La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Los azdárquidos constituyen una familia de pterosaurios que vivieron a finales del periodo Cretácico, y que se caracterizan por tener la cabeza grande, las mandíbulas, sin dientes, en forma de largo pico, el cuello muy largo y las patas también largas. Entre los azdárquidos se encuentran los animales voladores más grandes de todos los tiempos. El más conocido, el norteamericano Quetzalcoatlus, superaba los diez metros de envergadura. Pero en 2002, los paleontólogos Eric Buffetaut, Dan Grigorescu y Zoltan Csiki publicaron el descubrimiento en Transilvania de una especie aún mayor, Hatzegopteryx. Aunque sólo se han encontrado parte de un cráneo y de un húmero (y quizá un fragmento de fémur), del tamaño de los restos se deduce que Hatzegopteryx pertenece también a la familia de los azdárquidos, y que superaba en tamaño a Quetzalcoatlus: su envergadura se ha estimado en unos doce metros. Los huesos del cráneo no eran macizos, sino que tenían una estructura semejante a la del poliestireno expandido, muy ligera y resistente.
El nombre de Hatzegopteryx, que significa “ala de Hațeg”, alude a la cuenca de Hațeg, la región del oeste de Rumanía donde se descubrieron sus restos fósiles, que hace 65 millones de años era una gran isla de clima tropical en el mar de Tetis, un mar interior poco profundo salpicado de islas y archipiélagos.
Hatzegopteryx, como todos los adzárquidos, era un animal cuadrúpedo y plantígrado, con una alzada de dos metros y medio y una altura total de unos cinco metros. Pasaba la mayor parte del tiempo en tierra, recorriendo las praderas de la isla de Hațeg en busca de alimento. Con su largo cuello y su enorme pico, se alimentaba como una cigüeña, capturando pequeños dinosaurios y otras presas del suelo.
Con un peso estimado de más de doscientos kilos, Hatzegopteryx era mucho más pesado que las mayores aves voladoras. Un ave de ese peso no podría volar, se rompería las patas en el despegue o en el aterrizaje. Sin embargo, Hatzegopteryx era un animal volador. Como era cuadrúpedo, distribuía el empuje entre sus cuatro patas. En el aire, con sus anchas alas, podía planear largas distancias con un gasto mínimo de energía.
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