La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
De entre todos los animales terrestres, vivos o extinguidos, que conocemos por su esqueleto completo, Diplodocus es el más largo. Diplodocus, un dinosaurio saurópodo que vivió en el oeste de Norteamérica a finales del Jurásico, hace unos 150 millones de años, llegaba a medir casi treinta metros de longitud desde el extremo del hocico hasta la punta de la cola; de esa longitud, siete metros corresponden al cuello y catorce a la cola. Sin embargo, no era de los dinosaurios más corpulentos: su peso no pasaba de las dieciséis toneladas, mucho menos que las cien toneladas que podían alcanzar otros saurópodos.
La cabeza de Diplodocus, con un cerebro minúsculo, era pequeña y alargada. Los dientes, con forma de clavija y apuntados hacia adelante, sólo estaban presentes en la parte delantera de las mandíbulas, y funcionaban como un peine o un rastrillo, deshojando las ramas de los árboles de los que se alimentaba con movimientos laterales. Este tipo de alimentación desgasta mucho los dientes; a medida que se iban gastando, los dientes se reemplazaban por otros nuevos. Diplodocus tenía el estómago lleno de piedras, llamadas gastrolitos, que le servían para triturar las hojas que tragaba enteras, sin masticar.
El cuello, el lomo y parte de la cola de Diplodocus estaban decorados por una hilera de puntiagudas espinas córneas verticales de unos veinte centímetros de longitud, semejantes a las de las iguanas. Las patas, gruesas como columnas, eran parecidas a las de los elefantes, aunque el primer dedo de las patas delanteras estaba equipado con una larga uña. Los últimos metros de la cola, formados por vértebras muy delgadas, funcionaban como un látigo; al agitarla, el extremo podía llegar a moverse a velocidades supersónicas y provocar un chasquido que quizá le sirviese para espantar a los depredadores o para comunicarse con otros individuos de su especie.
El crecimiento de los Diplodocus era muy rápido. Las crías, que sólo medían un metro de longitud al nacer, engordaban unos dos kilos por día en sus primeros años de vida, y a los diez años ya habían alcanzado la madurez sexual. Después, el crecimiento era más lento, pero es posible que los ejemplares más viejos llegaran a medir aún más de los treinta metros de los fósiles que se conservan. De hecho, los restos parciales descubiertos en 1991 y bautizados originalmente con el nombre de Seismosaurus, para los que se calcula una longitud total de cuarenta metros, se han asignado posteriormente a Diplodocus.
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