On aims and methods of ethology. Z. Tierpsychol. 20, 410–433.
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