En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
En noviembre de 1975, hace 42 años, se descubrió uno de los fósiles más importantes para el entendimiento de la evolución del hombre. Lo hizo Donald Johanson y su equipo de paleoantropólogos en la región de Afar en Etiopía. Por sus características se pudo determinar que se trataba de un homínido ancestral, Australopithecus afarensis, aunque la llamaron Lucy porque era la canción de los Beatles que con insistencia sonaba en el campamento de los exploradores.
Desde entonces ha viajado por medio mundo aunque ahora tiene su casa en el Museo Nacional de Etiopía. Con sus 3.18 millones de años es uno de los esqueletos fósiles más antiguos y completos nunca encontrado de un adulto, con características de andar erguida. Pesaba menos de 65 libras y medía poco más de un metro de altura. Una pequeña y querida gigante para quienes estudian la evolución humana.
Ahora un equipo de investigadores de la Universidad Johns Hopkins y de la Universidad de Texas, sugieren que este homínido pasó bastante de su tiempo en los árboles, evidencia sugerida por hallazgos en la estructura interna de sus huesos utilizando técnicas de escaneo de altísima resolución.
Los análisis del esqueleto muestran que los miembros superiores de Lucy tienen una constitución muy fuerte, similar a la de los campeones del trepar a los árboles, los chimpancés, apoyando la idea de que ella usaba su gran fuerza para impulsarse y trepar. Además, dicen los investigadores, el hecho de que sus pies estaban bien adaptados a la locomoción terrestre, caminar erguida en lugar de acurrucada, el poder usar la fuerza de sus músculos de unos brazos libres le daba muchas ventajas.
No ha sido posible saber cuánto de su tiempo pasaba Lucy en los árboles. Este nuevo estudio añade evidencia a que ella pudo anidar en los árboles durante la noche para evitar ataques de depredadores. Una permanencia de ocho horas en lo alto podría significar que pasaba un tercio de su tiempo en los árboles y si además recogía alimento en las ramas, el tiempo total encima del piso pudo ser mayor.
“Pudimos realizar este estudio gracias a que el esqueleto de Lucy está relativamente completo”, dice Christopher Ruff, profesor de anatomía funcional de la Escuela de Medicina del Jonhs Hopkins, “y a que los huesos de los miembros superiores e inferiores están bien conservados, algo muy raro en el registro fósil”. Aunque para los ojos de un lego, el asunto no es tan evidente y lo que hace es acrecentar la admiración por quienes realizan tanto con tan poco.
En el año 2008, durante 11 días, John Kappelman, profesor de antropología y geología y su colega Richard Ketcham, escanearon cuidadosamente todos los huesos de Lucy, para crear un archivo de más de 35.000 imágenes. Fueron imágenes de altísima resolución pues ella está muy mineralizada.
“Todos queremos a Lucy”, dice Ketcham, “pero no podemos olvidar que es una roca. El tiempo para un escaneo médico fue de 3.18 millones de años”.
El nuevo estudio analizó 2008 imágenes para medir la estructura interna del húmero y del fémur de Lucy. “Nuestro estudio se fundamenta en la teoría de la ingeniería mecánica sobre cómo los objetos pueden facilitar o impedir el doblarse”, dice Ruff. Al igual que un pitillo o pajita para tomar líquidos, de paredes débiles facilita el doblamiento, una estructura como la ósea no lo permite. “Es un hecho establecido que el esqueleto responde a cargas diferentes durante la vida, añadiendo hueso para resistir fuerzas grandes y reduciéndolo cuando las fuerzas disminuyen. Los jugadores de tenis son un buen ejemplo: el hueso cortical del brazo que sujeta la raqueta es mucho más sólido que el del otro brazo”.
Un tema clave en el debate de la capacidad de Lucy para trepar a los árboles ha sido cómo interpretar si los rasgos de su estructura ósea corresponden a rezagos de un ancestro más primitivo que tenía brazos más largos, por ejemplo. La ventaja del nuevo estudio es que se enfoca en características que reflejan comportamientos de la vida real.
Los escáneres de Lucy fueron comparados con una muestra grande de unos de humanos modernos, y con los de chimpancés, quienes pasan la mayoría del tiempo en los árboles o que cuando bajan al suelo lo hacen caminando con los cuatro miembros.
“Nuestros resultados muestran que los miembros superiores de los chimpancés tienen un constitución más sólida porque los usan para trepar, lo contrario a los humanos que con su permanencia en el suelo, tienen los miembros inferiores más robustos”, dice Ruff.
Otras comparaciones realizadas en el estudio sugieren que aunque Lucy caminaba erguida, lo debió hacer de una forma menos eficiente que los humanos modernos, impidiéndole cubrir largas distancias a pie. Además se encontró que todos los huesos de sus miembros tenían una fortaleza relativa mayor que los otros del cuerpo, indicando que ella pudo tener músculos fuertes, más parecidos a los de los chimpancés actuales que a los de los humanos modernos.
Una reducción en la fuerza muscular, ocurrida más tarde en la evolución humana, podría ser el reflejo de una necesidad reducida de esfuerzo físico y el reclamo de un incremento en las demandas metabólicas de un cerebro mayor.
“Parecería único, desde nuestra perspectiva, que los homínidos tempranos como Lucy combinaran el caminar erguidos en sus dos piernas con un buen tiempo trepando árboles” dice Kapelman, “pero Lucy no sabía que ella era única, se movía por el suelo y trepaba a los árboles para dormir y conseguir comida, hasta que su vida se cortó por una caída, lo más probable de un árbol”.
Y claro que Lucy no era única. Antes que ella, otro homínido, Ardipithecus ramidus*, un millón de años más antiguo, ya había hecho el ejercicio asombroso de darse sus paseos en el piso usando sus piernas. Era más primitivo y contaba con menos recursos anatómicos para sostener su atrevimiento pero lo hizo y abrió el camino para Lucy y todos los otros Australopithecinos y los Homos que nos antecedieron en el larguísimo y tortuoso ascenso del hombre.
Si para los paleoantropólogos Lucy es casi un objeto de adoración por lo que representa para la evolución humana, el haber tenido el privilegio de verla tendida con sus pocos pero fabulosos huesos es un regalo que se pega a la retina y se queda para siempre, ligado a nuestro entendimiento de la importancia capital del registro fósil como prueba irrefutable de lo que fuimos y de dónde venimos.
Ardie. www.ciertaciencia.blogspot.com
Limb Bone Structural Proportions and Locomotor Behavior in A.L. 288-1 (“Lucy”)
Ruff C.B, et al. PLOS ONE, 2016.
(Josefina Cano, 10/2017)
Más información en el Blog de Josefina Cano: Cierta Ciencia
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