La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
En el pasado ha existido un gran número de grupos diferentes de reptiles adaptados a la vida acuática; además de las tortugas y los cocodrilos, los más conocidos son los plesiosaurios y los ictiosaurios. Un grupo menos conocido es el de los placodontes o placodontos, llamados así por sus grandes dientes aplanados, con forma de placa, que cubrían todo el paladar.
Los placodontes estaban emparentados con los plesiosaurios, y vivieron durante el periodo Triásico en las costas del supercontinente de Pangea. Eran animales marinos de cuerpo grueso, de uno a tres metros de longitud, con patas cortas con los dedos unidos por una membrana y la cola aplanada lateralmente. Los más antiguos eran parecidos a corpulentas iguanas marinas, pero más tarde algunas especies desarrollaron caparazones para protegerse de los depredadores. Algunos de estos caparazones eran semejantes a los de las tortugas, mientras que otros, formados por varias secciones articuladas, eran más parecidos a los de los trilobites o a los de las cacerolas de mar.
Los placodontes eran animales muy pesados; tenían que nadar activamente para salir a la superficie y mantenerse a flote, y se movían con más facilidad en el fondo marino, en aguas someras, donde se alimentaban de moluscos y otros invertebrados que arrancaban de las rocas con sus incisivos protuberantes en forma de cincel y trituraban con sus gruesas y anchas muelas.
Hay un placodonte, catalogado como tal por diversos detalles de su anatomía, que carece sin embargo de los dientes característicos de sus parientes. Fue bautizado con el nombre de Henodus en 1936 por su descubridor, el paleontólogo alemán Friedrich von Huene. Sus restos fósiles sólo se han encontrado en un yacimiento situado en las cercanías de Tubinga, en el sur de Alemania, y, a diferencia de sus parientes, no vivía en el mar, sino en una albufera. De algo más de un metro de longitud, tenía un ancho caparazón semejante al de una tortuga; en lugar de arrancar sus presas de las rocas, filtraba el agua y el fango del fondo arenoso para alimentarse.
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