La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
En 1993, el paleontólogo estadounidense Tim White descubrió en el desierto de Afar, en el nordeste de Etiopía, unas mandíbulas fósiles pertenecientes a homínidos de más de cuatro millones de años de antigüedad, que bautizó con el nombre de Ardipithecus. Tras una minuciosa excavación del yacimiento, se han descubierto a lo largo de los años los huesos de al menos 36 ejemplares, junto con más de 150.000 restos fósiles de las plantas y animales que vivían en la región. Así, se ha podido reconstruir la anatomía y el hábitat de este primate, que ha resultado ser el antepasado más antiguo del hombre desde que su linaje se separó del chimpancé.
Hace 4,4 millones de años, en el periodo Plioceno, el clima de Afar era húmedo y fresco, y la región estaba cubierta por un mosaico de praderas, bosques abiertos y pequeñas manchas selváticas más densas. En esos bosques habitaba el ardipiteco, junto con una gran variedad de fauna, muy parecida a la de las selvas de hoy en día.
El ardipiteco era un primate arborícola, que se movía gateando con pies y manos por las ramas de los árboles del bosque. Pero, cuando bajaba al suelo, su postura era bípeda. Medía alrededor de 120 centímetros, como un niño de 7 u 8 años, aunque era mucho más robusto: Pesaba unos cincuenta kilos de peso. No había apenas diferencias entre machos y hembras. La cabeza del ardipiteco era semejante a la de un chimpancé, aunque con el hocico más corto y los dientes más pequeños. Los brazos y las piernas, muy musculosos, eran casi de la misma longitud. Las manos estaban dotadas de largos dedos, que usaba para trepar y para manipular objetos. Los pies eran anchos y cortos, con el primer dedo oponible, como el pulgar de la mano, y situado en una posición muy lateral.
El ardipiteco era un animal omnívoro, que se alimentaba de frutos, tubérculos, insectos, huevos y pequeños vertebrados. Probablemente, las crías dependían de los cuidados de sus madres durante mucho tiempo, así que mientras ellas permanecían resguardadas en las copas de los árboles, los machos partían en grupo en busca de comida. En el bosque abierto, los árboles podían estar bastante separados, y a veces era necesario bajar al suelo. Caminando erguidos, con las manos libres, los machos podían transportar de vuelta a casa los alimentos para las hembras y las crías.
De acuerdo con los estudios realizados, el ardipiteco está muy próximo al antepasado común del hombre y el chimpancé, pero carece de muchas de las características distintivas de este último: no caminaba sobre los nudillos, ni se colgaba de las ramas de los árboles, ni tenía colmillos desarrollados. Era un primate más arborícola y selvático que los australopitecos, que probablemente son sus descendientes que, para vivir en la sabana, mejoraron su postura bípeda a costa de perder los hábitos arborícolas.
Hoy, en el desolado desierto de Afar, en el lugar donde vivía el ardipiteco, sólo un largo montón de piedras negras, al estilo de las tumbas de los habitantes de la región, marca el lugar donde se encontró el esqueleto más completo de este lejano antepasado.
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