En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
La presión para que seamos optimistas lo que acaba haciendo es que nos sintamos pesimistas, en tanto que aceptar nuestros estados de ánimo más sombríos, resulta en que a la larga nos sintamos mejor. Eso es lo que revela una investigación de la Universidad de California.
“Encontramos que personas que de manera habitual aceptan sus emociones negativas, sufren menos estados de ánimo bajos, lo que acaba siendo bueno para su salud psicológica”, dice Iris Mauss, profesora asociada de dicha universidad.
En este punto, los investigadores tan solo pueden especular sobre el por qué aceptar la situaciones tristes puede disiparlas, como si fueran nubes negras que pasan por delante del sol y desaparecen, pero están empeñados en ahondar en las razones por detrás de estas actitudes del comportamiento.
“Tal vez si usted tiene una actitud de aceptación hacia las emociones negativas, a lo mejor no les está dando mucha atención”, dice Mauss. “Y tal vez, si se la pasa juzgando sus emociones, la negatividad se puede acumular”.
El estudio, que somete a prueba la relación entre aceptación emocional y salud psicológica se realizó en más de 1300 adultos. Los resultados sugieren que las personas que se resisten a reconocer sus emociones negras, acaban más estresadas.
En contraste, quienes dan cabida a esos sentimientos sombríos como la tristeza, el desengaño y el resentimiento y dejan que sigan su curso, informan menos síntomas de desórdenes del ánimo, que quienes los tratan de evitar o los rechazan, incluso después de seis meses.
“Resulta que el cómo manejemos nuestras propias reacciones emocionales es muy importante para nuestro bienestar”, dice Brett Ford, psicóloga de la Universidad de Toronto. “Las personas que aceptan esas emociones sin juzgarlas o tratar de cambiarlas son capaces de lidiar mejor con su estrés”.
“Es más fácil tener una actitud de aceptación si se tiene una vida entre algodones, por lo que nosotros nivelamos los estados socioeconómicos y eliminamos los casos con situaciones extremas de dolor emocional, pues podrían sesgar los resultados”, dice Mauss.
En un primer estudio, más de 1000 participantes llenaron una encuesta donde debían responder qué tan de acuerdo estaban con la siguiente aseveración “Me digo a mí mismo, no debería sentirme como me estoy sintiendo”. Aquellos que, como una regla, no se sintieron mal por sentirse mal, mostraron niveles más altos de bienestar que su contraparte.
Luego, en el laboratorio, más de 150 participantes tuvieron que dar una charla de 3 minutos, en un video dirigido a un panel de jueces como parte de una solicitud de trabajo, que juzgaría las habilidades de comunicación, entre otras. Les dieron 2 minutos para prepararse.
Finalizada la tarea, los participantes evaluaron sus emociones. Como era de esperarse, el grupo que de forma constante evitaba los sentimientos negativos informó el haber sentido más angustia que los otros.
Los autores planean indagar cuáles son los factores culturales, de educación, que hacen que las personas tengan esas actitudes diferentes.
Una periodista que escribe en el New York Times sobre salud nos desconcertaba y nos enojaba porque sus columnas parecen más bien asunto de psicología positiva, literatura “científica” que trata de pasar como ciencia cuando lo que hace es lo contrario. Al fin y al cabo es pseudociencia, pues no hemos visto en todo el tiempo que la medio leemos una sola referencia a una revista seria, o a artículos que informen de investigaciones en el área. El encontrar el estudio que hemos mostrado en el inicio, nos aclaró el por qué del malestar al leer esas columnas en un periódico serio.
Sus recetas de bienestar y actitudes y pensamientos positivos parecerían ser inofensivas, solo que sus artículos están dirigidos a personas que están sufriendo de enfermedades crónicas, catastróficas, próximas a un final. A ellas les ofrece sus consejos.
El mensaje es que las personas con enfermedades físicas graves deberían practicar ejercicios psicológicos para aumentar una auto disciplina positiva que les ayudará a combatir la enfermedad. Pero resulta que estas personas ya tienen bastante con sus problemas y el sermón de auto-ayuda es pretencioso: ¿más disciplina?
Y si no practican los ejercicios su salud empeorará.
Por detrás de este discurso de Jane Brody, que así se llama la periodista, no existe ninguna base científica, pues no la hay para la tal “psicología positiva”. Al final es tan solo pseudociencia. Los beneficios que dice producen en la salud no tienen fundamento y no se han demostrado.
Las personas con enfermedades crónicas con frecuencia están desesperadas y son más vulnerables a sugerencias de que deberían hacer algo más por su salud. La idea de que tendrán mejorías notorias si su actitud se vuelve positiva, si le ponen una manta a su dolor, es enfermiza y cruel. Negar el dolor, empeora la situación, ya difícil de alguien con un cáncer o un sida o un cuerpo lacerado.
Mirar el lado bueno de la vida, el vaso medio lleno, dar la cara al sol. Todo eso suena bien. Pero no pasa de ser una postura superficial y banal.
Cuando se tienen problemas y situaciones difíciles, qué mejor que encararlos. Sentirse mal, claro. Pero al hacerlo se está acercando a una solución, razonable y real.
Brett Q. Ford, Phoebe Lam, Oliver P. John, Iris B. Mauss. The Psychological Health Benefits of Accepting Negative Emotions and Thoughts: Laboratory, Diary, and Longitudinal Evidence. Journal of Personality and Social Psychology, 2017.
(Josefina Cano, 11/2017)
Más información en el Blog de Josefina Cano: Cierta Ciencia
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