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En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.

El virus nos "quita" la libertad, la mascarilla nos la devuelve.

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Muchos estudios señalan que las medidas de confinamientos para frenar la expansión del coronavirus le están pasando factura al bienestar emocional de las personas.

Y no solo eso, sino que la economía se va afectando seriamente con consecuencias que aún no se han cuantificado, especialmente en los países pobres donde es más vulnerable.

Y en los lugares donde los niños han tenido que realizar sus estudios desde la casa, una pesada carga obliga a los padres, a los maestros y a los propios niños a enfrentar tareas arduas y complicadas por donde se miren. En muchas ciudades los niños han estado sufriendo el vaivén de cierres y aperturas de escuelas con el consiguiente desasosiego.

Cuando asistimos con horror y preocupación a los rebrotes pronunciados en muchos países y lugares del mundo que ya habían logrado un cierto control de la pandemia, la pregunta es qué es lo que se está haciendo tan mal, por qué no se logra frenar la expansión del virus si ya se lo había hecho una vez.

“No puedo ir a un restaurante, no puedo ir a un museo, no puedo ir al cine, no puedo visitar a mi familia, no puedo encontrarme con los amigos”. Ese sentido de frustración es comprensible, al fin y al cabo somos seres sociales, eso es lo que nos consolidó como humanos, entre otros muchos factores.

La pandemia se siente entonces como una suerte de agresión, algo que arrebata nuestro sentido de la libertad. El virus, que ya lo hemos dicho, un microbio que es pura física, química y biología, que no viene de otros planetas, que no fue diseñado en laboratorio alguno y que no tiene color político —así algunos lo quieran convertir en herramienta de sus maquinaciones—, sigue su curso alocado porque nosotros, solo nosotros se lo hemos permitido pues él no busca otra cosa distinta a reproducirse. Y como no lo puede hacer por su propia cuenta, usa nuestras células para hacerlo.

El virus sigue cambiando, sufriendo mutaciones en sus genes, aunque no se ha vuelto más infeccioso. Está en su naturaleza hacer ensayos al azar, y eso no tiene que ser causa de alarma pues los científicos lo saben, conocen su comportamiento.

El virus nos ha secuestrado para sus únicos y propios fines, reproducirse. Así, el que nos sintamos privados de nuestra libertad es un sentimiento completamente válido. Si lo entendemos, podemos manejarlo. Cambiar las reglas del juego y no seguirle dando oportunidades para que se siga extendiendo a su gusto solo dependerá de cada individuo y su responsabilidad social.

La mejor manera, la más segura es taparle la entrada al cuerpo. Y con todo lo que se sabe ya sobre su manera de transmisión es posible hacerlo usando el tapabocas, la mascarilla.

De las medidas recomendadas, la más eficiente y segura es la mascarilla. Pero así la convirtamos, como debería ser, en una segunda piel, su uso no va a ser prolongado, algo que se podría pensar como una pesadilla. Durará el tiempo que la ciencia lo recomiende y se acortará si se hace de una forma responsable.

Porque de nada sirve lavarse las manos con frenesí, mantener distancias y desinfectarse las suelas de los zapatos (alguien dijo que es más probable que lo fulmine un rayo a que el virus se transmita por esa vía), si no se usa la mascarilla en puntos de la cara que importan, nariz y boca.

Ponerse el cinturón de seguridad en los automóviles fue extraño al principio, pero luego se convirtió en un acto mecánico que ya ni se piensa. Ponerse una mascarilla tendrá que ser igual, una suerte de segunda naturaleza.

Robert Redfield, director de los CDC (Centros para el control de las enfermedades) en Estados Unidos, declaró hace poco que “voy a ir tan lejos como afirmar que la mascarilla ofrece más garantías de protección contra la Covid que la propia vacuna”, y eso que ya se dispone de varias vacunas con una alta eficacia para preparar al cuerpo cuando lo ataque el virus.

Lo que es incierto aún, es si alguien vacunado sigue trasmitiendo el virus, contagiando a otras personas y con cuánta fuerza.

La mascarilla es un pilar fundamental para el control de la pandemia. Se está protegiendo a los demás, se está protegiendo a uno mismo. Se está protegiendo a la familia.

La ciencia y quienes son sus portavoces, son cada vez más enfáticos en insistir en que el uso generalizado de la mascarilla podrá proteger si no a todos, al menos a un 80 por ciento de la población. Porque las primeras vacunas no podrán conseguir una inmunización total pues el tiempo necesario para lograr una vacunación masiva va a ser extenso y muy variable entre todos los países del mundo.

No quiere decir esto que las que han salido para inmunizar a la población vayan a ser inseguras, dañinas o ineficientes. Todo lo contrario. Y se ha visto que las mayores compañías que han colocado su vacuna han pasado por encima de presiones políticas de diversa índole y le han dado solo valor a la ciencia. Ellas también se jugaban su prestigio, pues existe, y con algo de razón, cierta desconfianza sobre su manejo de los medicamentos en general.

Pero volvamos a lo que nos ocupa. Aseguran los científicos que vienen trabajando en la recopilación de información de todos y cada uno de los otros virus respiratorios que nos han atacado, aunque ninguno con la fuerza y éxito para él como el que ahora sufrimos, información enriquecida con múltiples experimentos, y la observación de cómo el virus se extiende en lugares donde las personas usan o no mascarillas, su uso adecuado es una salvaguarda contra el virus.

Y en esa medida, su uso responsable, que tendría que volverla una tarea diaria, al menos por un tiempo, será nuestro pasaporte a la libertad.

Más información en el Blog de Josefina Cano Cierta Ciencia

Obras de Josefina Cano:

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En Colombia en la Librería Panamericana y en Bogotá en la Librería Nacional

Viaje al centro del cerebro. Historias para jóvenes de todas las edades. (Planeta)


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