En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.
La ciencia tiene entre sus ocupaciones principales resolver los problemas que se presenten como desafíos casi insolubles. La parte de ella que en la forma de virología tuvo el mayor y más difícil de los últimos tiempos, lo ha conseguido. En un logro asombroso, en menos de un año, se tienen no una sino varias vacunas para la peste contemporánea.
Muy contentos tendrán que estar los pioneros en el campo de la genética molecular, la casi totalidad de ellos ya muertos aunque vivos sus descubrimientos y sus logros. Sin ellos y su empeño no habría sido posible estar aquí relatando la asombrosa hazaña conseguida en lo que es apenas un suspiro en la larga historia desde los albores de la caracterización de la molécula de la vida, hasta el desarrollo de las técnicas que la modifican, la manipulan, la recombinan para ponerla al servicio de las nuevas tecnologías.
Al ADN se le conocen casi todos los secretos y de ahí que sea posible usarlo con tanta destreza en los laboratorios del mundo. El ARN es el otro ácido nucleico fundamental pues hace de mensajero, armador, constructor. No tiene la belleza de la doble hélice de su original pero su única hebra lo aligera para sus tareas. A lo mejor por eso la mayoría de virus, durante los millones de años que llevan evolucionando se quedaron con esa carga más “simple” pues así pueden, cubiertos apenas por una capa de grasas, invadir y secuestrar células vivas que les permitan reproducirse y vivir pues ellos solos no lo pueden hacer.
Un virus es física, química y biología en estado puro y primario, nada más. Pero ya sabemos a dónde puede llevar a una humanidad que en apariencia estaba preparada para todo pero que a la hora de la verdad falló y le permitió expandirse hasta límites impensables.
Una tarde del 3 de enero del 2020, una pequeña caja de metal llegó al Shanghai Public Health Clinical Center, dirigida al experto en virus Zhang Yongzhen. Dentro de esa caja de Pandora venían muestras de un paciente que había sufrido de una enfermedad respiratoria nueva, a veces fatal y que se adueñaba de la ciudad de Wuhan. El crecimiento veloz de la enfermedad y el cómo se transmitía sembró el pánico entre las autoridades médicas.
En las siguientes 48 horas Zhang y su equipo empezaron a trabajar, usando sus avanzadas máquinas y sin parar un instante hasta que el día 5 en la mañana tuvieron en sus manos la secuencia de las 28.000 letras del ARN del supuesto causante del brote. Descubrieron que era un coronavirus, pariente de otros ya conocidos aunque totalmente nuevo. Si se transmitía igual, de persona a persona, “era muy peligroso de verdad”, dijo Zhang.
En cuestión de días la secuencia ya estaba disponible para los científicos del mundo entero. Esas letras del genoma del virus de inmediato empezaron a mostrarles a los investigadores las vías a seguir para atacarlo.
Y ahí empezó el inicio de su futuro control, que no destrucción total, pues el miserable se quedará entre nosotros, aunque al no tener en un futuro y gracias a la ciencia, a quien invadir sin ser rechazado, en términos prácticos no existirá.
Pero el virus vino con sus propias instrucciones de destrucción. El trabajo de Zhang permitió separar partes de ese ARN, multiplicarlas y usarlas en la fabricación de vacunas.
De ahí, a tener disponibles varias vacunas en cuestión de meses es algo que jamás había ocurrido y que quedará como testimonio de una colosal batalla ganada a punta de dedicación, esfuerzo, trabajo y cooperación por cientos de miles de científicos alrededor del mundo.
Lo resume bien Stephen Griffin de la escuela de medicina de la Universidad de Leeds: “El progreso asombroso hasta llegar a una vacuna para su uso seguro en humanos, con seguridad es un ejemplo maravilloso de lo que se puede lograr cuando se dispone de recursos suficientes y el foco científico apunta a la salud global”.
El punto crucial en esta historia es que por primera vez se usaron partes del ARN, no hubo necesidad de trabajar con el virus completo, al que habría que haber atontado para que fuese inofensivo. Las técnicas de la ingeniería genética lo hicieron posible2.
Özlem Türeci y su compañero Uğur Şahin, científicos turcos de origen afincados ahora en Alemania, en el 2008 fundaron la compañía BioNTech para hacer vacunas contra el cáncer. Tomaron ese modelo prestado y lo aplicaron en el ataque al coronavirus.Usando la secuencia de Zhang, y con el respaldo de Pfizer, empacaron pedazos del ARN que fabrican las púas de la corona del virus, y las inyectaron en humanos. Una vez en el cuerpo, ellos imparten instrucciones para que la maquinaria de replicación de nuestras células haga partículas de las púas. Cuando el sistema inmunitario las localiza, empieza la producción de anticuerpos. Otras vacunas, la de Moderna por ejemplo, usan la misma técnica.
Esta tecnología tiene un altísimo valor para explotarse en el futuro. Es sencilla, es casi una de enchufar y todo funciona. La vacuna permitirá el cambio de sus partes por otras, digamos por la de la influenza, pudiendo tener una vacuna combinada para las dos enfermedades. Una revolución en toda regla.
La vacuna de Oxford siguió una línea de trabajo más tradicional, empacando piezas del virus en uno de la gripe, que había pasado antes por chimpancés y ya no era infeccioso en humanos. Tiene por detrás a la gigante AstraZeneca.
El martes 8 de diciembre de 2020 empezó a inocularse en el Reino Unido la vacuna de BioNTech-Pfizer.A pesar de que las nuevas vacunas han demostrado eficacias muy altas, más del 95%, no se sabe aún si pueden impedir la transmisión del virus. Aunque la de Oxford-AstraZeneca, en ensayos preliminares, señala una disminución en la cantidad de virus en la garganta y la nariz de quienes la recibieron. Se espera que todas las vacunas, más pronto que tarde, disminuyan también la transmisión del virus. Ya los científicos, empecinados como son, siguen buscando.
Las más de 200 candidatas que siguen andando, tendrán mucho que aportar a este fantástico comienzo para cerrarle la entrada al virus en nuestro cuerpo.
1Qué loco propósito”, (Tusquets 1989) es el título del magnífico libro de Francis Crick, codescubridor del ADN y convertido luego en uno de los neurocientíficos más importantes de la historia. El humor y la inteligencia de Crick son los compañeros de un viaje a las entrañas del nacimiento de la ingeniería genética.
2Es paradójico que ahora la ingeniería genética, la modificación genética, la producción de OMG se acepten sin problemas en la elaboración de las vacunas. Son las mismas tecnologías que se usan para fabricar alimentos para quienes los necesiten o para tener cultivos resistentes a las sequías. Los europeos no ven su necesidad, pero los países pobres los requieren. Ojalá la aproximación a la ciencia propiciada por la pandemia, ayude a romper barreras insensatas y dañinas para los pobres del mundo.
Más información en el Blog de Josefina Cano Cierta Ciencia
Obras de Josefina Cano:
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En Colombia en la Librería Panamericana y en Bogotá en la Librería Nacional
Viaje al centro del cerebro. Historias para jóvenes de todas las edades. (Planeta)
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