En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
Un artículo de reciente publicación en Nature Genetics informa que después de analizar cerca de ochenta mil genomas, los científicos lograron establecer que tan sólo 52 genes se pueden asociar a la inteligencia humana, y que ninguna de las variantes contribuía en algo más que en una mínima fracción al porcentaje total de la inteligencia.
La autora jefe del estudio, Danielle Posthuma, estadística en genética en la Universidad Vrije en Ámsterdam y en el Centro Médico de la misma universidad declaró que “existe un camino muy largo antes que los científicos puedan realmente predecir la inteligencia usando la genética”. Muy realista y clara ella, que después de muchos años de dedicación, asume algo de la realidad de semejante tarea.
El estudio es interesante pero sus resultados, alentadores como parecieran ser, no dan muchas luces sobre el papel de la genética en el desarrollo, expresión y mantenimiento de una de las facultades más complejas y diversas de los seres humanos.
Al contrario, favorecen la aparición de visiones tan distorsionadas y tan ajenas a la realidad como pensar que la solicitud para entrar a una universidad deberá llevar anexado un “perfil genético de las capacidades cognitivas” del futuro estudiante, o que los potenciales empleadores exijan a los candidatos algo similar. Por su lado, y no estamos fantaseando, las clínicas de Fertilización in Vitro, ofrecerán entre sus plus, el aumento de la inteligencia en los embriones y futuros bebés, usando las nuevas técnicas de edición genética, CRISPR, el primero.
Ya algunos están muy entusiasmados con la posibilidad y la necesidad de intervenir en el genoma cerebral. Filósofos como John Harris de la Universidad de Manchester y Julien Savulescu de la Universidad de Oxford argumentan que tenemos el deber de manipular el genoma de nuestros niños, a tal punto que lo que se conoce como negligencia paternal se extiende a negligencia genética, sugiriendo que si no se usa la ingeniería genética para mejorar las capacidades cognitivas de los niños mientras sea posible, se estaría incurriendo en una forma de abuso infantil.
Sí, lo ha leído bien y puede abrir los ojos en señal de enorme asombro.
Otros como David Correia, quien trabaja como profesor de American Studies en la Universidad de Nuevo México, anuncia, en la ya conocida profecía distópica, que los ricos y poderosos usarán la ingeniería genética para consolidar y transformar su poder social en uno que estaría inscrito en el genoma, ahí sí, para siempre y para todos sus descendientes.
Esas preocupaciones sobre alterar la genética de la inteligencia, han rondado la cabeza de las personas desde cuando se hicieron los primeros anuncios de que los científicos habían logrado modificar el material genético usando la técnica del ADN recombinante: mezclar genes o partes de ellos. Tanto que ya en 1970, el conocido premio Nobel, David Baltimore, se cuestionó si su trabajo pionero podría tomarse como “…si las diferencias entre las personas son diferencias genéticas y no diferencias ambientales, del entorno”.
Si quienes se tragan la historia de que unos pocos genes pueden dar cuenta de las ene-mil tareas y funciones que ocurren dentro del cerebro y que con las herramientas nuevas de cortar y pegar genes se puede modificar a gusto disfunciones, alteraciones, o aumentar talentos, pueden seguir soñando.
Claro que los genes contribuyen a la inteligencia pero sólo en un sentido amplio y con efectos muy sutiles. Los genes, para establecer sistemas neuronales, interactúan estableciendo relaciones muy complejas, que con certeza serán difíciles de revertir usando la ingeniería. La evolución, muy temprano, ha guardado bajo llave los modelos de lo que funciona y ha apuntalado las soluciones refinadas, acertadas, en un proceso que se ha llevado milenios.
Ahora, lo que los mejores junkies de la informática puedan hacer para tratar de desvelar una red biológica óptima, impulsados por los nuevos conocimientos, y tratar de reducir el funcionamiento armónico, (o no en casos de dolencias neuronales) a unos pocos genes, no llegará a ningún puerto ni siquiera en un futuro distante.
Es sabido que variantes de genes que no son las mejores para un organismo, se mantienen, siguen formando parte del acervo genético, como una forma de preservar la diversidad, aún corriendo el riesgo de que puedan constituir una futura amenaza en forma de desórdenes mentales.
Sabemos desde hace algún tiempo que contamos con algo menos de 22.000 genes, un número irrisorio que no podría dar cuenta de la organización de los más de cien billones de conexiones cerebrales, algo que nos lleva a pensar que la inteligencia ha sido, de cierta manera, forjada en esa batalla de la evolución que ensaya y se equivoca; seguimos cargando variantes genéticas que llevan al autismo, a la depresión, a la esquizofrenia y a otros males. La enorme diversidad conseguida con tan poco material genético ha dejado su marca. En la evolución no existen genes superiores, sólo aquellos que negocian cierto riesgo y se bancan las consecuencias. Sólo unos pocos serán óptimos para ambientes y tareas específicas.
Por todo eso, una suposición sana es pensar que la ciencia, usando la ingeniería genética, no tendría las condiciones para eventualmente solventar la mayoría de los problemas mentales, menos incrementar habilidades cognitivas,
Los asuntos de la mente humana son de una complejidad que no tiene paralelo en ningún órgano del cuerpo. La inteligencia, cualquiera sea la definición que se le asigne, está muy por encima de las órdenes de un código. Mejor ni pensar en tocarlo.
Los problemas neurológicos se tendrán que seguir abordando con el estudio detallado del complejo cableado neuronal y las novedosas funciones de las células gliales, y perfeccionando las herramientas venidas de los equipos de imágenes nucleares.
Por otro lado, mantener el intelecto, mejorarlo, es tarea de padres y educadores, así, sin más y con todo lo que ello significa.
Josefina Cano, 09/2018
Genome-wide association meta-analysis of 78,308 individuals identifies new loci and genes influencing human intelligence.
Sniekers S., et al. Nature Genetics 2017.
Más información en el Blog de Josefina Cano: Cierta Ciencia
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